Desde afuera, la primera impresión que da todo esto es la de una falta elemental de mecanismos anímicos que impidan que los egos o los intereses traten de imponerse a como dé lugar.
Escrito por Editorial.28 de Septiembre. Tomado de La Prensa Gráfica.
Ya se volvió rutinario el que surjan desavenencias, conflictos y aun rupturas dentro de las instituciones públicas, aun las del más alto nivel. Desde luego, las diferencias por visiones, opiniones o puntos de vista son normales en cualquier conglomerado humano; pero lo que no lo es, es que eso no se procese internamente de una manera adecuada, a fin de llegar a entendimientos que preserven la armonía y aseguren los debidos equilibrios. Desde afuera, la primera impresión que da todo esto es la de una falta elemental de mecanismos anímicos que impidan que los egos o los intereses traten de imponerse a como dé lugar.
Estamos avanzando por un tramo particularmente complejo de la modernización democrática nacional, y hoy más que nunca sería necesario que dentro del aparato público se dieran las debidas coordinaciones, tanto intrainstitucionales como interinstitucionales. Lo que vemos en el día a día es lo contrario: diferencias no procesadas, atrincheramientos injustificables y fricciones acusatorias que enconan las relaciones en los cuerpos colegiados. Todo esto es perfectamente evitable, pues la democracia, entre otras cosas, es el arte de resolver diferencias por medio de la racionalidad y del diálogo. Habría que hacer mucho más esfuerzo al respecto.
Cuando se producen esos estados de desentendimiento interno, lo más importante no es dilucidar quién tiene la razón, sino entrar de inmediato en una fase correctiva del comportamiento integral del ente correspondiente, para evitar que la contienda sostenida mine o erosione el trabajo que a cada quien le toca hacer, y más cuando estamos hablando de entes cuyo adecuado funcionamiento es decisivo para la buena marcha del proceso nacional, como son los antes mencionados. Esto es, en realidad, cuestión de disciplina de la conducta, tanto personal como colectiva, y así tiene que ser tratado.
Las condiciones en que se mueve la realidad del país son, en todos los órdenes, especialmente delicadas en este preciso momento. Hay deficiencias estructurales por solventar, tanto en el área institucional como en los distintos ámbitos económicos y sociales; la economía continúa lastrada por muchos impedimentos para la reactivación rápida; las finanzas públicas están en crisis; las demandas sociales pendientes continúan creciendo e impacientando a la población; y así podríamos agregar puntos a la lista. Cuando hay tal cantidad de desafíos y exigencias sobre la mesa, lo que menos puede permitirse es que los distintos responsables de actividades tan determinantes para el proceso nacional gasten su tiempo en juegos superficiales.
Es curioso que esta crispación institucional tan generalizada en las altas esferas se esté dando ahora; y eso puede ser efecto de las sensaciones encontradas que produce la etapa política que se vive, dentro del marco de una alternancia en el ejercicio del poder político que no tiene precedentes. Es decir, hay un reto de aprendizaje para todos, lo cual sin duda desata sus propias ansiedades, pues nadie está seguro de la forma de comportarse frente a los nuevos desafíos.
El punto orientador, en todo caso, tendría que ser el interés nacional, por encima de todos los otros intereses. Esto, que siempre ha debido ser así, resulta más notorio en las circunstancias actuales; y por ello quedan más al desnudo las maniobras políticas destinadas a hacer prevalecer intereses de partido en función de cuotas de poder. La impunidad política también está en fase crítica, lo cual es muy sano para el proceso en general.
Preocupan las constantes disputas dentro de las instituciones
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