Eduardo Badía Serra.28 de Diciembre. Tomado de Diario Co Latino.
Estamos a tres días de finalizar el año, el año 2010. Habrá entonces concluido la primera década del siglo XXI, y comenzará un nuevo año, año definitivo para el país, por muchas razones que dejaré al margen.
Siempre, el final de un año y el arribo del que le sigue es ocasión para hablar de promesas, de aspiraciones, de deseos, y en todo caso, de esperar mejores signos de vida para cada quien y para su círculo cercano. Todos esperamos que nos vaya mejor, que se allanen las dificultades, que se venzan los problemas, y que arriben mejores cosas. La vida es compleja, desde su mismo inicio, es interrogante, es incertidumbre, es, como dijo Darío en ese tremendo poema al que llamó Lo Fatal, “no saber adonde vamos……ni de donde venimos.
Este final de año entonces, deseo hablar con ustedes, mis queridos lectores, de dos cosas, de esperanza y de cambio, dos cuestiones que hemos fijado en nuestro imaginario cercano, y que deseamos intensamente, la una, de nuestro propio ser interior, el otro, del ser mismo de esta comunidad en que actuamos y nos desenvolvemos, este país nuestro siempre complicado pero cálido y amigo como no hay otro.
Decía Erich Fromm en La Revolución de la Esperanza, que esta no es tener anhelos o deseos, que no es algo cuyo objeto es una cosa, sino una vida más plena, un estado de mayor vivacidad, una liberación del eterno hastío, teológicamente la salvación, políticamente la revolución. Esta esperanza la situaba él como una de las experiencias humanas típicas contenida en lo que llama valores oficiales, esto es, aquellos que se enseñan en la escuela pero no se cumplen, y que sin embargo caracterizan éticamente al hombre, que no actúan en esta sociedad tecnetrónica en que vivimos pero que sí lo harían en una sociedad humanizada, esa sociedad a la que todos aspiramos.
No es, pues, tampoco, un culto al futuro, pues ello sería, en todo caso, una esperanza pasiva o temporal; no es esperar lo que ya existe o lo que no puede ser, ni la frase hecha, ni el aventurerismo, el desprecio por la realidad o el violentamiento de lo que no puede violentarse.
Esperanza es estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida. Es un estado, una forma de ser, una disposición interna, un eterno estar listo para actuar, un concomitante psíquico de la vida y del crecimiento. Sin esperanza no hay vida, dice el gran filósofo, de hecho o virtual. La esperanza es el temple de ánimo que acompaña a la fe, y no puede asentarse más que en la fe.
Exige fortaleza, para no comprometerla o convertirla en optimismo vacío. Los actos de esperanza y de fe resucitan al hombre y a la sociedad. Pero desafortunadamente, la esperanza se va perdiendo a medida que la vida transcurre, por los accidentes y las vicisitudes del medio ambiente. Aunque es en sí misma un estado interior, se presenta tanto en los individuos como en las clases sociales y en las sociedades.
Son la razón de sus vidas. Dice Fromm que sólo los que han conocido la desesperanza pueden conocer la esperanza, y sólo los que han conocido la esperanza pueden conocer la desesperanza. Nosotros, salvadoreños, que hemos conocido tanto la desesperanza, ¿porqué no nos damos un chance entonces para conocer la esperanza, y entonces revivir la vida, que es un poco como volver a nacer? Siempre hay tiempo para repensar la vida. Démonos ese tiempo. No es cierto, como decía Shakespeare, que la esperanza es lo propio del desdichado. Más bien, es lo propio del temple del ánimo, lo que da sentido a la vida. ¡Viene la esperanza! Esperémosla con ansiedad, y con disposición abierta.
El cambio es otra cuestión que los salvadoreños deseamos ansiosamente. Ya hay signos, efectivamente, de que llega, aun débiles y justamente imprecisos, pero signos en todo caso. Y es que el cambio no es fácil, no es inmediato, no es brusco, como muchos que lo desean quisieran, y como muchos que no lo quieren expresan buscando una buena excusa para su rechazo.
Decía Niccolo Machiavelli que uno debe tener presente que nada es más difícil de conseguir, más dudoso de alcanzar, más peligroso de administrar, que introducir un nuevo orden de cosas; porque aquel que quiere hacer cambios tendrá como enemigos a aquellos que se benefician del viejo orden, y únicamente tendrá aliados tibios en aquellos que se benefician con el nuevo orden.
Eso decía el sabio florentino, y efectivamente, en nuestro caso, esos que se han beneficiado tanto con el viejo orden, al no querer en realidad el cambio, lo reclaman bruscamente sabiendo que no puede darse así, y excusándose en ello para tratar de mostrar su imposibilidad. En año y medio exigen que se cambie un orden que a ellos les llevó décadas para construir, durante las cuales se lucraron y depredaron el país groseramente. Ahora reclaman un cambio rápido, excusa esta cínica realmente. Es natural esperar que quienes en realidad quieren el cambio lo reclamen ansiosamente, desde su misma honestidad de posición. Pero, como dice Maquiavelo, nada es más difícil de conseguir que introducir un nuevo orden de cosas.
Esperemos, pues, salvadoreños, este nuevo año. Y esperemos que en él, la esperanza y el cambio ya se muestren con mayor claridad. De mi parte, feliz año nuevo a todos los lectores de esta columna, y a mis compañeros del Co Latino, el mejor periódico de El Salvador.
Por eso, yo digo:
Pueblo, ¡Rechaza las discusiones ligeras!
Pueblo, ¡Cuidado con los cantos de sirena!
Pueblo, ¡Levántate y anda!
Pueblo, ¡Decídete por el cambio! ¡Anida la esperanza!
¿De política? ¡Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
oooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!
¿Para qué?
De estas, y de otras cosas, seguiremos hablando, si Diario Co Latino me lo permite.
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