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2011/05/04

Co Latino-Los desnombrados (2) | 04 de Mayo de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

René Martínez Pineda.04 de mayo.Tomado de Diario Co Latino.
(Coordinador del M-PRO-UES) *

Cuando sepan que he muerto de espaldas a la noche -anónimo y nimio; pueril y confeso- porque no acepté la traición como una rosa ni como un beso mejillal, no pronuncien mi nombre, pues me refugié en otros nombres que me encintan y definen tal cual soy… y empecé a llamarme con patriótico orgullo: chepe loco, vaso de leche, lengua de vaca, sangre de ostra, licuado de papa, chulada, compadracho, cincuechicle, librehueso, bolsepús, chepechumpa, mieyda, cara de aplauso, chuchavaga, cuerpuechucho, trece pelos, pacocrema, mico de oro, rabadilla, calzoneta de ostrero, matarañas, bacinica.

Cuando sepas que he muerto hastiado de cenar con cretinos maravillosamente vestidos… no pronuncies mi nombre, soy un desnombrado, una botella a la deriva sin su mar, un espectro del melodrama; sólo recuerda el júbilo matinal desde que hice mío el turno del ofendido porque sólo tengo dos mejillas; recuerda mi rojo blasón sin derecho a ser arreado por el conformismo que me inunda a mitad de la hora de estudio con algo de tedio; recuerda la concreta verdad que, tutelada por la monja insurrecta que me adoptó, repartí desde el fuego martirial del romero que, sin guardaespaldas mundanos, le ordenó a la jauría cesar la represión; recuerda el puño que hice unánime con el clamor de piedra que, sabio, develó la certeza de saber que pensar a solas duele, casi tanto como que nunca sepa nadie de dónde putas soy.

Cuando sepan que he muerto fijando detalles en el embrujo de los bares y burdeles de todos los puertos… no pronuncien mi nombre, porque no lo recuerdo ni me suena familiar desde que, quedándome solo en el anonimato que escogí, me secuestraron el alma y las alas; el arco iris y el capirucho infalible; la pelota goleadora y la chibola pulsuda; el fusil cítrico y la voz crítica… hasta que mi vida quedó a merced del fantasma que aplasta flores para frenar la resurrección de la tierra. Tengo un No-Nombre y una poderosa ausencia que, como río que se quiebra, hace que el hoy sea ayer; el mañana, hoy; el tiempo infinitesimal… como mi utopía hecha minúsculos añicos por el reloj marcador que, a solas y callado, fornica al burócrata que, de hinojos, sueña con haciendas ajenas y con el vestido de la Middleton.

Cuando sepan que he muerto -vomitando el discurso sobre la tísica bondad del capital- no pronuncien mi nombre, no piensen sus once sílabas, no tengo uno que sea conocido porque no soy sujeto de crédito clase “A”, por eso no tengo derecho a los bajos intereses que brinda –encarnando al Scrooge que ya fue visitado por los tres espíritus- la globalización. Mi nombre real es Cliente; mi correo: consumista@loquepuede.com; mi alias: “enhuevado”. Para más señas: soy aquel pobre infeliz que, por no tener nombre, le registran hasta el culo, o lo electrocutan, al salir del supermercado impronunciable o del almacén de inmigrantes, por lo que sospecho que mi apellido es Ladrón con Membresía; intuyo que no vivo en la sociedad salvadoreña, sino en la sociedad anónima que llena de humedad y frío hasta la poesía, para convertirme en el triste más triste del mundo.

Cuando me vean pasar cerca de los rebeldes sociales ahogados en jarras de cerveza; enredados en chequeras; con la boca llagada por la falta de hábito de comer caviar como fritada; haciéndose exámenes tacto-rectales con sus rivales de mentiras, con la venia de la corte suprema de injusticia… no pronuncien mi nombre. Mi nombre lo perdí en la titilante ignorancia que deja huir corbatas con rumbo desconocido; esa tiniebla monitoreada que, cual perenne negación del gran futuro, se le impone a los hijos; mi nombre lo cambié por los nombres de las telenovelas; por los nombres de los futbolistas (del Barcelona, claro está, al menos en eso estoy bien) y de los artistas de cine; por los nombres unísonos de los dictadores tropicales que me hicieron llorar por un himno nacional que no fue escrito para mí. Mi apellido lo llevo guindado, cual paradójico galardón nacionalista, en mi camisa, mis zapatos, mi celular, mi calzoncillo, ya que soy un ser globalizado en las marcas y un ignoto conocedor del promedio Dow Jones que, desde que renunció a ser el héroe de sus hijos, le ha perdido el gusto a los tibios pezones de ciruela de las muchachas matutinas. 

Cuando la Tierra, husmeando mi pecho, le haya dado otra vuelta al sol sin mí -como buscando el lugar donde están ocultos mis huesos de volcánica y lírica denuncia- y por fin comprendan que ha terminado la hora de la ceniza para mi corazón, no pronuncien mi nombre, no tengo uno que sea realmente mío; ni siquiera sé de dónde viene mi sangre más sangrienta y remota, y no creo que mi piel, mi voz de espanto, el duro grito de mi garganta, vengan de esa estatua de mármol cagada por las palomas y los perros callejeros que le hacen la venia al ministro. No busquéis en mi tumba un árbol genealógico: ni siquiera tuve uno donde orinar sin ser multado; no busquéis el escudo de mi apellido: ni siquiera tuve un techo ileso; no interroguéis mis fotografías: no supe quién fue mi padre; no preguntéis por mi mausoleo: ni siquiera tuve dónde caer muerto; no te preocupéis por el destino de mi herencia: ni siquiera comía tres veces al día. No pronunciéis mi nombre, no lo pronunciéis, sólo soy porque no soy; sólo soy el cliente, el damnificado, la víctima, el votante, el hermano lejano, el arrimado, el mendigo, el marihuanero, el sospechoso, el articulista. Sólo soy, como dijiste: un guanaco hijo de puta; un hombre bicentenario que ha vivido doscientas veces el mismo año, algo así como un matrimonio sin defloraciones.

Cuando me vean repitiendo sílabas extrañas como abeja, lágrima, pan, pies, tormenta, es porque estoy a punto de descompartimentar mis dieciocho letras; a punto de confesar que mi zurda ilusión es un grito ancestral; un árbol recio que no cae, ni tiembla, ni enmudece. Cuando sea la hora de decirles lo difícil que ha sido no morir sembrando maíz en las aceras de Metrocentro Norte, yo pronunciaré mi nombre, como si pensara en la luciérnaga destinada a mi anhelo sin aduanales molestias.

Cuando sepan que he muerto leyendo un libro hermoso que no entiendo, no pronuncien mi nombre, porque estaré entretenido con el recuerdo del primer perico a quien amé cuando niño; ocupado pensando en que hace frío sin ti en las maquilas. ¡Qué solitaria es la muerte sin tu vida, Roque!

Los desnombrados (2) | 04 de Mayo de 2011 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad

1 comentario:

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