Laura Tedesco.27 de Diciembre. Tomado de Raices.
En 1992 Francis Fukuyama creyó ver el fin de la historia. Se equivocó. Aquellos años fueron sólo un descanso en el que se creía que la democracia liberal y el capitalismo europeo dominarían el futuro. En realidad, comenzaba una nueva etapa en la que la democracia y el capitalismo se resquebrajan con riesgo de romperse para siempre.
La amenaza no viene de los fundamentalistas islámicos, ni de populistas latinoamericanos, autócratas rusos, comunistas chinos o jóvenes antisistema. Son hombres y mujeres, occidentales u occidentalizados, capitalistas y liberales, ciudadanos de grandes capitales, consumistas obsesionados por las finanzas. Son los dueños de todas los Lehman Brothers que deberían quebrar. Pero los gobiernos y ciudadanos, empleados o desempleados, de Europa, Estados Unidos y otros países pobres están desesperados por salvarlos.
Hay muchas lecturas de esta crisis. Sin embargo, entre todas ellas una permanece: su lógica emerge de la especulación de bancos, círculos financieros y un gran número de negocios privados o individuos millonarios. Muchos de ellos especulan mal y caen, otros alzan millones de billetes.
¿Qué pueden hacer los gobiernos? Parece que nada. Un rumor, un golpe de mercado, una retirada de millones de una cuenta, una venta de acciones, un clic en un ordenador y la economía real de un país cualquiera se tambalea. Aparece en escena entonces el Fondo Monetario Internacional, el G-20, Europa o Angela Merkel para calmar los ánimos hasta la próxima crisis especulativa.
En los 80, los Estados endeudados del Tercer Mundo ajustaron sus economías para pagar sus deudas y así salvar al sistema financiero internacional. En 1998, la crisis asiática restringió el margen de maniobra de los gobiernos de la región, de Rusia y de Brasil. En el 2001 se desbarranca Argentina. En el 2008 la crisis emerge en Europa y en EE UU. Queda claro entonces que todos los gobiernos se han vuelto vulnerables a los ataques especulativos de este capitalismo global, egoísta e injusto.
Barack Obama no calma a los mercados, el G-20 tampoco. Angela Merkel siembra dudas sobre la continuidad de la solidaridad alemana para rescatar a sus vecinos y los europeos del sur patalean. Y se abre una nueva ola especulativa que puede acabar con las economías de Grecia, Irlanda, Portugal, España y contagiar a Italia o Bélgica.
¿Será la solución volver hacia atrás, antes del fin de la historia? ¿Establecer los mecanismos nacionales e internacionales para abortar las olas especulativas y que gane el Estado de la mano de la democracia liberal y el capitalismo solidario?
Los gobiernos siempre han sido temerosos de la quiebra de los bancos, pero Lehman Brothers cayó y el mundo siguió dando vueltas. ¿Qué pasaría si se deja de utilizar el dinero de los ciudadanos alemanes o de cualquier otra nacionalidad para preservar los intereses de los mercados y los especuladores? Y si caen los bancos más expuestos, las financieras más especuladoras, los capitalistas más lucrativos, ¿podemos vivir sin ellos? Seguramente arrastrarían inocentes, pero quizás el precio de su caída puede ser, a largo plazo, menor que el coste de tener que mantener y salvar, cada 5 o 10 años, a este capitalismo salvaje.
¿Podríamos intentar volver a esos gobiernos capitalistas solidarios que a través del Estado de bienestar hicieron de Europa la tierra prometida para los nacionales y los millones de inmigrantes que luchan por llegar y quedarse? ¿Podríamos volver a tener una democracia liberal y un capitalismo en el que el Estado arbitra, negocia y reparte?
No se trataría de populismos, caudillismos y autocracias que a la larga polarizan, dividen y empobrecen. Revisando la historia de la Europa de los 50 pueden encontrarse algunas tendencias que no deberían quedar en el olvido. Quizás más que recuperar a las financieras y bancos habría que recomponer la combinación entre democracia, bienestar social y capitalismo. El Estado debería recuperar su capacidad de regulación de la economía, del sector privado, la banca y las finanzas. En la actual economía global, estas medidas deberían tomarse en consenso y, por lo tanto, las reuniones del G-20 tendrían que crear mecanismos para recomponer el poder del Estado sin ahogar al sector privado.
No es tiempo de extremismos, sino de cautela para rearmar el poder de los gobiernos. Más que destruir al sistema financiero internacional hay que salvarlo, regularlo y asegurar su futuro.
Quizá Fukuyama se equivocó porque quien tenía parte de razón era Karl Marx, que profetizó que el capitalismo acarreaba el germen de su destrucción. Los individuos, las empresas, los bancos y los grupos de especuladores que siempre pretenden socializar sus pérdidas son los que ayudan a profundizar las fallas del capitalismo, que dejado a su libre albedrío produce enormes lagunas de desigualdad y pobreza.
Dejar caer a los capitalistas salvajes, reforzar los gobiernos, proteger y globalizar deberían ser los objetivos principales de los Estados para evitar vivir de crisis en crisis, invirtiendo el futuro de los ciudadanos en el rescate de sistemas de apropiación corruptos.
Laura Tedesco, profesora visitante de la Universidad Autónoma de Madrid. De Foreign Policy Edición española.
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