Teresa Guevara de López.26 de Diciembre.Tomado de El Diario de Hoy.
Esta semana, en la Iglesia de María Auxiliadora, recibieron la ordenación como sacerdotes salesianos, dos jóvenes profesionales salvadoreños. Edward de la O Castellón, oriundo de Cojutepeque, exalumno de la Ciudadela Don Bosco, y graduado como doctor en medicina por la Universidad Nacional. Y con él, Mauricio Alberto Dada Jaar, bachiller del Colegio Lamatepec, de San Salvador, y graduado de Ingeniería Industrial de la Universidad de Carolina del Norte.
Un acontecimiento extraordinario, en este mundo conflictivo y desquiciado, que rechaza el sacrificio y la entrega, donde los valores espirituales parecen haber cedido ante el empuje del materialismo hedonista. Una ceremonia de alto contenido espiritual, a la que muchos asistíamos por primera vez, y que considero merece ser compartida. Una experiencia emotiva, para los que hemos conocido a Mauricio Alberto Dada Jaar desde su niñez, así como a sus padres, Alberto (quien desde el cielo nos acompaña) y Doris, cuyo hogar ejemplar fue el terreno donde creció la semilla de la vocación de su hijo.
La ceremonia fue presidida por el cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, acompañado por su obispo auxiliar Mons. Juan José Pineda, y de un numeroso grupo de sacerdotes salesianos, que formaron la procesión de entrada, a los acordes de un extraordinario coro. Los ordenandos vestían alba blanca y la estola cruzada, que es el símbolo del diaconado.
El rito de la ordenación comienza preguntando a los superiores si consideran a los candidatos dignos de recibir el Sacramento del Orden, y a los ordenandos su libre determinación de desempeñar el ministerio sacerdotal, apacentando el rebaño del Señor, dejándose guiar por el Espíritu Santo. De rodillas, colocan sus manos entre las del obispo, como expresión pública de obediencia y respeto, y luego se postran, rostro en tierra, mientras el coro canta las Letanías de los Santos.
Sigue la imposición de las manos, momento esencial en la ordenación sacerdotal y de gran significado, ya que los obispos, como sucesores de los apóstoles, pueden transmitir a los ordenandos el poder de perdonar los pecados y de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es el milagro de la sucesión apostólica, privilegio que mantiene la Iglesia Católica, otorgado por Cristo a los primeros doce, en la noche del Jueves Santo, con las palabras "Haced esto en memoria mía". Y aunque a través de los siglos ha habido sacerdotes indignos, la imposición de las manos los hace sacerdotes para toda la eternidad.
Es un momento muy emotivo cuando los padres de los nuevos sacerdotes, suben al altar para vestirlos con la estola presbiterial y la casulla, y ellos se arrodillan ante el obispo, quien ungirá sus manos con el Santo Crisma. Manos consagradas para bendecir y santificar al pueblo cristiano y ofrecer el santo sacrificio de la misa. Viene luego la entrega del pan y el vino, ofrendas que el pueblo da y Dios devuelve transformados en el Cuerpo y Sangre de Cristo, mientras el obispo pronuncia estas impresionantes palabras: "Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras. Y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor".
Es un regalo de Dios para la sociedad salvadoreña la ordenación de Edward y Mauricio Alberto, quienes con generosidad heroica dieron un sí valiente a la llamada del Señor, para dedicar su vida a la difusión del Evangelio y a llevar a las almas al cielo, en la certeza de que el Señor, que es buen pagador, les recompensará con el ciento por uno, tal como Él lo prometió.
Los amigos que tuvimos el privilegio de acompañar a la familia Dada Jaar, nos unimos a su acción de gracias por este beneficio, y ofrecemos nuestras oraciones para que el padre Mauricio Alberto sea un sacerdote bueno y fiel, según el Corazón de Cristo.
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