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2010/12/13

LPG-Desarrollar la autoestima es un imperativo nacional

 Es evidente de toda evidencia que en el país y como sociedad venimos padeciendo endémicamente un gran déficit de autoestima. Los salvadoreños, en especial por efecto de condiciones históricas acumuladas, no sólo no logramos estructurar la psique nacional en función de su propio desarrollo constructivo, sino que, en las décadas recientes, hemos venido perdiendo los pocos apoyos autoconscientes que son tan indispensables para evolucionar bien. Así, para el caso, la noción de Patria es hoy una sombra casi inidentificable, y los símbolos de la misma apenas se perciben en el ambiente. Desmemoriados como hemos llegado a ser con pertinaz descuido, ni siquiera recordamos lo que pasó ayer, ya no se diga lo que pasó en los anteayeres que se van alejando en el tiempo. Y si no hay memoria tampoco puede haber verdadero arraigo.

Escrito por David Escobar Galindo.13 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

La frustración y el desencanto hacen presa fácil de los débiles de ánimo. Los salvadoreños podemos ser cualquier cosa menos débiles de ánimo, y por eso la frustración y el desencanto no podrían estar en nuestra agenda.

Condiciones históricas acumuladas es la frase que acabamos de escribir. Y la primera de ellas es, sin duda, la resistencia de las fuerzas principales del país a reconocer que el país es uno y no una serie de fragmentos en batalla perpetua entre sí. La principal responsabilidad de este desaguisado recurrente recae en los liderazgos nacionales sucesivos, que son políticos, económicos, sociales, espirituales y culturales. Nuestros liderazgos tradicionales –que en buena medida sobreviven con obstinación de fantasmas heroicamente aferrados al absurdo de su artificio cada vez más patente— nunca fueron capaces de construir nación, y por eso el mosaico de nuestra vida republicana viene siendo algo así como una serie de remiendos asimétricos. Y es que para construir nación hay que poner en la base conciencia de nación.

No hablamos aquí de engreído nacionalismo, sino de autorreconocimiento de lo que somos, con voluntad de valorarlo y valorarnos. El ser un país de emigración de seguro ha sido un factor incidente en el curso del tiempo; pero en este punto se ha dado, a raíz de la caudalosa emigración de los últimos 25 años, un giro insospechado, que se vincula con los novedosos escenarios de la globalización: esta emigración, que ha ido a emerger, no a desaparecer, está haciendo posible una visión entrañable de país, iluminada por la nostalgia que quiere recuperar la vida y por eso mismo llega impregnada de alientos revitalizadores. Persisten aún las percepciones autodespectivas, pero en la realidad se siente, en medio de las infinitas dificultades del día a día, el brote, aun muy incipiente aunque ya identificable, de esa conciencia de nación que tanto necesitamos.

Tal brote puede advertirse –como signo irrefutable-- en la actitud de la ciudadanía frente a su responsabilidad como actor democrático fundamental. La ciudadanía se ha venido desmarcando progresivamente de los dictados omnímodos del poder. Durante la guerra se graficó dicha actitud como nunca antes, aunque los actores principales de la contienda bélica se negaran a verla y desde luego a aceptarla. Tanto el poder estructural como el poder revolucionario dieron por sentado que la ciudadanía –el pueblo o la gente, como quiera llamársele— seguiría las órdenes del respectivo “conductor” con obediencia de rebaño. Y, en frase antes muy usual, a ambos “les salió sapo”. La ciudadanía se fue retirando del conflicto y los dejó hablando solos, como en una típica pieza del teatro del absurdo. Ahí empezó un modo diferente de sentirnos como conglomerado.

Pero fortalecer y fortificar la autoestima nacional no puede ser un ejercicio retórico: tiene que ser un proyecto en marcha. Es decir, sólo en la medida que el país se reencuentra es posible irse sintiendo plenamente perteneciente al mismo. E insistimos en algo que es clave para que esta dinámica vaya tomando forma: la responsabilidad principal está en los liderazgos nacionales. Y con liderazgos traumatizados y traumatizantes, cristalizados y obsesivos es casi imposible que tal responsabilidad se cumpla como debe ser. Este es uno de los problemas básicos de nuestro proceso de democratización: la falta de liderazgos que den la debida seguridad de que su desempeño será el servicio unificador que la realidad evolutiva demanda. Y en tanto esto se mantenga poco se podrá lograr en la línea de la consolidación de la conciencia nacional.

La mejor garantía de que podemos avanzar en la autoestima colectiva y por ende en la seguridad básica es la actitud ciudadana mayoritaria. Tal actitud apunta al esfuerzo y a la solidaridad, y persevera políticamente en la sana práctica de los equilibrios. Si los liderazgos correspondieran a todo ello, otros gallos nos cantarían en los nuevos amaneceres. Los salvadoreños tenemos muchas cosas por las que preocuparnos y otras tantas por corregir, pero a la vez contamos con buenos motivos para sentirnos orgullosos y dispuestos a consolidar la tarea prioritaria de seguir descubriendo nuestro ser nacional en perspectiva. La frustración y el desencanto hacen presa fácil de los débiles de ánimo. Los salvadoreños podemos ser cualquier cosa menos débiles de ánimo, y por eso la frustración y el desencanto no podrían estar en nuestra agenda.

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