Al inicio de 2011 ya estamos contra el tiempo, pero eso mismo crea el compromiso especialísimo de hacer algo de inmediato para que no vayamos a seguir en las mismas durante cinco años más.
Escrito por David Escobar Galindo.27 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
La conclusión del año calendario es siempre una oportunidad propicia para echar una mirada sobre el entorno en todas sus expresiones: personal, familiar, social, nacional, internacional. Aunque el calendario, como tal, tenga tanto de artificio, lo cierto es que las medidas del tiempo son en realidad medidas del vivir sucesivo; y así, cada año que termina es un eslabón temporal que queda atrás, y cada año que comienza es una jornada existencial que se inicia. En verdad, no hablamos de calendario: hablamos de destino. De destino a la vez limitado e ilimitado. Limitado porque cada vida tiene su duración propia; ilimitado porque las vidas concluyen, pero la vida sigue. Podríamos continuar meditando o divagando sobre el tema, pero aquí vamos a referirnos a algo muy concreto: el tránsito anual dentro de la dinámica de nuestro proceso nacional en marcha.
¿Qué nos deja al respecto 2010? Una mezcla de incertidumbres y expectativas. ¿Qué nos trae como desafío principal 2011? La dilucidación de al menos algunas de esas incertidumbres y la clarificación de algunas de esas expectativas. Vamos haciendo recuento, que en ningún caso podría ser exhaustivo, porque en el seno de lo real no hay nada exhaustivo; y si lo hay, es una excepción fuera de serie. Como sociedad, hemos venido acumulando una deuda histórica con nuestra propia realidad, sobre todo a partir del momento en que emprendimos la dinámica democrática en pleno, allá a comienzos de 1992. Y ahora, al consumarse la alternancia en el ejercicio del poder político —aunque por hoy sea una alternancia larvada—, los apremios para hacer las cosas que no hemos hecho a su debido tiempo se vuelven más impacientes.
De cara a 2011 hay muchas cosas inmediatas por hacer, en temas como la seguridad y la reactivación económica, que son áreas que despuntan a diario como las más angustiosas para el vivir de los ciudadanos comunes como usted y como yo. Sin embargo, detrás de esos problemas palpitantes y lacerantes hay un trasfondo de voluntades y actitudes sin cuya debida disposición prácticamente resulta imposible resolver nada de lo que tenemos inevitablemente entre manos, como desafíos acuciantes. Esas actitudes y esas voluntades están íntimamente vinculadas a lo que debe ser la democracia como ejercicio plenamente asumido por la sociedad entera y, en especial, por los liderazgos que actúan dentro de ella y que están llamados a ser servidores fieles y responsables de ella.
En primer lugar, la voluntad de servir prioritariamente al bien común, y a la par la voluntad de hacer ese trabajo en común. El punto neurálgico, pues, está en el término “común”, en el sentido de interés y de responsabilidad de todos. En una frase: trabajar todos con todos en beneficio de todos. Esto se dice con frecuencia en discursos y en declaraciones, pero casi nunca —por no decir nunca— se concreta en hechos suficientes y verificables . Poner en obra nuevas voluntades y nuevas actitudes se hace hoy más complejo y difícil por la interferencia abusiva del calendario político en el calendario real. Los políticos dependen de su propio calendario, pero eso no los faculta para hacer caso omiso del calendario real, que es donde están los problemas y las responsabilidades reales, que son las que tienen que ver directamente con la vida.
Para los salvadoreños, en esta coyuntura, el calendario político es apremiantemente electoral. 2011 es año preelectoral; 2012 es año electoral; 2013 es año preelectoral; 2014 es año a la vez electoral y preelectoral; y 2015 es año electoral. Cinco años seguidos sin tregua. Y al ser así, resulta aún más urgente viabilizar el distingo entre lo que son las ansiedades electorales y lo que es el trabajo por el país. Al inicio de 2011 ya estamos contra el tiempo, pero eso mismo crea el compromiso especialísimo de hacer algo de inmediato para que no vayamos a seguir en las mismas durante cinco años más. ¿Será posible? Los signos que se perciben en el ambiente no son nada prometedores al respecto, y eso es lo que pone otro velo de incertidumbre, el más denso, sobre las perspectivas del inmediato futuro.
Pero seamos positivos, pese a todo. La realidad es demasiado imperiosa para dejar que se la ignore cuando más atención creciente necesita. Los políticos —en el gobierno o en la oposición— tendrían que padecer una ceguera irredimible para no ver que todas las señales que surgen del seno de la ciudadanía están indicando que de no orientar las energías nacionales hacia un gran acuerdo nacional de base, el deterioro tanto de la confianza como de la gobernabilidad entraría en fase de desastre. A alguien le toca emprender la iniciativa, y ese alguien es desde luego el Gobierno, porque para eso lo tenemos. Si no lo hace en los meses que vienen, su suerte estará en juego crítico, y, mucho más grave aún, la suerte del proceso en curso. 2011 es año crucial, desde cualquier ángulo que se mire. Que nadie se equivoque.
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