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2010/12/18

Co Latino-Estado y cultura urbana y rural en nuestro país | 17 de Diciembre de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 Ramón D. Rivas.18 de Diciembre. Tomado de Diario Co Latino.

La pregunta es: ¿qué papel ha jugado el Estado a lo largo de la historia en lo que respecta a ese hecho de trastocar las pautas de reracionamientos tradicionales de los salvadoreños? Con esto, me refiero concretamente a todas aquellas formas de convivencia, y naturalmente las enmarcadas en la socialización como elemento clave para el buen vivir y que se aprenden de una manera  formal en la sociedad, precisamente, empujadas desde las instancias educativas.
Pero también me refiero a lo informal, es decir; aquellas practicas, también de socialización, que el ser humano dedica principalmente al ocio y al esparcimiento. Estos son elementos tan importantes para el buen funcionamiento de toda sociedad, como lo son también la religión y naturalmente el trabajo. Y es que demostrado esta que los espacios  de esparcimiento y que son culturales son lugares indispensables para crear nuevas identidades colectivas, fomentar convivencias y generar áreas de encuentro y recreación para los pobladores. Esto naturalmente nos lleva a reflexionar y a preguntarnos:  ¿qué es y ha sido el Estado y naturalmente para qué sirve?  Las teorías son diversas y variadas y se enfocan desde puntos de vista políticos que van  desde la derecha hasta la izquierda.
Pero  en esta reflexión, soy de la opinión que lo más importante es ver cómo el Estado moderno nace.  Según Alan Turein (sociólogo Francés), el Estado nace para proteger al ciudadano y para Michael Foucault, el Estado es  la institución que crea los mecanismos de poder-saber, así como el del  control del cuerpo y de la mente del sujeto. Ahora bien, en el caso salvadoreño se constata, por los referentes bibliográficos y la realidad concreta, que el Estado ha privilegiado los mecanismos de coerción sobre los ideológicos, lo que no crea empatía ni legitimidad con el sistema de dominación política.
Este es un punto interesante que muchas veces ha quedado, por lo menos en la academia, desapercibido. Y es que si nos fijamos en el  momento actual, para hablar de urbanidad, es necesario, primero, hablar antes de ruralidad pues es ahí donde precisamente podemos analizar el tipo de reracionamiento y de cultura de los habitantes en nuestro país, es decir, de una urbe que tanto se diferencia en su modernidad  y eso pasa por la articulación de programas educativos de entretenimiento y de higiene que transforman la mentalidad y el comportamiento de la visión de las cosas. En este país, por razones de índole social y natural ha habido una constante migración del campo a la ciudad y con un desorden de considerables dimensiones. De acuerdo a la historiadora Claudia Ponce, en un interesante artículo, hace referencia que; ya para 1940, San Salvador estaba constituido como la principal urbe del país con el despliegue de centros de comercios, es decir; tiendas que atraen a la gente del campo con la esperanza de elevar su situación económica. Pero estos migrantes se ven en la desgracia de no contar con el nivel académico ni tecnológico necesario para ser absorbidos en la modernización de la capital.
Aquí notamos que San Salvador es un centro poblacional cuya dinámica de rerelacionamiento laboral exige mayor nivel de preparación académica y de integración al mercado mundial. Importante es de estudiar cómo San Salvador experimenta ese cambio de mentalidades. Y es que de acuerdo al historiador Chester Urbina Gaitán, ya desde finales del siglo XIX, San Salvador ha creado una infraestructura urbana con bibliotecas, museos, teatros, cines, escuelas, colegios y cuarteles que para el campesino recién llegado es toda una vivencia totalmente diferente a la del campo. 
La pregunta es ¿cómo medir el impacto de la vida citadina en la transformación metal de estas personas que llegaban a la ciudad? Esa pregunta  por muy extraña que parezca vale hoy en día para esos cientos de campesinos  que llegan y se establecen en los pueblos y ciudades del país.  Los historiadores hasta este momento han privilegiado el Estado liberal destacando hechos violentos como la matanza de 1932 pero aquí es interesante ver que uno de los pocos historiadores que ha trabajado a nivel regional, y en el país, este fenómeno de la dominación ideológica a través de la sociabilidad, como es el caso del fútbal, es el historiador Chester Urbina Gaitán. Para este investigador, la utilización de los medios de comunicación en la transmisión de valores capitalistas e identitarios comienza con Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944), precisamente con charlas periódicas, principalmente en la radio.
