Como era de esperarse, la visita del presidente de Estados Unidos dio lugar –antes y después– a variadas interpretaciones. No es para menos. Si en países del primer mundo su sola presencia despierta todo tipo de conjeturas, cómo no habría de replicarse el fenómeno en países como el nuestro. El hecho de que El Salvador esté pasando por una situación inédita en el campo político, económico y social, ha enriquecido el debate, aunque el ingrediente ideológico –siempre presente cuando se trata de nuestras relaciones con la nación del norte– relativice la sustancia de las distintas opiniones.
Escrito por Juan Héctor Vidal.28 de Marzo.Tomado de La Prensa Gráfica.
En este marco, lo que más ha cobrado relevancia es el significado de la ayuda monetaria concreta que el señor Obama ha ofrecido, en comparación con las expectativas que despertó su visita en algunos sectores. Acostumbrados como estamos a vivir permanentemente con la mano extendida para ver quien se apiada de nuestros males, muchos se han mostrado inconformes con la cifra y su destino, porque creían ingenuamente que el ilustre visitante traía su equipaje, repleto de dólares.
El monto de la ayuda ofrecida ($200 millones) para enfrentar los problemas de seguridad en la región se queda corto para enfrentar con algún grado de eficacia un fenómeno descomunal. Pero como se ha dado a entender, este es una especie de “capital semilla” para concitar el interés de otros países a fin de proteger un espacio geográfico que resulta estratégico, no solo para EUA, sino también para el resto del mundo donde la democracia y el desarrollo económico y social pueden resultar comprometidos por la presencia cada vez más contundente del crimen organizado en sus diferentes manifestaciones. En este sentido, es preciso destacar el interés manifiesto del presidente Obama por descubrir lo que mantiene al país virtualmente estancado en materia económica, en momentos en que el gobierno del presidente Funes –a juicio del mismo mandatario estadounidense– está haciendo un gran esfuerzo para consolidar la democracia y la economía de mercado, al margen de las sospechas que despierta en algunos sectores, el partido que lo llevó al poder.
El hecho de que Estados Unidos haya incluido a El Salvador –en un grupo de solo cuatro países a escala mundial– para convertirlos en socios para el desarrollo, tampoco hay que minimizarlo. Antes bien, debería ser interpretado como una legítima preocupación, ante los intentos de unos pocos de restarle méritos a la democracia liberal y a la economía de mercado. Pero como resulta comprensible, todos estos desafíos nos obligan a poner en perspectiva nuestra propia responsabilidad. De allí la necesidad de procesar la opinión que tiene el presidente Obama sobre la labor que realiza el gobernante salvadoreño y la necesidad de un mayor acercamiento entre el sector empresarial y el gobierno, para facilitar la transformación que demanda el país, en un ambiente democrático y de armonía. El énfasis que ha puesto en el fortalecimiento institucional tampoco puede ser ignorado. La visita del presidente Obama a la tumba de Monseñor Romero también lleva un mensaje. Que el país se convierta en un socio estratégico para Estados Unidos tiene entonces como premisa fundamental una mayor comprensión de nuestras fortalezas y debilidades y, sobre todo, del riesgo que corremos de perder la oportunidad de transitar a otros estadios de desarrollo, donde la idea fuerza tiene que girar alrededor de una visión compartida.
Obviamente la tarea no es nada fácil, especialmente si no renunciamos al atrincheramiento ideológico, a la confrontación desgastante y, sobre todo, si no empezamos a procesar la idea de que la viabilidad del país depende más que todo de nosotros y de que la ayuda de los países amigos, importante como puede ser, no puede sustituir jamás nuestro propio esfuerzo. Lo contrario significaría seguir comprometiendo nuestra propia identidad y la renuncia a la obligación que tenemos de heredar un futuro mejor a nuestros hijos.
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