Ramón D. Rivas. 25 de Septiembre. Tomado de Diario Co Latino.
La cultura popular salvadoreña ha sufrido un tremendo golpe con la llegada de la transculturación producto principalmente de la migración descontrolada primero del campo a la ciudad y de las ciudades a las grandes urbes del mundo, sobre todo a los Estados Unidos.
Primero la guerra de la década de los ochenta y luego la penetración de las ideas, costumbres y formas de ser importadas han arrasado con las tambaleantes tradiciones populares rurales y urbanas y hasta de clase. En este país, la fiesta popular urbana ha sido sustituida por un uniformismo al cual hasta la misma Iglesia se ha prestado. Los desfiles civiles, los encuentros populares ahora son un arremedo, sólo porque hay que hacer algo, por lo menos esa es la impresión que uno recibe. Hay hasta iglesias, organizaciones civiles y hasta individuos a título personal que en su afán por exterminar cualquier seña de identidad hasta son capaces de invertir cantidades de dinero en contra propaganda.
Sería interesante hacer un estudio sobre el porqué tanto odio y ahínco contra las expresiones populares. Pero por otra parte los nuevos centros de encuentro urbano, dígase “centros comerciales” a la Estados Unidad son un acontecer que la gente lo está haciendo propio cada día que pasa y en estos lugares prefabricados el visitante encuentra desde un limpiabotas hasta supercines, palmeras que escenifican el ambiente y hasta cascadas, todo en un ambiente completamente reacondicionado y con todas las comodidades del caso.
El culto a lo efímero, es decir a lo pasajero pervive hoy, con mayor intensidad, en la cultura impulsada desde el poder, esa cultura de la máscara que cubre la verdad. Estos proyectos hoy tienen un nombre y mañana otro. Pero la gente se hace al medio, no hay un sentimiento crítico, es como que el pasado es rápidamente conquistado por el presente y hasta la enseñanza se acopla a eso como muy bien lo reafirma la psicóloga Guillermina Varela, en lo referente a la educación institucionalizada: “Hay muchos valores a los que deberíamos tener acceso todos los salvadoreños por medio de la educación, pero no los tenemos por ignorancia, nos falta esa actitud de querer conocer. La ecuación debería de ser más práctica, vivencial, una educación para la vida no como un slogan, sino como una verdadera práctica en la escuela en donde se potencialicen los verdaderos valores culturales, que los niños lo vivan…” “La educación, hoy en día, es sin contenido, sin significado, sólo memorístico”.
En este sentido, la eficacia alcanzada por los canales de transmisión culturales ha hecho de la cultura una vivencia externa y epidérmica, ajena en todo momento a lo cotidiano, que ensalza lo superfluo y entroniza una visión unidimensional de las cosas. En estos tiempos hemos sido capaces de someter la creación y el pensamiento a un solo amo: el dinero, patrón de cualquier intercambio cultural por leve que sea, señor absoluto de las modas y los modos de percibir la realizad.
El culto al poder ha penetrado por todos los rincones de la sociedad salvadoreña, se ha instalado cómodamente en nuestras casas y nos hace parecernos cada día más en las aficiones, los gustos consumibles y hasta en nuestra imposibilidad de ver el mundo con un color crítico.
El cacareado pluralismo cultural no es otra cosa que la desintegración de los valores colectivos; la uniformización individualizada de nuestras apetencias sirve muy bien al juego de la diversidad en el que nos obligan a participar.
La “cultura del espectáculo” no es inofensiva; nos engaña haciéndonos creer que la realizad tiene muchas caras, cuando en verdad todos los aspectos de esa pluralidad no son sino fotocopias de un único mundo: el de la sociedad que se devora a sí misma consumiendo sin parar las ofertas (muchas, ciertamente, pero calcadas unas de otras) de poder.
¿Ante qué perspectiva antropológica nos encontramos como individuos integrantes de esta nación? ¿Qué identidad nos caracteriza? Menudo rollo, cuando muchos ni sabemos que cosa es eso de la identidad y por ende su importancia para el desarrollo de un pueblo de una nación. La cultura popular ante el avance de lo urbano se está transformando en una cultura individualizada, en una cultura privada. La privatización de la cultura ha sido un hecho que ha ido parejado con el desarrollo del mercado que la convirtió en valor de cambio, de prestigio y de diferenciación social.
Sectores sociales privilegiados se han apropiado de los valores populares, desechando aquellos que la contradecían: lo bajo, lo grosero, la inversión social de algunos rituales, el carácter ambivalente de los conceptos, la significación multiforme del arte popular, todo aquello que significaba un obstáculo para el acaparamiento de poder para un determinado sector social fue suprimido o absorbido y manipulado en su propio provecho.
La cuestión es que no se trata, pues, de retroceder en el tiempo, de mirar al pasado con nostalgia. Como escribe Eduardo Galeano: “Nuestra auténtica identidad colectiva nace del pasado y se nutre de él pero no se cristaliza en la nostalgia. No vamos a encontrar, por cierto, nuestro escondido rostro en la perpetuación artificial de trajes, costumbres y objetos típicos que los turistas exigen a los pueblos vencidos. Somos lo que hacemos, y sobre todo lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
De lo que se trata es de ver en qué medida se aprovechan los espacios que quedan, que han quedado y aún más que a lo mejor hay que buscar. Entendido esto como espacios de desarrollo cultural. No se trata de inventar lo que no existe. El problema se agudiza cuando la gente se va.
¿Qué pasa con el medio geográfico que dejaron? ¿Qué pasa con los que se van y vuelven?
Habría que profundizar en estudios sobre los niveles y grados de identidad que aún conservan y hacia dónde nos lleva el acelerado urbanismo sobre todo cuando aún somos sociedades que nos debatimos entre el pasado y el presente. Es urgente estudiar hacia dónde se dirige la “cultura urbana” en nuestro país, sobre todo cuando ésta crece en un medio no organizado y en un medio en donde debemos hacer efectivas las políticas culturales. El reto que tenemos es grande pero no imposible, la tarea es de todos y no solo de una determinada institución.
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