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2010/12/01

Contra Punto-Estado, ¿dónde estabas? - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Benjamín Cuellar Martínez.01 de Diciembre. Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR - El domingo 14 de noviembre, con diez meses de vida, Daniel Alexander Amaya García sufrió un infarto. Desde antes, Danielito estaba en “lista de espera” −como dicen en el “Benjamín Bloom”, único hospital público al “servicio” de la niñez salvadoreña− para una operación de corazón abierto por una malformación conocida como “Tetralogía de Fallot"; la fecha señalada: lunes 1 de noviembre. Pero le avisaron a Yanci, su madre de diecinueve años de edad, que la intervención se haría hasta abril del 2011 porque había otro niño más grave que su bebé y la necesitaba primero. Danielito no pudo esperar y lo operaron de emergencia este miércoles 17 de noviembre; pero lejos de curarle su daño cardíaco le afectaron las arterias que conectaban con sus pulmones y riñones. La criatura falleció ocho días después en ese establecimiento de “salud”.

Previo al desenlace fatal, lo trataron de nuevo el viernes 19 y le dejaron la herida abierta. Se la cerraron el domingo 21 y se la abrieron otra vez el martes 23 porque, según los médicos, no respiraba bien y su corazón seguía sin funcionar correctamente. Por eso, cuenta la joven madre, le ordenaron un examen para ver cómo trabajaba su corazón. Un doctor con más experiencia que los encargados de atender a Danielito en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), dictaminó que ese examen era innecesario pues el corazón del niño marchaba perfectamente y que su problema respiratorio se debía a que los pulmones dejaron de trabajar bien tras la primera operación, aunque empezaron a hacerlo de forma correcta después de la segunda; sin embargo, esos órganos vitales debieron reaprender a desarrollar su actividad. El ducho galeno también dijo a sus torpes colegas que la medicina que le estaban aplicando al angelito no era la adecuada y ordenó cambiársela; pero para entonces, ya se la habían aplicado durante casi ocho días.

A las nueve de la mañana con veinte minutos del jueves 25 de noviembre, fecha que jamás olvidará Yanci, Danielito no pudo seguir la lucha que libró por su vida; lo hizo, incluso, contra quienes se “especializan” con éste y más bebés igual que él: sin recursos para pagar atención de calidad y con calidez. Así, murió por daño “cardioquímico” o algo así pues ni siquiera se entiende la letra del médico, insuficiencia renal aguda y daño hepático. Todo eso decía la partida de defunción elaborada en el hospital al que ingresó padeciendo únicamente del corazón. ¡Por favor!

Falleció sin su madre en la soledad de una UCI que no significa −para nada− “unir, crecer, incluir”. Yanci debía esperar la “visita” que inicia a la una de la tarde y es de sesenta minutos. Hay otra entrando la noche; aunque en teoría dura lo mismo, en la práctica es de treinta. Ese doloroso y triste día entró, como siempre, a la primera “visita” y fue hasta entonces que le notificaron el deceso de su hijo; le dijeron que el cuerpecito estaba en la morgue y que debía traer una “cajita” para que se lo pudieran entregar. “Los muy desgraciados −dice la doliente madre− no pueden tomarse la molestia de avisarnos sobre la muerte de nuestros hijos, sino que esperan hasta la hora de ‘visita’”.

Yanci llamó por teléfono a quien, solidariamente, la había acompañado en su calvario. No se entendía lo que hablaba la pobre joven. “Sólo logré entender que dijo −cuenta esta “Teresa de Calcuta” salvadoreña− ‘mi hijo se murió’”. Y prosigue: “Me fui lo más rápido que pude y llegué afuera del hospital por donde ella salió, porque estaba parada ahí sin saber qué hacer. Nos abrazamos. Yo sentía que debía darle fuerza a ella, pero me era casi imposible porque como madre me imagino que la pérdida de un hijo es lo peor que puede suceder”.

Al llegar al hospital con la “cajita” blanca recién comprada, ambas fueron a la morgue. En las sillas, esperando, estaba otra madre que le dijo: “¡Se me murió!”; Yanci le contestó: “¡A mí también!”. Y siguieron ambas con su amargo llanto. La otra víctima tenía ocho meses de vida y entró por pulmonía; lo sedaron tres días y no despertó cuando le quitaron el medicamento; en dos duras palabras le resumieron a la mamá lo que le había ocurrido al niño: muerte cerebral.

