Y esa realidad, que nos sacude a diario las puertas, no va a cejar hasta que respondamos, todos, con el compromiso de hacer lo que se debe hacer en los diferentes campos de la vida nacional.
Escrito por Editorial.30 de Marzo.Tomado de La Prensa Gráfica.
Los liderazgos nacionales vienen acostumbrados, luego de una larga tradición, a manejarse conforme a sus propios intereses, por encima o por debajo de las demandas y desafíos del fenómeno real. Recuérdese que, durante la prolongada época en que el poder político fue capaz de imponer prácticamente todos sus designios sobre las diversas estructuras del cuerpo social, no había ninguna expresión ciudadana capaz de determinar o al menos inducir un orden verdaderamente racionalizado de la vida nacional. Con el comienzo del ejercicio democratizador, allá a principios de los años ochenta del pasado siglo, las cosas empezaron a cambiar, y los efectos de la solución política de la guerra posibilitaron el surgimiento de escenarios para impulsar de veras y en forma sostenida la democratización del país.
Ahora, con la experiencia de la alternancia, que se vive desde 2009, ese proceso se intensifica, y es lo que vemos a diario en el ambiente. Desde luego, no es un proceso fácil ni sencillo, en gran medida porque los liderazgos nacionales son los más reacios a entender y asumir las responsabilidades que les corresponden en esta fase de modernización de la institucionalidad en todos los órdenes. Muchas de las actitudes, resistencias y reacciones que aparecen en el día a día responden no a análisis concienzudos y serenos sobre la realidad y sus exigencias, sino a resabios autodefensivos frente a las nuevas necesidades y posibilidades que el proceso va poniendo sobre el tapete de la interacción y en el terreno de los hechos.
Veamos dos ejemplos que palpitan en estos días. Las reformas electorales para ir adaptando progresivamente el sistema a un molde de representatividad ciudadana efectiva: la Asamblea aprueba unas reformas sesgadas, para que los partidos no pierdan hegemonía clave. El Presidente de la República veta el decreto respectivo. Y, paradójicamente, la principal oposición al veto proviene del que presuntamente es su partido, el FMLN. Las razones del FMLN, expuestas públicamente, se pueden reducir a lo siguiente: tanto la derecha como el Presidente quieren serruchar el piso de mi crecimiento partidario. Queja inverosímil, porque sería de suponer que si el crecimiento es real y no proveniente de las flaquezas o errores de otros, dicho crecimiento debería verse potenciado por un esquema más participativo, que le dé mayor poder a la gente.
Otro caso: la eventual creación de una Comisión Internacional para ayudar en el combate del crimen organizado, que es un flagelo que ya nadie discute que viene penetrando agresivamente las estructuras de la legalidad, y no sólo en países institucionalmente débiles como el nuestro, sino también en naciones de alto desarrollo, en todas las latitudes. El Fiscal General de la República se opone, con el argumento básico de que no es necesario crear estructuras de ese tipo, sino fortalecer las estructuras nacionales. ¿Y por qué no hacer ambas cosas, dentro de un concepto no institucionalmente autodefensivo sino creativamente expansivo de la efectividad?
Lo cierto es que la realidad, que está hoy en todas partes más cargada que nunca de problemas por resolver, de desafíos por encarar y de oportunidades por aprovechar, ya no da margen para las pequeñas maniobras en función de visiones restringidas o de intereses atrincherados. Y esa realidad, que nos sacude a diario las puertas, no va a cejar hasta que respondamos, todos, con el compromiso de hacer lo que se debe hacer en los diferentes campos de la vida nacional.
La realidad pone en jaque a los distintos liderazgos nacionales
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