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2010/12/04

LPG-El premio mayor

 Escrito por Carlos Peña.04 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.

carlospena31@yahoo.com

Julio Ramos salía de cambiar el cheque de su quincena cuando se le acercó un vendedor de billetes de lotería. El hombre casi le suplicaba que le comprara un vigésimo.

En un arranque más de generosidad que de ambición, Julio compró un pedazo del billete, lo guardó en la cartera y no volvió a acordarse de él hasta varios días después del sorteo.

Un día se acercó a otro vendedor para averiguar la suerte que había tenido y se llevó la sorpresa de su vida. Era una porción del premio mayor. Al cambiarlo, con la cautela correspondiente en estos casos, le tocaron poco más de 15 mil dólares.

Julio Ramos jamás había tenido entre sus manos más de 300 dólares juntos. Sus trabajos como cargador de arena en camiones, luego en una ferretería, ayudante de albañil y ahora como ordenanza, nunca le dejaron más de lo necesario para sobrevivir. Lo que sí le quedó de sus primeros oficios fue el hábito de beber licor, característica por la que era reconocido y poco respetado en su vecindario.

Aunque trató de manejarse con la mayor cautela posible en su nueva situación, en el caserío donde vivía era un secreto público el golpe de suerte que había tenido. Sobre todo cuando Julio no soportó más el calor de los billetes entre sus manos y renunció a su humilde empleo, compró ropa y zapatos nuevos, cambió el licor barato por cerveza y dispuso que no caminaría más hacia el pueblo. Ahora iba en el vehículo de un vecino cuyos servicios contrató casi con exclusividad.

En las casas y tiendas lo recibían con inusuales atenciones. Era un visitante distinguido cuya sola presencia obligaba a sacar una silla para que se sentara en la parte más fresca del patio y el anfitrión se dispusiera a escuchar con atención su plática.

En cada visita y en cada salida despilfarraba el dinero enceguecido por la fortuna.

Hubo más de algún desprevenido que en estos días de gloria lo buscó para pedirle que le hiciera algún trabajo menor como cortar la hierba en los alrededores de la casa o podar árboles, cosas que él realizaba con agrado antes del premio.

El impertinente recibía una amable respuesta negativa, porque Julio había transformado sus modales y en esos tiempos hablaba con tono refinado.

Para no alargar esta historia he de resumir que a Julio no le duró ni tres meses aquel ritmo de vida. La fortuna se le escurrió de entre las manos.

Por suerte, el hermano menor, hombre prudente, le había guardado una parte pequeña de dinero con la idea de convencerlo de que comprara un terreno y construyera donde vivir porque residía en una casita prestada.

Cuando Julio se encontró sin ningún billete en los bolsillos acudió donde su hermano a pedirle el resto de premio. El hermano ya le había comprado el terreno pequeño y estaba construyéndole una casa humilde de tierra, cemento y láminas que era para lo que alcanzaba el capital.

Y aunque Julio recibió cuentas claras de cada gasto, terminó enojado con su hermano.

La historia de Julio Ramos circuló por mucho tiempo como una fábula real por aquel caserío.

El tiempo también se encargó de poner todo en su sitio. Julio volvió a sus trabajos modestos, dejó de embriagarse y ahora vive con su mujer y sus hijos en la casita que le construyó el hermano.

A veces, cuando sus exiguos ingresos se lo permiten, compra un pedacito de lotería.

El premio mayor

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