Regresando a Danielito, en la morgue le “explicaron” a Yanci que debía ir a “admisión” a pedir el acta de defunción que llenó la doctora Miriam Haydee −la víctima no recuerda el apellido− pues era ella quien lo vio siempre en la UCI con otro médico no identificado con nombre y apellido. Con la “cajita” y el acta, se dirigieron de nuevo al sitio donde estaba el cuerpecito para que se los entregaran. La funeraria donde se compró el ataúd también les alquiló el vehículo para trasladarlo adonde reside la familia en el oriente del país.

Para tener idea del maltrato por parte del personal del “Bloom”, desde los encargados de la seguridad hasta quienes llegan a “especializarse” a costa de las pobres criaturas, continúa el relato de la fraterna amiga de Yanci:

“Fuimos con el vigilante para que nos dejara entrar y dejara entrar a los de la funeraria. Y resulta que debíamos esperar, porque había que llenar unos datos importantes. Y ahí nos ve a la Yanci con su dolor y yo en mi angustia de no saber qué decirle para que se pudiera sentir mejor. Esperando bajo un gran sol que hacía, en el portón de la parte de atrás del hospital, hasta que la persona que llenaba los datos importantes llegara. Entonces le pregunté al vigilante que estaba abriendo y cerrando el portón, que si la ‘secretaria’ no estaba o que si no había relevo en esa oficina que más bien era una caseta. Me dijo que era el ‘vigilante jefe’ quien llenaba los datos. ‘Aquí nunca pasa −comentó el guardia− y sólo si se termina el turno lo relevan, pero él ahorita ha salido a comprar; ya va a regresar, tengan paciencia’. Así fue. Esperamos a que el ‘vigilante jefe’ llegara y llenara la hoja con los datos, que no eran más que las placas del microbús de la funeraria y los nombres del niño y la madre. Esos datos los pudimos escribir nosotras, para entrar rápido. Además, el ‘vigilante jefe’ no debía dejar su trabajo nunca”.

El vehículo de la funeraria quedó donde entran y salen las ambulancias; por eso, sólo uno de los muchachos acompañó a las dos jóvenes madres. Una mujer les abrió la puerta de la morgue y Yanci le dio el acta; les dijo que pasaran a recibir el cuerpecito. Sin cerrar la puerta, fue a buscar un libro; también estaba abierta la sala de autopsias. Entonces entró una amiga de ella a la que le ofreció asiento, mientras le decía a la víctima y a su acompañante que la esperaran “un momentito”. De una bolsa negra sacó tres cajas, al parecer de guantes, y se las entregó a la persona que llegó; ésta le dio las gracias. “De nada, ya sabés”, respondió. Y las víctimas, esperando. Al rato, encontró en el libro los datos del niño y le pidió el Documento Único de Identidad (DUI) a Yanci, llenó los datos que hacían falta y sacó a Danielito del depósito donde estaba −frío, pero no con la frialdad de ella− para colocarlo en una mesa de aluminio que se encontraba enfrente.

Quien acompañaba a Yanci, describe la desgarradora escena: “Estaba inconsolable. No dejaba de llorar. Vio a su bebé envuelto en esa sábana, con sangre en la carita; vio la forma en que la mujer lo sacó y lo puso en la mesa, como quien pone un pollo o algo así… Como si no se tratara de un ser humano; y mucho más especial aún, por ser un bebé. En ese momento le dije yo a la mujer que allí estaba la ropa; ella, dura, me indicó fuerte: ‘¡Vaya, vístanlo!’ Yo me quedé impactada. Primero, por el cadáver; y luego por la madre del niño inconsolable que, imagino, deseaba morirse junto a su hijo; además, por la frialdad y la repugnancia de aquella mujer. El joven de la funeraria empezó a desenrollar la sábana y cuando ya se vio el cuerpecito de Danielito, la mujer de la morgue le dijo a Yanci: ‘¡Vaya, firme aquí!’ Claro, Yanci con el impacto de su hijo y con la autoridad que le dijo la otra, firmó”.

