Carlos Velásquez Carrillo (*).31 de Diciembre. Tomado de Contra Punto.
BUENOS AIRES - El debate sobre la existencia o desaparición de la “oligarquía” se ha convertido para los salvadoreños y salvadoreñas en una especie de fantasma que siempre termina reapareciendo, atormentado por deudas irresueltas y asuntos pendientes. Sabemos que sigue existiendo una oligarquía en el país, que ya no es cafetalera sino financiera-neoliberal, que desechó la tierra a cambio de los circuitos transnacionales de capital, y que falsamente se muestra como la antítesis de esa clase retrógrada que por más de un siglo dominó al país en virtud de su control sobre la espina dorsal de la economía nacional, al principio por cuenta propia y luego con la ayuda de los militares.
La nueva oligarquía está ahí, enfrente de todos, no hace falta escudriñar mucho para darse cuenta quiénes son los dueños del país; son las mismas familias de siempre, las que se siguen enriqueciendo a costa de todos, no importa si en el gobierno están sus serviles o los que supuestamente no deberían serlo. El estamento oligárquico nos envuelve a todos: se ha convertido en un rasgo fundamental de la salvadoreñidad, no porque nos caracterice a todos los salvadoreños y salvadoreñas, sino más bien porque ya se normalizó en el multifacético engranaje de la vida nacional. Se habla de la oligarquía como algo fijo e incambiable, y de hecho lo es: para la mayoría de salvadoreños y salvadoreñas, la oligarquía, para bien o para mal, refleja una realidad inmutable que ya ni siquiera amerita una discusión franca.
No es mi objetivo repetir lo que hemos dicho antes sobre esta nueva oligarquía nacional (hemos escrito antes en ContraPunto sobre lo que hemos denominado como el BONT), sino más bien hacer una especie de “reflexión de fin de año” sobre lo que significa el estamento oligárquico y sus consecuencias para El Salvador. La oligarquía nos marcó en el pasado, y no hay duda que nos seguirá marcando en los años que se avecinan.
¿Cómo podemos conceptualizar este “estamento oligárquico”? Antes que nada, este estamento se sustenta en los intereses de clase de un grupo específico que considera a la sociedad en su conjunto como accesorios para lograr sus objetivos políticos y económicos, objetivos de clase. Sin darle más vueltas al asunto, proponemos que una clase oligárquica exhibe las siguientes características:
1. Maneja una concepción patrimonialista del estado, el cual debe funcionar exclusivamente para beneficiar sus intereses. Por ende, esta clase también posee un dominio casi total sobre el aparato estatal;
2. Posee el control de los sectores más importantes de la economía (primaria, secundaria, terciaria, finanzas, construcción, etc.);
3. Tiene afinidad con un régimen político desigual, polarizado, y anti-democrático;
4. Basa sus relaciones económicas y laborales en la explotación y la injusticia social;
5. Rechaza a toda clase de medidas redistributivas orientadas a la justicia social, sobre todo en lo relacionado a sus obligaciones tributarias;
6. Desprecia toda negociación, y prefiere la imposición; y
7. Está alineada plenamente con el poder imperial transnacional.
La rancia oligarquía cafetalera exhibió estos rasgos, pero también lo hace la oligarquía de nuestros tiempos. Los veinte años de gobiernos de ARENA sirvieron para permitir la reconfiguración de la clase oligárquica después del desafío de la guerra popular, y esto se hizo con la implementación de un programa neoliberal que siguió la receta al pie de la letra: privatización, liberalización del estado, reforma tributaria neoliberal, dolarización, y libre comercio. Este proceso creó una nueva clase financiera, importadora y terciaria con poderío trasnacional que llegó a controlar todos los sectores de la economía nacional y nos llevó a un modelo económico improductivo, de servicios y centros comerciales, basado en el consumismo que sustentan las remesas que los compatriotas, expulsados precisamente por el mismo modelo, mandan cada mes a sus familias.
Pero los otros rasgos se replican: la nueva oligarquía sigue despreciando la justicia social, no paga impuestos (hablar de reforma tributaria equivale a una declaración de guerra), rechaza la negociación (las privatizaciones, la dolarización y el CAFTA se impusieron sin debate alguno), nos vende el cuento que vivimos en democracia (de esto se puede hablar a rienda suelta pero nos tomaría todo el espacio de este artículo), sigue explotando al pueblo (sólo nos basta ver los niveles de los salarios mínimos) y se siente más cerca al imperio como nunca antes.
Y digo que el estamento oligárquico nos envuelve a todos porque incluso el FMLN, la fuerza anti-oligárquica (más que anti-capitalista) nacional por excelencia tuvo que cambiar para ajustarse a las expectativas de la oligarquía. Elegir un candidato que no se identifica con los fundamentos del partido y parecía “potable” ante los ojos de la oligarquía, y renunciar a los principios socialistas de su Constitución para no molestar al poder, creo que son pruebas suficientes para afirmar que la oligarquía disciplinó al FMLN. La oligarquía actual no mira al FMLN como un enemigo acérrimo, sino más bien como un componente que funciona dentro del sistema y al que se puede dosificar. Hoy por hoy, la oligarquía sigue haciendo lo que le da la gana.
Obviamente, no se puede esperar que un par de años se cambie el rumbo que se ha venido trazando por décadas, y es claro que el FMLN, enzarzado en el juego electoral y sujeto a todas las limitaciones que esto implica, no lo puede hacer solo. Pero esta es precisamente la condición fundamental del estamento oligárquico: su omnipresencia y hasta omnipotencia. La única fuerza capaz de luchar contra el estamento oligárquico ha sido desactivada (al menos por ahora) por el poder de la misma oligarquía, y se sabe que el FMLN ganó en el 2009 porque precisamente prometió no tocar las bases del sistema oligárquico.
El punto es que si se juega el juego de los oligarcas, se está condenado a perder, porque los dados están cargados y las reglas de juego están viciadas. Para empezar a aminorar el estamento oligárquico en El Salvador es necesario tocar intereses, molestar al poder, o como se dice vulgarmente, “tocarle los huevos al león.” No se puede quedar bien con todo el mundo; al fin y al cabo en la democracia siempre hay ganadores y perdedores: lo que hay que hacer es que los que siempre han ganado empiecen a perder, por lo menos un poquito. Se debe ejercitar una especie de mentalidad oligárquica al revés, pero que sea sustentada en el peso democrático que le suministraría el apoyo popular.
El objetivo final debe ser el de “desnormalizar” el estamento oligárquico dentro del ideario de la vida nacional, hacerlo una anomalía, un mal momento. Creo que el país se lo merece, no sólo para empezar a construir un verdadero sueño democrático, pero también para que los que siguen esperando que se reconozca su humanidad tengan por fin su día en la historia.
Feliz 2011 a todos y todas (aunque el fantasma oligárquico amenace con fregárnoslo).
A propósito de la oligarquía… - Noticias de El Salvador - ContraPunto
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