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2010/12/11

Co Latino-Discriminación, distorsión y expulsión | 10 de Diciembre de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 Orlando De Sola W.11 de Diciembre. Tomado de Diario Co Latino.

Se dice en economía que todo impuesto es un ahorro forzoso, o involuntario, que el
ahorro es un consumo postergado y que el fin del proceso productivo es el consumo, no el consumismo.
La economía no es una ciencia exacta, como la física y la química. Es una ciencia social, como la política y la sociología, que tratan sobre la conducta y la conducción de los grupos humanos.
Durante el siglo XIX la economía se mezclaba con la política, llegando a llamársele economía política, no economía a secas, como ahora, porque se pensaba que el fin de la economía, como la política, era condicionar y conducir  la acción humana.
A finales del siglo XX, sin embargo, la economía fue redefinida como “la humilde observación, o estudio, de nuestra natural inclinación al trueque, o intercambio”, dejando atrás la fatal arrogancia de pretender satisfacer, con recursos escasos y ajenos, las inmensas necesidades de la humanidad, lo que no excluye que algunos sigan utilizando la economía para fines políticos, como a veces sucede con los bancos centrales, los ministerios de economía y los de hacienda, cuyos funcionarios a veces se extralimitan y extrapolan de la economía lo que para fines políticos, o partidistas, les conviene.
La economía no es el arte de redistribuir recursos escasos, ni de hacer justicia distributiva, o conmutativa, porque al hacerlo se degenera, igual que se degenera la política cuando la interpretan como “el arte de lo posible”, o cuando el derecho se convierte en “la ciencia de la malicia”. La economía no es justa, ni injusta, porque no es para eso, sino para satisfacer necesidades ilimitadas con recursos limitados por medio del intercambio de bienes y servicios, sin recurrir a la fuerza, la estafa, o El engaño. Para evitar eso existe el estado de derecho y el sistema judicial.
Además de ser un ahorro involuntario (que seguramente no acataríamos si pudiéramos escoger) los tributos, o impuestos, tienen efectos sobre la conducta   de los ciudadanos, contribuyentes y consumidores de bienes y servicios.
Desde que nacemos hasta que morimos, todos tenemos ese triple papel de ciudadanos, contribuyentes y consumidores. Cualquier medida tributaria nos afecta, hasta los que todavía no han nacido, especialmente cuando la deuda pública acumulada supera la capacidad tributaria, o capacidad de ahorro forzoso de cualquier grupo humano.
Se dice que el proceso, o ciclo productivo, tiene tres etapas, que son ahorro, inversión y consumo. No puede haber consumo sin inversión previa, ni inversión sin ahorro previo. Esas etapas ocurren en forma simultánea, en todo el mundo, sin que estemos conscientes de ello. Es preferible que este proceso ocurra sin discriminación a los ciudadanos, contribuyentes y consumidores, cuyo efecto económico es la distorsión artificial del proceso, especialmente en las etapas de ahorro e inversión.
En algunos países los gobiernos cobran impuestos al ahorro voluntario, cuando este es posible porque hay excedentes después del consumo mínimo vital. Pero no es aconsejable sustituir el ahorro voluntario,  con el ahorro forzoso, o involuntario, en la forma de impuestos. Cuando la subsistencia es precaria y el consumo es mínimo, los impuestos no sustituyen al ahorro voluntario, aunque se diga que la tributación puede convertirse en beneficiosa inversión pública. Pero, ¿cómo distinguir entre inversión y gasto público?  Da la impresión que en la actualidad el fin es aumentar el consumo generado por una burocracia mejor pagada, no la inversión en presas, puentes, carreteras, escuelas y hospitales que podrían construirse con nuestros impuestos, o ahorros involuntarios.
La discriminación contra grupos humanos y la distorsión tributaria no son buena política económica, pues estas siempre afectan la conducta de los ciudadanos, contribuyentes y consumidores, cuyas prioridades, o preferencias, no siempre coinciden con las intenciones de quienes diseñan esas políticas públicas.
Los impuestos, sin embargo, son necesarios para sostener los gobiernos, cuyas tareas olvidadas parecen ser la seguridad y la justicia. Los impuestos, sin embargo, deben ser lo más neutro posibles para que no afecten tanto, pero, ¿cómo van los gobiernos a cobrar más impuestos si no cumplen con sus tareas existenciales, como seguridad y justicia?  La recaudación y el endeudamiento público tienen límite. Y ese límite lo impone la realidad de nuestro ciclo productivo, que no crece con suficiente rapidez y expulsa a muchos ciudadanos, contribuyentes y consumidores.
¿Cómo parar ese espiral descendente, o ciclo vicioso,  provocado por la inseguridad y la falta de producción? Una forma es tratando de sustituir el mercado con el estado, valiéndose para ello del gasto público, la inversión pública y el consumo limitado por impuestos, o ahorro forzoso. La otra es recordando los fines, los medios y los principios que fundamentan el estado y el mercado, cuyos verdaderos objetivos no han cambiado, pero han sido confundidos, o mezclados por negligencia, o ignorancia.
No se le pueden pedir peras al olmo, ni remediar un mal menor con un mal mayor, pues el mercado y el estado son complementarios, no sustitutivos por capricho o por error.

Discriminación, distorsión y expulsión | 10 de Diciembre de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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