“Aún estaba inclinada en el escritorio −continúa relatando la amiga solidaria− y la mujer le aclaró: ‘Vaya, ya firmó que no autoriza la autopsia; porque en la autopsia se le sacan el cerebro, los intestinos… antes que se le comiencen a podrir y eso es como una forma de preparación’. Escuchando eso, ¿a qué madre le gustaría que le hicieran la autopsia a su hijo? Yo estaba sacando de una bolsa la ropa que le íbamos a poner al niño, cuándo escuché que le dijo eso. Me acerqué al escritorio a ver y era cierto: firmó algo que decía que no autorizaba la autopsia. Claro, pienso que a ellos no les convenía hacerla”.

“Yanci −sigue la narración− se quedó junto al escritorio. No se movió, no dejó de llorar desesperada, angustiada, con un dolor tremendo. Yo no sabía si abrazarla o ayudar al de la funeraria para salir rápido de ahí. En cuestión de segundos pensé que debía ayudar y sacar a Yanci de ahí; me puse los guantes y comencé a vestirlo. Qué pena más grande la que sentía al estar vistiendo a un niño que pudo haber vivido muchos años, si lo hubieran operado el primero de noviembre tal como estaba programada; o si los médicos que lo atendieron hubieran sido capaces y no unos aprendices; un niño que era la alegría de un hogar; un niño que la abuelita Katy −mamá de Yanci− amaba, cuidaba y esperaba en su humilde casa a que llegara para seguirlo cuidando; un niño que pudo haber sido una gran persona en la vida; un niño que si nuestra realidad fuera otra, estaría ahora recuperándose de una excelente intervención quirúrgica”.

El joven de la funeraria dijo que había que enterrarlo en la mañana del siguiente día, pues estaba demasiado inflamado y había que prepararlo. La mujer de hielo afirmó que no era necesario, que comparan formalina en la farmacia y la echaran en un litro de agua para inyectar el estómago del cuerpecito; con eso duraría hasta la tarde, aseguró. Ante la negativa de las víctimas, dijo: “Si eso no cuesta nada, usted”.

De nuevo, la amiga de Yanci denuncia: “Yo le dije que no era lo que costara, sino que la mamá del niño no le iba a hacer eso ni yo tampoco. Si es un bebé, no le podemos hacer eso. Y me dijo que ella lo preparaba, pero que no podía; que habíamos muchos ahí. Mientras comía un ‘choco banano’. Me dijo que nos saliéramos y que iba a ver si podía hacer algo. Al cabo de unos minutos nos dejó entrar, me dio un bote con formalina y me dijo: ‘¡Vaya, inyéctenlo ustedes!’ Lo agarré y se lo di a Yanci. Le dije al de la funeraria que siguiéramos vistiéndolo y así lo sacamos de ahí. Agarré a Yanci del brazo y le pedí al de la funeraria que nos explicara cómo es eso de la preparación; nos dijo que no era de inyectarle el estómago, sino que en las venas y que había que hacerle una pequeña herida para sacarle los gases de los intestinos pues por eso estaba tan inflamado. Le pedí que mejor lo prepararan ellos; así, Yanci y su familia podían estar con Danielito por lo menos unas horas más”.

¿Dónde estaba el Estado y sus servicios para atender a Danielito con calidad y calidez? ¿Estará el Estado dispuesto a investigar si hubo o no malas prácticas en este caso y a juzgar a sus responsabales? Ese mismo Estado, con bombo y platillos, un día después de la terrible pérdida sufrida por Yanci aprobó la “Ley especial integral para una vida libre de violencia para las mujeres”. ¿No fue violento en exceso todo lo que le ocurrió a esta joven madre?

PD: El Estado salvadoreño propuso en las Naciones Unidas que el 24 de marzo fuera proclamado como el “Día internacional por el derecho a la verdad, en relación con graves violaciones y de la dignidad de las víctimas”. La moción fue aprobada unánimemente por la Asamblea General del organismo el pasado jueves 11 de noviembre; pero dieciséis días después, ningún representante de ese Estado asistió al homenaje a los dirigentes del Frente Democrático Revolucionario (FDR) asesinados hace tres décadas. ¿Candil de la calle, oscuridad de su casa?

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