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2010/12/22

EDH-Ojos limpios

 Federico Hernández Aguilar.22 de Diciembre. Tomado de El Diario de Hoy.

El acontecimiento, si hemos de juzgarlo por las referencias conocidas, sobreabundó en modestia. Fuera de un puñado de hombres sabios que se guiaron por señales en el firmamento, la mayoría de los que participaron del misterio se dedicaba a cuidar ovejas. Aunque emocionados hasta el tuétano, ¡ni queriendo hubieran podido escribir una línea sobre lo ocurrido! Y puesto que el asunto se desarrolló en un establo, donde se apilan los instrumentos de labranza y duerme el ganado, lo más seguro es que hasta los propietarios de aquel albergue roncaban de lo lindo cuando Jesús vino al mundo.

No existen argumentos humanos que permitan explicar por qué un acontecimiento tan… irrelevante sea todavía celebrado por millones de personas en todo el mundo. Resulta más bien lastimoso que una pareja de recién casados tuviera que pasar la noche entre animales de campo, justo cuando las labores de parto eran inminentes. Aquella penosa situación, si acaso removiera la conciencia de quienes la presenciaron, no debería provocar semejante vibración planetaria dos mil años después.

No debería… Pero lo hace. Y no únicamente lo hace: reúne otra vez, alrededor de un niño indefenso, a quienes saben ser humildes de corazón, a los sencillos. Si damos crédito a las palabras que ya adulto iba a pronunciar aquel bebé, sólo quienes conservan en su interior una candidez de infantes podrán disfrutar a plenitud esta fiesta anual. Sólo ellos.

A los "sabios" de hoy les da por renunciar a la poesía. Encuentran poco probable que Dios haya tenido la magnanimidad de venir a la tierra a hablarnos de Él. Prefieren creer, por ejemplo, que el azar ha conseguido animar la materia. Luego afirman que nuestra capacidad para "inventar" a la divinidad es consecuencia de la soledad inmensa que padecemos: provenimos del vacío y estamos destinados al vacío.

Cómo justificamos la ética (o cualquier sistema aceptable de valores) partiendo de esa tesis, nadie ha podido explicarlo satisfactoriamente hasta ahora. Lo cierto es que ninguno de estos racionalismos ha hecho a la humanidad mejor de lo que era. En cambio, aquel humilde alumbramiento de Belén ha transformado las vidas de millones de seres humanos concretos.

El asunto no es banal, si lo colocamos en la debida perspectiva. Los pocos años que Jesús predicó apenas le alcanzaron para reunir en torno a sí a la docena de hombres contradictorios que luego le abandonaron. Ninguno tuvo las agallas suficientes para rebelarse contra la injusticia que le vieron padecer, pero todos murieron en su nombre, valientemente, cuando ya el maestro no estaba entre ellos. Casi desde su génesis, diríamos, el itinerario del cristianismo es inverosímil, porque los mismos que fueron incapaces de morir al lado de Cristo se convirtieron en la semilla del movimiento doctrinal que terminó cambiando radicalmente al mayor imperio de la historia.

Lo sorprendente no es, para entendernos, que Constantino hubiera dictaminado la libertad del nuevo credo desde su poder imperial, sino que tres siglos de padecimientos y persecución, antes, no hubieran sepultado para siempre el mensaje de Jesús. Tamaña abundancia de mártires debería llevarnos a pensar, al menos, que ninguna ilusa teoría sobre exaltaciones colectivas alcanza a explicar la sangre de que está atiborrada la historiografía cristiana.

La concupiscencia documentada de muchos pontífices, los clericalismos abyectos de algunas épocas, los fanatismos y las crueldades que el escepticismo actual gusta airear con relamida suficiencia, dan buena cuenta de la miseria que ha caracterizado, también, a los imperfectos seres humanos que se han proclamado cristianos. Nada de qué asustarse, por cierto, tomando como base las insuficiencias de los primeros doce.

Lo que el escéptico debe explicarse no es la podredumbre de los hombres y mujeres que fallan en el seguimiento de Cristo, sino la coherencia heroica de quienes sí se han tomado en serio lo que dijo e hizo aquel galileo proscrito. Dejemos a un lado a la muchedumbre que pobló catacumbas, sufrió la cárcel y regó con sangre los circos romanos. Pensemos en los que entregaron sus vidas a ideales trascendentes, convirtiéndose en ejemplos luminosos de servicio a los demás.

Recreemos las hazañas de misioneros y teólogos, monjas y obispos, religiosos y seglares, que en dos milenios han dejado la impronta cristiana en las más variadas luchas por la dignidad humana, desde el combate a las pestes del Medioevo hasta la cruzada mundial contra el sida de nuestros tiempos. Seres frágiles, pero luchadores, que se desgastaron por entero en extraordinarias misiones terrenales procurando una tierra celestial, algo que ya en el Siglo IV hacía exclamar al anacoreta Evagrio Pontico: "A una teoría se puede responder con otra teoría. Pero, ¿quién podrá jamás refutar una vida?".

Lo asombroso es que a todas esas vidas las encendía el mismo amor y el mismo personaje, un personaje excepcional que vino al mundo de la manera más sencilla, en las circunstancias menos glamorosas, y cuyo cumpleaños estaremos celebrando pasado mañana. Seamos o no creyentes, contemplar con ojos limpios el nacimiento de aquel bebé no nos hará ningún daño. Y hasta puede que descubramos significados que no le conocíamos a la Navidad.

elsalvador.com :.: Ojos limpios

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