Como viene siendo ya común en los resultados de las encuestas, donde hay que poner más atención no es en los juicios sobre las personas sino en las valoraciones sobre las situaciones concretas.
Escrito por Editorial.08 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Se sabe que las encuestas de opinión popular reflejan percepciones de la ciudadanía en el momento en que se realizan. Hay que distinguir entonces las percepciones, que se basan en el sentimiento, de las opiniones, que se basan en el análisis. Ambas son importantes para poder ir armando un cuadro lo más completo posible sobre el movimiento de una realidad determinada y las eventuales maneras de encarar los problemas que en ella se van produciendo con el paso del tiempo. En cuanto a las encuestas, hay muchas y variadas en el país; pero hasta hoy se ha hecho muy poco uso de ellas para establecer criterios de situación, porque el interés se ha enfocado casi sólo a destacar los resultados más mediáticamente llamativos de las mismas.
Para el caso, el dato que siempre parece resaltar más es la nota que le va poniendo la ciudadanía al Presidente de la República, en el curso de su respectivo desempeño. Al respecto, hay que señalar, para no caer en sobredimensiones de oportunidad, que los salvadoreños siempre hemos sido muy generosos al calificar el trabajo presidencial, quizás porque tenemos bien arraigado el concepto presidencialista, como reflejo del caudillismo de otras épocas. De modo que una buena nota no es algo excepcional, aunque los matices de la valoración ciudadana puedan ser ilustrativos de cómo se perciba el desempeño, no necesariamente de cómo van las cosas.
LPG Datos, la unidad de investigación social de LA PRENSA GRÁFICA, dentro de su calendario de sondeos de opinión programados, acaba de realizar una encuesta cuando se cumple un año y medio de gestión gubernamental y ya se está muy cerca de concluir el primer tercio de dicha gestión. El Presidente sigue bien calificado, con un 69% de aprobación. La impresión positiva parece estarse estabilizando alrededor de esta cifra. La buena nota es una especie de bono político renovado, y así tendría que considerarse. No es un dato en el aire: es un compromiso. Es decir, una credencial para realizar mejor las tareas más difíciles del Gobierno, la primera de las cuales es el esfuerzo de construir una agenda nacional suficiente y efectiva.
Como viene siendo ya común en los resultados de las encuestas, donde hay que poner más atención no es en los juicios sobre las personas sino en las valoraciones sobre las situaciones concretas. La seguridad, la cuestión económica y el rumbo del país surgen, entonces, como las áreas en las que se revela el verdadero sentir ciudadano. La seguridad y la economía parecen irse turnando en el liderazgo de las preocupaciones. En este momento la percepción sobre seguridad muestra alguna mejoría y la percepción sobre lo económico denota cierto deterioro. Es claro que temas como el desempleo y la pobreza atenazan la condición ciudadana.
Persiste la sensación de que el país va por el rumbo equivocado. Esto refleja las frustraciones cotidianas de la inmensa mayoría de los ciudadanos. El ánimo de la población no levanta cabeza, y eso se convierte, sin lugar a dudas, en un factor desestimulador de amplio espectro. El reto mayor, tanto para el Gobierno como para los distintos sectores nacionales, está en generar las condiciones reales para que las conclusiones de la ciudadanía sobre su propia suerte muestren un giro sustancial hacia lo positivo. No bastan las medidas de ocasión, que casi siempre son luces de bengala: de lo que se trata es de que la realidad se ponga al servicio de los intereses concretos de la ciudadanía en vez de seguir pretendiendo que responda a los intereses mediáticos del poder.
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