Es el tiempo en que se va gestando, a su modo, un cierto proyecto de nación con raíces propias como muy bien afirma Thomas Anderson. Hasta la época de Martínez, el Estado había jugado el papel de padre pero a partir de la revolución de 1948 y hasta 1960 es evidente que el Estado se convierte en director de la sociedad. El referente a la planificación urbanística de la ciudades, en nuestro país, ha sido muy poco estudiado, salvo los estudios de Mario Lungo, pero hay referentes históricos que señalan que desde las reformas liberales de Zaldívar el Estado se avocó a la construcción de obras públicas; de edificios, carreteras y puentes, principalmente.
Aquí es donde vamos viendo ya al Estado como organizador del territorio nacional y trastocador  de las relaciones con el espacio a través de carreteras y obras de edificación. Esto rompe con la rutina ya que no es lo mismo ver un ranchito de paja que un edificio de concreto.
Pero desde estos primeros orígenes del Estado vemos una falta de continuidad en un proyecto urbanístico a largo plazo y esto se da precisamente  por la poca visión de los gobernantes. Es como que a los gobernantes no les interesaba la gente del país, su visión la tenían puesta en el exterior. Se constata un especie de incapacidad por parte del Estado para articular políticas culturales de alcance nacional. Hasta en los últimos años hemos constatado que se han  mantenido dichas posturas políticas mediatizas. La cuestión es que, hemos aprendido que no hay que desligar lo urbanístico de un proyecto de nación, se debe pensar en la calidad de vida de los habitantes, de un pueblo, de una ciudad, de un país.
Y es que soy de la opinión que está bien construir más hospitales, ya que la gente necesita de buena salud, así como también de más y mejores centros de educación, pero constatamos que desde 1960, hasta los Acuerdos de Paz, firmados en 16 de enero de 1992, el Estado se concentró más en su modernización militar y después de la guerra de los ochenta el Estado se centró en la construcción de obras públicas para el trafico comercial nacional y regional. La pregunta es ¿qué se ha hecho con el ser humano? ¿Se han podido satisfacer las necesidades vitales de los salvadoreños?  Vemos que en este país, desde los primeros años de la conformación del Estado, las mismas políticas desarrollistas, se ha venido llevando a cabo de una manera sucesiva sin  tomar en cuenta el bienestar del ser humano que fue relegado a un segundo plano.
Todo esto nos lleva a pensar que si no se ha pensado en el mejoramiento del nivel de vida, se entiende que la educación no ha sido el mecanismo de ascenso social de las personas, lo cual incide en la forma de ver las cosas y de pensar en la formación de una mano de obra especializada y competente a nivel mundial. Este país es un Estado receptor de tecnología de poco peso tecnológico, por no decir nada, a nivel mundial. 
En este país, a lo largo de la historia se puede constatar la poca inversión en lo social ante lo económico y lo coercitivo en este caso la Fuerza Armada que afortunadamente ahora si se ha encauzado por otro rumbo. Si hay una institución que ha cumplido a plenitud los Acuerdos de Paz, esta ha sido  precisamente la Fuerza Armada y eso es  de reconocerlo y mencionarlo. Y es que considero que el Estado debe de preocuparse por elevar el nivel educativo y cultural de las personas, que responda a las necesidades de un mundo globalizado y donde prevalezca el mutuo entendimiento para que el vecino citadino y el campesino puedan vivir sanamente.
El Estado tiene la obligación de preocuparse por la superación cultural y la inserción tecnológica de un mundo más exigente y competitivo. No nos podemos permitir, como país, convivir con connacionales que pueden escribir pero también con  ciudadanos que desconocen las mínimas reglas de urbanismo e higiene para poder convivir y desarrollarse plenamente. Un extranjero me dijo una cierta vez: “yo nunca voy a comprar fresco en bolsa por la poca higiene de las vendedoras, las monedas se hacen revuelven con los deshechos  billetes y así se agarra el hielo y se sirve…” Lo mismo vale para aquel vendedor de pan a un lado de las aguas servidas en los andenes de parque Hula-Hula y qué se yo que más... 

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