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2010/12/18

LPG-Función moral del espíritu navideño

 Al menos, cuatro lecciones están siempre presentes: humildad, humanidad, fraternidad, universalidad. Son hondos pero nítidos destellos de animación trascendente, con elocuencia que se sostiene en un hálito inmemorial.

Escrito por David Escobar Galindo.18 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

 

La presencia navideña tiene muchas formas. Una atmósfera nostálgica para los adultos y un momento rebosante de ilusión para los niños. Una conmemoración fundamental en el calendario de los seguidores de Jesús el Cristo y una breve época de distensión de todas las presiones ambientales. Un despliegue comercial y un juego refrescante de cielos abiertos y sensaciones friolentas. Un aguinaldo merecido y una tarjeta de crédito en riesgo inminente. Un juguete anhelado y una sonrisa presta. Una imagen estereotipada de campos nevados y chimeneas humeantes y un mosaico de colores vibrantes en el mapa nacional. Como si al final del año, y en representación de un misterio que encarna tantos alientos vitales y vitalizadores, nos envolviera a todos un aura que nos pone a la vez en el mundo y fuera del mundo.

Pero la Navidad es en primer lugar un misterio religioso, magnético como ninguno. Dios viene al mundo a hacerse partícipe del mismo, en forma perfectamente humanizada. Esto ya es, en sí, la primera enseñanza. Es cierto que la simbología es de cuño cristiano, y por eso nos toca más a los creyentes en este ámbito de la fe; pero la inspiración vale para todos, porque pone de manifiesto eso que está en la esencia misma del ser humano: su vínculo con la sobrenaturalidad, en ruta hacia la divinidad. Aun los que se empeñan en desligarse de ese vínculo, están determinados por él. Y el vínculo es Dios, en persona, en latido, en aroma, en lo que se quiera, porque Dios es la radicalidad del ser encarnado en universo. Para nosotros, los cristianos, Dios se personifica, y eso nos permite hablarle de tú a Tú, lo cual es un privilegio espontáneo, constructivo y ultragratificante.

Detrás de todo lo que representa la Navidad hay lecciones de humanidad destinadas a tocar las telas más íntimas de la naturaleza personal. Esto es lo que llamamos función moral del espíritu navideño. Entre la avalancha de imágenes sentimentales y profanas que se activan tumultuosamente en estos días, hay una singular pedagogía del alma, de la cual resultan mensajes llamados a ser factores remodeladores de las actitudes y del comportamiento derivado de las actitudes. Esto se repite cada año, y cada año habría que aprovechar el momento para recoger sus zumos benéficos. Al menos, cuatro lecciones están siempre presentes: humildad, humanidad, fraternidad, universalidad. Son hondos pero nítidos destellos de animación trascendente, con elocuencia que se sostiene en un hálito inmemorial.

La humildad es un valor que requiere dimensionamiento: aunque parece emparentado con la debilidad de ánimo, en verdad tiene un significado clarificador de la verdadera condición humana. Corresponde, como reflejo saludable, a esa igualdad básica que nos identifica como especie; y, más aún, como titulares de la dignidad de criaturas de Dios. La Navidad grafica tal dignidad, con tintes imborrables. Dios, al presentársenos en encarnación humilde, ejemplifica la grandeza de lo humano: es humanidad asumida sin tapujos. El efluvio de su presencia humanizada impregna el mundo tal como debemos reconocerlo y vivirlo. En la Navidad está el espejo de la revelación puesta a prueba; y esa prueba es, en sí y para nosotros, un oficio de amor, de seguro el más trascendental que nos ha sido otorgado.

Cuando pensamos a fondo en la Navidad, la sentimos como una escena fraternalmente compartible. Todo en ella nos invita a participar en el convivio de lo misterioso que es a la vez familiar. La Sagrada Familia nos acoge en el ambiente de la perfecta sencillez: una pareja que florece en el anonimato, unos animales dulces y fieles, unos pastores que descansan alrededor. Y hasta esos extraños personajes que vendrán de las lejanías parecen vecinos serviciales. La hermandad en estado puro, que irradia hacia todos los rumbos cardinales. Pasan los siglos, y la escena sigue viva, con su sereno virtuosismo global. Ninguna otra escena de que se tenga memoria tiene tal capacidad de germinación espiritual. Revivirla es hacernos partícipes del cariño de la luz superior, que nos envuelve y nos abriga con voluntad siempre magnánima.

Es el milagro en vivo, que se manifiesta con espontaneidad feliz. Es el milagro no pedido, el milagro que quiere hacernos entender que lo milagroso es tan natural como respirar. Por eso de seguro la Navidad nos reconforta tanto, y nos hace miembros gozosos de la unidad entre el pasado, el presente y el futuro. El tiempo es el ajedrez favorito de Dios. Nace un Niño y el universo se transfigura. Se transfigura cada vez que nace un niño. Esa es la función reveladora de este milagro sin fin. Cada día es Navidad. Celebrémosla cada día.

Función moral del espíritu navideño

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