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2010/12/08

Co Latino-Séquitos, adictos y adeptos | 08 de Diciembre de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

 Francisco Javier Bautista Lara .08 de Diciembre. Tomado de Diario Co Latino. 
www.franciscobautista.com/ Managua

Los vicios son vicios, esa cuestión de dependencia sicológica, biológica y social
(también política) pegajosa, dañina y contaminante de la que resulta difícil deshacerse, hay quienes los disfrutan y otros(as) viven con ellos como en una trampa (con frecuencia buscada) de la que “quisieran” zafarse pero, una vez caídos en ella, les resulta indispensable seguir allí a pesar del deterioro personal y social que causan. Los hay de diverso tipo y naturaleza, privados y públicos, conocidos e ignorados, nuevos y viejos, modernos y anticuados, asumidos y evadidos.  Los vicios esclavizan a quien lo tiene y también al resto, por sus ineludibles consecuencias directas e indirectas.
Hay uno en particular, al cual me refiero ahora, tiene una existencia imperecedera aunque sus caras se renuevan, muchos lo asumen como inherentes a la condición de las alturas, o mejor decir de las “Cumbres borrascosas”, tomando el título de la novela clásica inglesa de Emily Brontë (1847) que aunque no se refiere al asunto, su título es suficientemente ilustrativo para lo que pretendemos abordar.
  Los vicios generan adictos y adeptos. Nos referiremos a quienes integran los séquitos que rodean a las personas que ostentan el poder, bajo sus luces, sombras y laberintos.  Este vicio es de doble vía o dos caras, con multitudes de apariencias. 
El primero, el que provoca el dignatario (a) o funcionario (a) colocado en alguna altura, duradera pero finita, temporal y circunstancial, es el causante del resto de los vicios, permanece en quien no puede vivir tranquilo ni satisfecho si no se rodea de ese círculo incondicional, sumiso y dependiente de escoltas, choferes, asesores, ayudantes, asistentes, carga maletines, conserjes, pasa papeles, redactores de discursos, simpatizantes, empleados, subalternos y aduladores, que se mueven a su alrededor, abren su paso por las calles con sirenas, luces y bastones lumínicos, le acompaña en los salones, auditorios y foros, son como una especie de caja de resonancia de sus opiniones, creencias, suspiros y actos, aumentan su protección personal y familiar ante la amenaza supuesta, imaginada, dicha y creída, le adulan, aconsejan y reafirman su propio pensamiento, satisfacen sus gustos; disfrutan del placer por el exceso y la ostentación, aunque, en la apariencia del lenguaje se lamenten por el “sacrificio que tienen que hacer” por lo que del diente al labio dicen es incómodo pero necesario por el puesto, el estatus, el bienestar institucional, de la comunidad, del colectivo y la nación, por lo visible y persistente, llegan hasta creerlo como indispensable y más aún, merecido.  Vargas Vila (1898) escribió con dramática razón: “huye de la Autoridad y de la Prosperidad, ambas envilecen”.
La segunda vía o rostro, a veces anónimo, en que se manifiesta este “indeseable” y a la vez ansiado vicio (algunos anhelan la posibilidad de acercársele, probarlo, tocarlo, vivirlo) es de quienes son parte del séquito. Palabra derivada del latín: “sequi” que significa seguir; es la gente que sigue y acompaña… Me refiero a los adeptos, quienes le rodean por lo que creen o necesitan creer o recibir, y los adictos, porque la ansiedad los mata y sólo encuentran la “serenidad aparente” cuando, al igual que el efecto de un cigarrillo, dosis de droga o un trago de licor, están considerados en el círculo cercano de los servidores incondicionales.  Buscan la mirada complaciente, la protección y el aliento del líder, dirigente, ungido, gerente o jefe(a). Puede ser también un asunto de sobrevivencia en medio de las escasas oportunidades y opciones, lo posible y el acomodamiento ante lo irremediable que traspasa las propias facultades.
