Esto, que lo vemos prácticamente en todo, se vuelve aún más dañino cuando se trata de enfrentar y resolver problemas y cuestiones de verdadero interés nacional.
Escrito por Editorial.29 de Marzo.Tomado de La Prensa Gráfica.
A diario vemos en el país ejemplos múltiples de una manía que se ha vuelto una especie de segunda naturaleza del comportamiento nacional: entrar al pleito antes de hacer que las cosas vayan tomando forma por la acción ordenadora y comprensiva. Esta manía no sólo complica inútilmente las cosas, sino que genera una atmósfera de constante crispación, que siempre y en cualquier circunstancia es la menos propicia para desarrollar tratamientos efectivos de los problemas y para orientarse hacia soluciones válidas y sostenibles.
Esto, que lo vemos prácticamente en todo, se vuelve aún más dañino cuan do se trata de enfrentar y resolver problemas y cuestiones de verdadero interés nacional. La tendencia a la desautorización antes de cualquier evaluación es efecto de la manía que mencionamos. Antes de sentarse a considerar temas y problemas con la seriedad y la ecuanimidad que requiere una práctica sana, surgen los calificativos desafortunados, que lo que hacen es complicar cualquier esfuerzo por establecer condiciones favorables hacia entendimientos razonables. Por ejemplo, en el caso muy concreto de las relaciones tan necesarias y determinantes entre el Gobierno y el sector empresarial, en vez de estarse lanzando términos como “agendas dobles” o “agendas escondidas” tendrían que sentarse a conciliar una agenda común, sin que ninguna de las dos partes quiera imponer de antemano la suya.
Pleitos de ese tipo, o muy parecidos, se dan en Órganos como el Legislativo y el Judicial. Y cuando estamos en un momento tan complejo del proceso nacional, resulta aún más incomprensible e injustificable que lo que acabe prevaleciendo sea la fusilería temperamental, siendo que en la realidad hay tantas demandas palpitantes en la línea de hallar salidas realistas a problemáticas que, por falta de tratamientos inteligentes y oportunos, tiendan a atascarse cada vez más.
La actual Administración nacional va acercándose a la mitad de su período y mucho de ese tiempo se ha desperdiciado en el dime que te diré, que consume energías valiosas e irrecuperables y ahonda artificialmente las diferencias. En el ambiente, debería haber un acuerdo implícito y sincero de bajar todas las temperaturas, para que pueda emerger el escenario respetuoso y distendido en el que las distintas fuerzas, que tienen distintos colores, intereses y visiones, puedan ir descubriendo, sin que nadie se asuste ni nadie se erice, que el hecho de que todos estemos inmersos en la misma problemática y tengamos el mismo horizonte es ya una base de integración que potencia aquello en lo que se coincide y debilita aquello en lo que se discrepa.
Los temas más espinosos, como el del tan traído y llevado “pacto fiscal”, son los que requieren más cuidado en el manejo, y en hacer ese manejo con apego estricto a la realidad, que no sólo presenta necesidades sino que exige responsabilidades. Para el caso, si la Administración está urgida de más ingresos tributarios debería comenzar por ofrecer de veras y en forma verificable más orden, eficiencia y transparencia. Dice la sabiduría popular que dando es como se recibe.
Este es un momento de la dinámica evolutiva del país en el que los exabruptos explosivos estorban más que nunca y los razonamientos pragmáticos se necesitan más que nunca. Todos debemos poner la parte de racionalidad, visión y voluntad que nos corresponde para aprovechar las oportunidades que se nos presentan y sortear las dificultades que nos salen al paso.
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