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2010/12/01

LPG-La disputa: una explicación diferente

 Las instancias formales no sustituyen el diálogo franco y más privado que un presidente debe buscar constantemente con sus adversarios.

Escrito por Joaquín Samayoa.01 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
 

jsamayoa@fepade.org.sv

El tema que abordó esta semana el columnista Roberto Rubio (“Desactivar la disputa”, LPG 29/11/2010) es el mismo que desde hace días he venido yo rumiando y ahora me animo a ventilar. Coincido con Roberto en su apreciación de que la confrontación que se traen el presidente Funes y algunos dirigentes empresariales ha ido subiendo de tono y, en esa misma medida, se ha vuelto cada vez más estéril y perniciosa (palabras mías). Sin embargo, difiero en el análisis que él hace de los factores que han desatado esos acalorados enfrentamientos.

En primer lugar, no es el cambio de gobierno lo que ha modificado la relación simbiótica que por muchos años mantuvieron con sucesivos gobiernos de ARENA los sectores empresariales más influyentes de El Salvador. Esa relación comenzó a diluirse a partir del tercer año del gobierno anterior. Fue el presidente Saca quien marcó una clara distancia con los poderes económicos tradicionales y empezó a culparlos de todos los males que aquejan a nuestro país y de la incapacidad del gobierno para ponerles remedio.

Con ese discurso de atribución de culpas, que sirvió para distraer la atención de la corrupción y los desaciertos de su gobierno, el equipo de asesores del presidente Saca pretendió articular y vender su posicionamiento como una “nueva derecha”, cada vez más inclinada a congraciarse con el electorado mediante medidas de corte populista que eran claramente insostenibles a largo plazo pero ayudaban a ganar lealtades políticas en el corto plazo. Lo nuevo no es, entonces, la modificación de la relación entre gobierno y empresarios, sino el manejo mediático del posicionamiento político. Tony Saca siempre fue amable, respetuoso y conciliador en público con sus adversarios; no personalizaba las críticas y no reaccionaba agresivamente a ellas.

Pero en relación con ese primer factor que señala Roberto en su columna, tengo con él una diferencia más de fondo. Según Roberto, la estridencia que estamos observando se explica por la resistencia que ponen unos empresarios codiciosos y desalmados a los intentos que hace el nuevo gobierno por acabar con sus injustos privilegios. Nada nuevo bajo el sol. Aunque tiene algo de verdad, esa explicación es parte consubstancial del rollo ideológico que impide ver posibles errores en las políticas de los gobiernos de izquierda, e impide asimismo conceder razón siquiera parcial a los cuestionamientos que se le hacen a esos gobiernos, no solo desde determinados intereses empresariales, sino también desde los derechos de los ciudadanos, que somos los que, en última instancia, nos vemos beneficiados o perjudicados por las políticas públicas.

En segundo lugar, Roberto atribuye la discordia a la falta de canales o instancias formales para dialogar y buscar entendimientos. A renglón seguido, se refiere al CES como una instancia que “todavía” no tiene lo que debiera tener para ser un mecanismo eficaz de resolución de conflictos y búsqueda de consensos. ¡Como si los enanos pudieran crecer! El CES tiene taras congénitas y genéticas. Fue un parto prematuro, hijo de la manipulación política. Nació sin agenda, sin reglas, sin recursos, sin dientes. Fue concebido para dar sustento a la imagen de gobierno participativo; para legitimar decisiones políticas, no para contribuir a su formulación.

Pero aun si el CES tuviera un potencial real para el distensionamiento y la elaboración oportuna de propuestas, las instancias formales no sustituyen el diálogo franco y más privado que un presidente debe buscar constantemente con sus adversarios para limar asperezas, arrancar compromisos y construirles viabilidad política y financiera a las acciones de gobierno. El presidente Calderón Sol comprendió muy bien la importancia de este tipo de acercamientos y fue eso, más que la existencia de instancias como el CES, lo que le ayudó a lograr un clima más propicio para la gobernabilidad.

Roberto señala como tercer factor de discordia la difícil situación de las finanzas públicas y, en ese contexto, el tema fiscal. En efecto, ese ha sido en las últimas semanas un tema que ha dado ocasión a muchas palabras mal pensadas y mal dichas. Del lado del sector empresarial y de la sociedad civil, la actitud sería menos defensiva si el gobierno mostrara más disposición a racionalizar el gasto público, identificar prioridades y estimular la reactivación del aparato productivo y del empleo.

La disputa: una explicación diferente

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