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2011/03/30

EDH-Monseñor Romero y los miserables

 Federico Hernández Aguilar.30 de Marzo.Tomado de El Diario de Hoy.

Lo que pienso desarrollar a lo largo de esta columna no va a caer bien a muchos. Estoy seguro, de hecho, que varias de las afirmaciones que haré en las próximas líneas, van a ganarme la enemistad de una buena cantidad de personas que suelen leerme con placer cuando argumento contra la izquierda radical, pero que hacen muecas de disgusto cuando le otorgo su ración de críticas a la derecha desubicada.

Quienes nos atrevemos a compartir nuestras opiniones a través de los periódicos, si hemos de ser intelectualmente honestos, tenemos la obligación moral de aplaudir lo que haya que aplaudir y señalar lo que haya que señalar. No importa quién se moleste. Es un asunto de conciencia. Reconocer los aciertos, cuando creemos que existen, es una forma de honradez, como también lo es advertir los errores que identificamos en las acciones o palabras de otros, aunque en otras ocasiones los hayamos elogiado.

Bastante he escrito ya sobre el daño que le hacen a la figura de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, nuestro obispo asesinado, los que tratan de sacar raja política o partidaria de casi cada acontecimiento relacionado con él. Sigo sosteniendo que aquellos de entre nosotros que pretenden fosilizar ideológicamente a Monseñor, con el vergonzante propósito de convertirlo en una estatua con la cual golpear las cabezas de los adversarios políticos, se convierten en cómplices de un nuevo asesinato, porque fragmentan y constriñen el muy cristiano mensaje de paz y fraternidad que marcó la vida del más universal personaje histórico de El Salvador.

Es también la hora de advertir, empero, que ARENA se sigue equivocando con grandilocuencia al mostrarse reacia a admitir, clara y honrosamente, la indiscutible dimensión ética de Monseñor Romero. Si ya bastante malo ha sido sustituir con el silencio —¡y por décadas!— una réplica efectiva a las acusaciones que pesan (con muy poco fundamento jurídico, dicho sea de paso) sobre el fundador de ARENA en torno al cobarde asesinato del Arzobispo, me parece una torpeza de proporciones mayúsculas remilgarle méritos al último suceso importante que el país ha vivido alrededor de Monseñor Romero: la visita, callada y reverente, del Presidente de los Estados Unidos a su tumba.

Pudiendo aprovecharse de aquel gesto para embadurnar de "temporalidad" la imagen espiritual de nuestro obispo mártir, Barack Obama prefirió llegar a la cripta de Catedral para rendir un personal y sosegado homenaje a un hombre que admira. No ofreció discursos de ocasión. No quiso "lucrarse" políticamente. Se limitó a estar allí, junto a los restos del que fuera uno de nuestros jerarcas católicos, y cerró los ojos. Nada más. Nada menos.

El FMLN y sus acólitos, claro, no han podido resistir a la tentación de volver a reducir la dignidad universal de Monseñor. Ellos insisten en llevar agua sucia a un molino que se les está cayendo de viejo. Incluso aparecieron grupos radicales enarbolando fotos de Romero para, acto seguido, repudiar pretendidas "exclusiones" dentro de la Iglesia que tanto amó el obispo. Incoherencias, en fin, producto de la mezquindad, la intolerancia y los rendimientos coyunturales.

Esta vez, no obstante, la nota más triste, la menos noble, la pusieron algunos dirigentes de ARENA, que empotraron cañones de guerra donde no había otra cosa que la buena y genuina voluntad de un presidente —el de la máxima potencia del mundo, por cierto— de acercarse a la tumba de Monseñor para ofrecerle su respeto. Es cierto que corríamos el riesgo de que Mauricio Funes se aprovechara de la circunstancia y nos dividiera más. Pero hasta nuestro arrebatado mandatario, al menos por hoy, pareció contagiado de la sincera reverencia de su ilustre invitado del Norte.

Pésimo papel hacen los voceros de ARENA que muestran públicamente la escasa devoción que tienen a Monseñor Romero. Peor todavía si se atreven a establecer forzadas comparaciones entre él y cualquier otro personaje de nuestra historia reciente. Por mucho afecto y admiración que se les tenga a otras figuras —así sean las de quienes fundaron o dirigieron los partidos más votados en El Salvador—, nuestro obispo asesinado supera con creces a cualquiera de ellas. Detrás de las acciones de muchos grandes líderes salvadoreños hubo urgencias, valentía y hasta ideales generosos. Pero lo que hubo, y hay, tras la vida y la obra de Óscar Arnulfo Romero es un mensaje más abarcador, porque es intemporal y no le pertenecía a él, sino a Jesucristo.

Tampoco es muestra de madurez política "canonizar" personajes como si hubieran sido seres humanos inmaculados, purísimos, incapaces de matar a un mosquito. Idéntico fastidio le produce a la mayoría de salvadoreños las "peregrinaciones" de areneros al cementerio, exaltando al "fundador y máximo líder", como los enfebrecidos discursos efemelenistas que casi ponen sobre los hombros de Monseñor Romero a figuras que, por muy históricas que hayan sido, no le llegan ni a los talones al amado Arzobispo.

Lamentablemente, la mezquindad y la envidia, la hipocresía y el rechazo injustificado, seguirán rondando a Óscar Arnulfo Romero por muchos años. ¡Pero qué bueno que Barack Obama esté por encima de estas miserias!

elsalvador.com, Monseñor Romero y los miserables

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