Escrito por Ricardo Olmos.03 de Diciembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
rholmos@hotmail.com
Al final de esta primera década del siglo XXI nos enfrentamos con el fenómeno creciente de la pobreza, la que por definición es una de las consecuencias más notorias del bajo crecimiento económico del país, situación que por años ha incidido también en la creciente emigración, la violencia y la criminalidad que ha llegado a alterar la dinámica demográfica de la población.
El razonamiento expresado anteriormente es, con algunas diferencias de enfoques ideológicos, aceptado por la mayor parte de nuestra sociedad; y si adicionalmente se agrega que hay un creciente consenso internacional entre organismos multilaterales y agencias de Naciones Unidas en que la efectividad de la política pública de combate a la pobreza está ligada críticamente a la existencia de estadísticas oficiales que permitan una cuantificación y caracterización razonablemente confiable de la pobreza, es urgente como ciudadanos responsables hacernos preguntarnos: ¿Qué tan confiables son las estadísticas oficiales sobre la pobreza en nuestro país?
En El Salvador las estimaciones oficiales sobre la pobreza provienen de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM), que levanta la Dirección General de Estadística y Censos (DIGESTYC) en una muestra de un poco más de 17,000 hogares. Según la última y poco divulgada encuesta de 2009, que apareció recientemente en el sitio en internet de esa oficina estadística, la tasa de pobreza afectó a casi cuatro de cada 10 hogares (38.0%), en el campo casi la mitad de los hogares subsisten en condiciones de pobreza (47.0%). Por otra parte, los hogares que no logran ni siquiera cubrir sus necesidades alimenticias, o “indigentes” en la jerga técnica, representaron el 12.0% (179,000 hogares).
Pero regresemos a nuestra pregunta. ¿Son confiables estos datos? Y agreguemos ¿reflejan la verdadera magnitud de la pobreza? Para responder es necesario recordar que el umbral o línea del ingreso que determina si un hogar se tipifica como pobre o no responde al valor monetario de una canasta básica alimentaria cuyo contenido data de principios de 1990. Dicha canasta no está claramente documentada y no hay explicaciones sobre por qué razones no se ha actualizado a pesar de que los contribuyentes ya pagamos (o nos endeudaron) por una encuesta levantada en 2005 para determinar los nuevos patrones de ingresos y gastos de los hogares. La desactualización de la metodología con la que se mide la pobreza desmedra su confiabilidad, deja dudas sobre la verdadera magnitud del duro panorama que enfrentan miles de salvadoreños y, lamentablemente, no hay certidumbre sobre el verdadero impacto de los escasos recursos del erario nacional que se invierten en diferentes políticas públicas de combate a la pobreza.
Durante mis años de labor profesional en la DIGESTYC, tuve que sortear las presiones de quienes en el pasado, no sintiéndose cómodos con el crecimiento de la pobreza en los últimos años, cuestionaron la calidad de las cifras con el propósito de que se cediese a otro tipo de intereses reñidos con la técnica, la transparencia y la ética. En este sentido, es importante reiterar que es necesario recuperar y fortalecer la credibilidad de las estadísticas oficiales, no solo las de la pobreza, y de otros casos como las del PIB, que está ligado a la creación de una entidad técnicamente autónoma y con la misión de generar cifras confiables para el diseño y monitoreo de políticas públicas.
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