Un refrán que alguna vez un sueco me contó para no seguirse haciendo el sueco, más o menos dice lo siguiente: “entre más grande es la corte, mas importante es el rey”.  Quien tiene el vicio del poder y disfruta con él, contempla la grandeza de su séquito complacido, le gusta que crezca y actúe al unísono con él (ella), que a una seña reaccione y se mueva al compás de sus movimientos cortesanos (aprendidos, imitados o espontáneos), ejecutivos, legislativos, judiciales, políticos, eclesiales, policiales, militares, empresariales y artísticos.
Mejor aún, se disfruta con mayor holgura, cuando quien paga y mantiene la “corte” que le rodea es el públicamente enunciado como insuficiente presupuesto estatal, que puede faltar para cualquier cosa, pero nada puede ser más importantes que proporcionar los recursos (humanos, materiales y financieros) necesarios, para soportar el vicio de quien respira por los halagos de la servidumbre y la siempre posible de justificar seguridad, apoyo y staff de tan honorable señor(a). Desde la altura se auto esculpe su imagen, la mercadea,  modela, maquilla y se engalana con el protocolo para aparecer desde la ficción lo que no se es en la realidad. Es la mentira de esa grandeza, es la grandeza de la mentira. Un día concluye, se esfuma, como todo termina alguna vez, entonces habrá que volver a poner los pies sobre la tierra y las máscaras caen como en el teatro según lo demostró Ibsen (Noruega, 1,828 – 1,906), es parte del espectáculo.
En estos casos, la conciencia se vuelve inocua, adquiere codificaciones interpretativas muy particulares y propias, pierde de vista las responsabilidades ética y las culpas civiles, penales y hasta los pecados espirituales, los que en todo caso, siempre habrá un confesor devotamente dispuesto a escuchar y absolver, así se lavan y olvidan, así se ventila la conciencia para seguir haciendo y siendo una cosa aunque pareciendo otra distinta. A fin de cuenta estas cosas son debilidades propias de la naturaleza humana que se manifiestan con frecuencia (o germinan) en esas circunstancias repetibles.
Puede ser una forma de locura, cualquier vicio puede serlo, o un refugio ostentoso y público ante la locura no diagnosticada ni suficientemente estudiada. Inmune e imprescriptible, es una forma de la “trágica locura del mundo”, porque, como escribe Foucault (Francia, 1926 – 1984),  “la locura comienza allí donde se nubla y se oscurece la relación del hombre y la verdad”, no han sido engañados, sino que se equivocan, persisten en un error notable, en ese error constante que contamina… Sin embargo, siendo que lo no común es la locura, como hubiera dicho Machado de Assís (Brasil, 1839 -1908), si estos vicios se vuelven tan frecuentes, comienzo a sospechar (¡terrible sospecha!) que es un acto pleno de cordura (viveza, oportunismo, arribismo, doble moral, abuso, autoritarismo) que se aprovecha de la enfermedad (ingenuidad, impotencia, pobreza, exclusión) de otros, que son los muchos.
En medio de la pobreza e insuficiente desarrollo económico, humano e institucional, es más evidente y numeroso el séquito, puede ser vergonzoso y doloso, sin embargo, se tolera, se acepta, se justifica y finalmente se acostumbra a ver como normal lo que, además de sus costos, es incomprensible ante la existencia de grandes necesidades sociales apremiantes. En medio de la ignorancia, no se comprende y se ve como normal, fácilmente los subalternos, correligionarios y feligreses, e incluso los ciudadanos en general, a pesar de su silenciosa incomodidad, a veces pasajera e imprecisa, pueden terminar pensando que es una forma de vida, socialmente aceptada, predestinada y providencial, que no pueden cambiar y terminan viendo pasar por las calles y aparecer en los medios de comunicación, todo ese engalanamiento pomposo y repugnante, como algo cotidiano. ¡De estos vicios, séquitos, adeptos y adictos, líbranos Señor!

Séquitos, adictos y adeptos | 08 de Diciembre de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

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