Los niveles de ineficiencia en la inversión pública son aún insostenibles, y eso puede graficarse con muchas obras inconclusas, otras realizadas a medias y otras de mediocre realización.
Escrito por Editorial.27 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
La economía nacional sigue estando en zona crítica, aunque hay algunas señales que apuntan hacia un mejoramiento progresivo. Esto último no se dará por acción espontánea: hay que articularlo, ordenarlo y desarrollarlo de tal manera que todos los esfuerzos vayan en la misma ruta, con las armonizaciones que la realidad misma demande. Como es natural y esperable, el equipo económico del Gobierno tiene una visión optimista sobre el futuro inmediato de nuestro desempeño económico; y dicha visión es la que, de entrada, le corresponde tener, porque en épocas críticas no hay peor opción que el desaliento y la inercia. Sin embargo, para que el optimismo pueda volverse motor inspirador de los hechos es indispensable sumar los elementos que en un principio enunciábamos: realismo, responsabilidad y eficiencia.
En el Gobierno se valora que al cierre del año actual esté mostrándose un despunte de crecimiento, del tamaño que sea. Desde luego, pasar de lo negativo a lo positivo siempre es ganancia, por mínima que sea. Sin embargo, aquí no podemos conformarnos con simbolismos positivos: hay que apostarle, desde ya, y con todo lo que esté disponible, al despegue que nos posibilite llegar a los niveles de crecimiento necesarios para entrar en fase de resolución de nuestros grandes problemas estructurales e institucionales pendientes.
En la línea del realismo ubicamos dos temas que son vitales ahora mismo: la inversión social y el endeudamiento público. En cuanto a la primera, no sólo es cosa de gastar más en esa área, sino de clarificar en qué se va a gastar y con qué propósitos. Se trata de que la inversión sea realmente tal, y no un juego coyuntural, como acaban siendo todas las medidas puramente asistencialistas en busca de imagen. La verdadera inversión social es aquella capaz de transformar las condiciones de vida, haciendo que la gente no sólo mejore sino que se incorpore a su propia dinámica de mejoramiento. Ese es el realismo que necesitamos, y que aún no se ve claro.
En cuanto al endeudamiento público, este ya está en zona peligrosa, que puede llegar a sísmica. Argumentos para defender por ahora esta dinámica de la deuda creciente pueden estar a la mano; pero de lo que en realidad se trata es de que hay que balancear sabiamente la necesidad con la austeridad, porque si este balance no se garantiza, estaremos cada vez en más alto riesgo. Deber lo que debemos es ya una carga superior a nuestras fuerzas. Se fue irresponsable en el pasado, y así lo señalamos. No hay que seguir siéndolo en el presente, porque la gravedad de las consecuencias aumenta de manera progresiva. El que se anuncie que la deuda está por ascender a 11,579 millones de dólares debe preocuparnos seriamente a todos.
La eficiencia ha estado y sigue estando en el portafolio de lo que hay que asegurar y nunca acaba de asegurarse. Los niveles de ineficiencia en la inversión pública son aún insostenibles, y eso puede graficarse con muchas obras inconclusas, otras realizadas a medias y otras de mediocre realización. Corregir este defecto endémico requiere la puesta en práctica de una reingeniería administrativa de fondo en el aparato estatal. Dicha reingeniería es parte de una reforma siempre postergada, pese a las declaraciones periódicas de contenido político coyuntural. Emprender el esfuerzo reformista en el ámbito estatal es una demanda del sistema mismo, que ya no puede continuar atrapado en las formas obsoletas y en los mecanismos desfasados.
En la economía lo que se necesita es realismo, responsabilidad y eficiencia
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