Marvin Galeas.17 de Marzo. Tomado de El Diario de Hoy.
Era un mediodía pegajoso en la terminal de buses de San Miguel. El microbús estaba lleno pero el motorista nunca se decidía a comenzar de una buena vez el tedioso viaje a San Salvador. Tenía yo 13 años y un periódico para matar el aburrimiento. De pronto el ojo izquierdo comenzó a arderme de manera inusual. En cuestión de segundos se me puso rojo y lacrimoso.
Me bajé del microbús y me fui a una farmacia cercana a comprar un colirio. Cuando regresé a la terminal, el microbús, uno de color naranja y blanco, ya había partido. De modo que abordé uno de esos buses enormes y lentos. Dos horas y media después el bus se detuvo a la altura de las curvas de La Leona. (Todavía no estaba construida la autopista). Iba dormitando, de manera que el frenazo y el murmullo de los pasajeros me despertó por completo.
En los rostros de los pasajeros que se asomaban por las ventanillas, para ver hacia afuera, pude ver la imagen de la tragedia. Me levanté por la ventana y lo que vi me dejó horrorizado. En el fondo de un precipicio había un microbús, prácticamente desecho. Me bajé para ver mejor y ¡sorpresa! Era el microbús naranja y blanco que hacía su recorrido entre San Miguel y San Salvador, ¡del que me había bajado! La mayoría de los pasajeros había muerto. Me toqué el ojo izquierdo y platiqué con Dios.
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Hace unos años la esposa del pastor adventista Juan Otoniel Perla (mi tío) cayó gravemente enferma. El mal que la tenía en estado de coma, tenía perplejo a los médicos. Nunca antes habían visto nada parecido. Otoniel estaba devastado. Miriam era más que una esposa para el tío Oto. Era el gran amor de su vida.
Los feligreses a lo largo y ancho de Costa Rica, donde Oto ejercía su ministerio, hicieron cadena de oración. Pero Miriam iba de mal en peor. Una noche los médicos hablaron con Oto: "No podemos hacer nada más. Quizá muera esta misma noche. Si se salva, será un milagro y quedará completamente paralizada". El mundo se le vino encima. Abrazó a su hijo de 9 años y juntos oraron por Miriam. "Que se haga tu voluntad, Señor".
Al día siguiente, luego de una larga noche de duermevela allí en el hospital, el tío Oto abrió los ojos. Una enorme cantidad de médicos y enfermeras rodeaban la cama de Miriam. "Ya se murió", pensó, y el corazón le dio un vuelco. Se acercó. Y no podía creer lo que vio. Su esposa estaba sentada en la cama. Despierta y sonriendo. "Hola, vos, ¿por qué no habías venido a verme?", le dijo.
Hace no mucho tiempo estuve en casa del tío. Miriam está viva. No está paralizada. Todas las mañanas muy temprano sale a caminar por las tranquilas calles de Alajuela y regresa a su casa sudando y contenta.
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Bracamonte era un niño de apenas 12 años cuando le pegaron un balazo que le perforó el intestino. Le tocó operarlo a Raúl, un médico recién graduado. La sala de cirugía era completamente improvisada: una casa de piso de tierra, con las paredes semiderrumbadas, un tapesco, luz de candelas. Además, había que tener mucho cuidado con la luz, puesto que el Ejército estaba muy cerca. Raúl sólo tenía un catéter para inyectar el vital suero. Recordó que si el catéter se salía de la vena, no podría volverlo a usar y que no tenía suero. La muerte tenía 5 a 1 las apuestas contra Bracamonte.
Sin detenerse en medidas correctas, echó un puñado de sal en un cuchumbo de agua. Eso sería el suero. El catéter salió disparado de la vena, cayó al suelo y se llenó de tierra. Raúl lo lavó y volvió a intentarlo. Contra todos los pronósticos, el bendito catéter entró. La operación de sutura del intestino bajo la noche lluviosa y con el Ejército cerca fue un éxito. Poco después Bracamonte pedía agua a gritos. Le humedecieron los labios y le explicaron que no podían darle más porque le podía dar un paro. Cuando apagaron las luces se oyó un glu-glu-glu. Era Bracamonte que se había levantado y se estaba empinando una caramañolada de agua.
El Ejército se acercó y el improvisado hospital guerrillero tuvo que moverse de emergencia en plena noche. En el camino los camilleros tropezaron en una quebrada. Bracamonte, recién operado, cayó en el agua, abrió la boca y tomó toda el agua del mundo. No se murió. Años después lo vi caminando, algo mal cosido como camisa mal abotonada, pero feliz de la vida.
*Columnista de El Diario de Hoy. marvingaleas@cinco.com.sv
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