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2010/12/09

:: OBSERVADOR POLÍTICO - La mano izquierda de Dios

 Manuel Hinds. 09 de Diciembre. Tomado de El Diario de Hoy.

Las crisis son los mecanismos que la historia tiene para generar los cambios en los pueblos. Nada puede cambiar si todo está bien, y nada puede cambiar fundamentalmente si no hay problemas profundos que provoquen el cambio.

Todos los episodios de progreso decisivo en la historia de la humanidad se han dado como respuesta a crisis que en su momento se vieron como insuperables. En una vieja expresión, la gente decía que las crisis eran los vehículos de la mano izquierda de Dios para preparar las obras de Su mano derecha.
Por supuesto, las crisis no son un mecanismo automático para generar progreso. Para que éste se genere se requiere que las personas en la sociedad sepan destilar las causas últimas de los problemas que los confrontan y aplicar las soluciones apropiadas para removerlas.
Para hacerlo, necesitan muchas cosas, incluyendo crucialmente la honestidad intelectual (el decir la verdad como uno la ve y no la mentira o la banalidad porque son más populares), la actitud positiva orientada a resolver los problemas y no a quejarse de ellos, y el rigor intelectual, que en el fondo es una consecuencia de la honestidad intelectual misma.
Si la sociedad tiene una falta de cualquiera de estas cualidades en sus líderes, las crisis no marcarán el cambio hacia lo positivo sino sólo estaciones en una decadencia cada vez peor. En vez de ser un trampolín para el progreso, las crisis se convierten en trampas paralizantes.
El país ha estado en una crisis paralizante por muchos años, décadas en realidad, dividido por enormes diferencias de acceso a los beneficios de la vida en sociedad que a través de los siglos llevaron a niveles inaceptables de pobreza y por las actitudes conflictivas con las que la sociedad ha reaccionado a este problema.
A estas alturas de nuestra historia se ha ido volviendo claro que, aunque al principio el problema principal fuera la pobreza en sí, en el largo plazo el problema principal ha sido la actitud conflictiva, ya que si no hubiéramos tenido esta, hubiéramos ya resuelto el problema de la pobreza desde hace mucho tiempo. La energía con la que lo pudimos haber hecho la desperdiciamos trágicamente en guerras y entrampamientos políticos de los cuales no podemos salir.
En el fondo de esta confrontación tan destructiva hay una enfermedad social profunda: la negativa a asumir la responsabilidad por nuestros propios destinos.
Para evitar tomar esta responsabilidad, buscamos a cualquiera para culpar por nuestras propias carencias-a los españoles que nos conquistaron, a Estados Unidos, al sistema, a lo que sea excepto a quienes en el fondo somos los responsables: nosotros mismos.
Este proceso es enormemente destructivo no sólo por el inmenso desperdicio sino también porque en cada una de las crisis en las que hemos ido cayendo nuestra sociedad ha ido perdiendo el combustible del progreso y la vida sana: la esperanza.
La inmensa popularidad que el presidente Mauricio Funes alcanzó al principio de su mandato provino seguramente de esa necesidad profunda que tiene el pueblo salvadoreño de tener una esperanza.
El hecho que su popularidad se mantenga a pesar de que los problemas se han acentuado en casi todas las dimensiones es una indicación de cómo el pueblo se aferra a esta esperanza que tanto necesita.
Desgraciadamente, el presidente Funes ha decidido tomar el viejo rumbo de la división social, de la lucha de clases, de buscar siempre un culpable para todo, de alentar el odio, no la cooperación.
Es decir, hasta ahora el presidente Funes, que tanto habló y sigue hablando del cambio, ha optado por lo tradicional en la dimensión en la que la tradición salvadoreña es más dañina: la confrontación social.
Esto, en vez de resolver la crisis, la profundiza más y la empuja a profundidades mayores. No hay economía, no hay progreso social, no hay avance político en una sociedad que gasta sus energías en amargas recriminaciones y resentimientos.
Es por esto que los movimientos juveniles que están surgiendo en el país con nombres llenos de esperanza, como CREO y Medio Lleno, son eventos tan crucialmente importantes para el país. Son una indicación de que la sociedad salvadoreña puede responder de una manera adecuada a sus problemas fundamentales-a los que no son síntomas sino esencia.
Hay varias razones para creer que estos movimiento están enfocados en lo fundamental. Primero, su creación evidencia el deseo de tomar en sus propias manos la responsabilidad por su propio destino. Segundo, lo están haciendo uniéndose, no buscando razones para no unirse en las soluciones del país.
Tercero, están tomando esta responsabilidad con una actitud positiva. Sus mismos nombres indican que quieren creer, que quieren partir de lo que ya logramos. Tercero, quieren buscar soluciones a problemas prácticos, no especular sobre lo que sería ideal en un mundo que no existe.
Estas características apuntan en la dirección de hacer cambios de verdad fundamentales en el país-cambios mucho más fundamentales que modificar el presupuesto de esta o de la otra forma.
Por supuesto, estos grupos, y las decenas o cientos de otros que están surgiendo, tiene mucho camino por recorrer para que su promesa se concrete. Hay también un cierto tipo de peligros que amenazan a grupos que surgen con una imagen tan positiva como estos.
El primero de estos peligros es el de tratar de ser todo para todos, cayendo en la tentación de buscar la popularidad en vez de buscar la verdad. Lo que necesita el país no es que no haya diversidad, sino que las contradicciones planteadas por la diversidad se resuelvan en confrontaciones racionales de ideas, no de resentimientos y agresiones.
Evitar la discusión abierta y pretender que todos estemos de acuerdo en todo sería la regresión al populismo y la deshonestidad intelectual que nos han llevado a la crisis en la que estamos.
El segundo peligro es el planteado por la falta de rigor intelectual. Las ideas buenas son buenas no porque suenen bonitas, o porque den la impresión de que uno es bien progresista o bien bueno, sino porque realmente contribuyen a resolver los problemas del país.
El tercer peligro es el de la irrelevancia, que se deriva de no confrontar ideas con ideas cuando la honestidad y el rigor intelectuales lo demandan.
Estos peligros no son menores. Pueden descarrilar a algunos de estos grupos. Pero el camino ya está abierto. Este es un gran paso por el que hay que congratularlos y alentarlos a seguir. Si perseveran van a salvar al país-aunque en veinte años nadie se acuerde de ellos.

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