Guillermo Mejía.28 de Septiembre. Tomado de Raices.
La comunicación para el cambio social gira en torno a un ramillete de opciones que van desde posturas laxas a posturas comprometidas políticamente. En América Latina ha cobrado terreno la concepción a partir del paradigma de la participación, aunque la presencia de la corriente contestataria sigue vigente en cantidad de proyectos.
El profesor colombiano Rafael Obregón, especialista en el binomio comunicación y salud, afirma que la transición en muchos países del área y el colapso del modelo soviético “crearon nuevas condiciones geopolíticas a nivel internacional que dieron mayor cabida a procesos de movilización social y a una mayor pluralidad de voces” frente al modelo dominante.
“Se observa un desplazamiento de modelos enteramente economicistas a modelos más humanistas y se reafirman los elementos del denominado modelo alternativo (participativo) del desarrollo que enfatiza el involucramiento de los diversos actores sociales, una mayor atención a los niveles locales, y enfoque en las causas estructurales” de la pobreza y subdesarrollo.
De esa manera, el modelo alternativo asume la participación ciudadana para el cambio social con el fin de generar avances sociales y materiales (con equidad, libertad y otros valores cualitativos) para la mayoría de la gente a través de un mayor control por parte de las comunidades, según estima Obregón con citas de otros autores.
“Por ello, su énfasis, más que en lo económico, está en lo social, y considera el desarrollo en las necesidades manifiestas sin ignorar las normas, valores y cultura”, sostiene el profesor colombiano. En líneas generales, se asume que el desarrollo debe: estar basado en necesidades locales y responder a procesos endógenos. Además, promover la participación en todos los niveles, promover la autodeterminación, promover igualdad y acceso, y considerar normas, valores y cultura en forma adecuada.
El “modelo dialógico y humanizante del educador brasileño Paulo Freire, y las perspectivas culturalistas y críticas de las formas de relacionamiento de las audiencias con sus públicos tiene una gran influencia. La comunicación debe entenderse entonces como un proceso orientado hacia el empoderamiento y la movilización” para ser partícipes y decisores activos.
Sin embargo, el modelo no está exento de críticas. “La mayor crítica formulada (…) es quizá lo que se considera una mirada utópica, o romántica como la denominan algunos autores, a los procesos de desarrollo. Por ejemplo, las referencias al concepto comunidad tienen a desconocer los conflictos y tensiones naturales de los procesos comunitarios”, dice Obregón.
“Otra de las críticas al paradigma alternativo se desprende de la diversidad de acepciones que se manejan sobre el término participación y las dificultades para poder desarrollar procesos participativos consecuentes con los postulados del modelo. El concepto participación incluye diversos tipos y niveles, cuya aplicación a menudo conduce a una falsa o limitada participación, y, por el contrario, reduce la posibilidad de toma de decisiones”, agrega el catedrático.
El otro modelo vigente desde la comunicación para el cambio social se refiere al paradigma de la dependencia, originado en la Teoría de la Dependencia muy en boga en la historia reciente de América Latina, con base en postulados neo-marxistas, estructuralistas y críticos a fin de encontrar una salida frente a la desigualdad de los países periféricos frente a las metrópolis.
“Como crítica de la modernización, no del desarrollo, según la cual el subdesarrollo está causado precisamente por las relaciones de vinculación de los países del Tercer Mundo con la economía mundial, y lo que hay que cambiar son esas relaciones internas de explotación. La teoría de la dependencia cuestionó el desarrollo capitalista, pero no el desarrollo, y postuló un desarrollo socialista, o desarrollo con equidad”, sostiene Obregón.
En la década de los años 70 se suscitaron discusiones sobre la necesidad que, desde la comunicación, debería haber equidad en el flujo informativo. De ahí la famosa Comisión McBride –en la UNESCO- que sacó a luz su Informe McBride donde se demandó un nuevo orden internacional para la información y la comunicación.
A la par de relaciones justas en la economía, con un nuevo orden económico internacional, se hizo hincapié en la necesidad de democratizar la comunicación.
“Pero, lamentablemente, el impulso transformador de los países no alineados no lograría pasar de la enunciación a la acción. La resistencia de los países desarrollados al cambio se aprobó abrumadora y paralizante. Y así vino a quedar guardado en la nevera del tiempo el sueño del cambio justiciero (…)”, afirma el profesor colombiano.
Claro que se abrió paso a la Teoría de los Estudios Culturales, herederos de Europa, y eso trajo a colación nuevas formas de relacionamiento comunicativo con su oposición al determinismo economicista de corte marxista clásico con lo que se le otorgó mayor libertad del sujeto y la cierta autonomía del mundo espiritual.
Como críticas al paradigma de la dependencia, Obregón reseña que se centra mucho en señalar como causal de subdesarrollo a los factores externos, pero omite factores internos que, en igual o en mayor medida, limitan la implementación de acciones que permitan el surgimiento de las comunidades.
“En el plano comunicativo las iniciativas planteadas tampoco generan transformaciones, especialmente aquellas asociadas con el posible equilibrio de los flujos informativos a nivel Internacional”, agrega. Si bien el esfuerzo quedó a medias en los años 80, las discusiones que se abrieron dieron paso a la propuesta del paradigma alternativo (participativo).
Concluye el profesor colombiano que el “recorrido por la historia de la comunicación y desarrollo, y su eventual redefinición como comunicación para el cambio social, debe asumirse como parte de un proceso dinámico”. Desde mediados del siglo XX hasta la fecha los modelos dominantes han estado cuestionados y toma fuerza una alternativa para el cambio social.
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