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2010/12/06

LPG-Tenemos presupuesto. ¿Ahora qué sigue? (III)

 Transparencia, austeridad, prioridades. Mencionábamos la semana pasada que El Salvador también exhibe a escala internacional dudosas credenciales en materia de manejo presupuestario. De hecho, no ha mejorado significativamente desde que en 2003 fue incluido por primera vez en el “Índice Latinoamericano de Transparencia Presupuestaria”, estudio que cubrió diez países.

Escrito por Juan Héctor Vidal.06 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

Sin embargo, al menos hoy en día las irregularidades en la gestión presupuestaria pueden ser relativamente mejor detectadas, como se puede constatar con los entresijos en la Asamblea Legislativa, la CSJ, CAPRES; es decir, virtualmente y con matices diferentes, en los tres órganos del Estado. Pero de nada sirve que salgan a luz pública casos que en otras circunstancias hubieran permanecido ocultos, si los mismos siguen cobijándose bajo el manto de la impunidad por falta de una actuación consecuente de entidades como la Corte de Cuentas, la Fiscalía General de la República y del mismo sistema judicial.

Con la aprobación de la Ley de Acceso a la Información Pública, el jueves de la semana pasada, el país ha dado un paso importante en el combate a la perniciosa opacidad que ha caracterizado a la administración pública. La pregunta es: ¿será suficiente para evitar en el futuro casos como el del bulevar Diego de Holguín, desfases costosos como los observados en la reconstrucción de la red hospitalaria, la desaparición de recursos, como los destinados a la construcción del Hospital de Maternidad, o los onerosos contratos de alquiler para albergar a entidades públicas en suntuosos edificios?

La conflictividad social tampoco puede ser ignorada y más concretamente, las presiones originadas en el interior del sector público, donde se mezclan privilegios y carencias con reivindicaciones que claramente responden a intereses político-partidarios, pero que igualmente van dejando una estela de inconformidad que irremediablemente desembocan en mayores presiones para el erario nacional; o mejor dicho, para los contribuyentes.

No deja de ser una paradoja que mientras países de la Unión Europea, particularmente Grecia, España, Irlanda y Portugal, hacen esfuerzos denodados para sanear sus finanzas públicas, nosotros, como país, no procesemos la idea de que, fiscalmente hablando, vamos al precipicio. Otros dos países que no se parecen en nada de nada están haciendo lo propio: Estados Unidos congelando los salarios por dos años en el gobierno federal y Cuba, donde por cincuenta años el Estado lo ha sido todo, despidiendo a medio millón de burócratas para que se hagan productivos enfrentando el reto que significa orientar su energía en el campo de la iniciativa privada.

El presupuesto que regirá el ejercicio fiscal para 2011 debería significar un quiebre en materia presupuestaria para desterrar prácticas que envilecen la gestión gubernamental. Entre estas sobresale el tema de las prioridades, en un escenario de grandes restricciones fiscales y crecientes demandas en materia de salud, educación, vivienda, seguridad pública y vulnerabilidad ambiental. Pocos dudarían también de la necesidad que tiene el país de dedicar mucho más recursos a combatir el crimen organizado y particularmente el narcotráfico, pero igualmente tienen razón al cuestionar los medios a través de los cuales el gobierno pretende lograrlo.

Al ser 2011 un año preelectoral, el significado de una buena gestión presupuestaria se hace más evidente. Mientras el gobierno debería esmerarse más en dar muestras de eficiencia, eficacia y trasaparencia, sus adversarios seguramente harán lo indecible para complicarle la tarea. Objetivamente hablando, esos adversarios no se reducen a los opositores políticos; es más, estos pueden estar enquistados en el mismo partido que lo llevó al poder si, como se comenta, algunos de ellos ya funcionan como grupos corporativos con intereses económicos de grandes proporciones.

Por razones distintas, pero de sobra conocidas, también el presidente Funes tiene que lidiar con el poder económico tradicional, aunque el tema presupuestario se diluya en este caso, en el siempre escabroso tema de los impuestos.

Tenemos presupuesto. ¿Ahora qué sigue? (III)

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