Federico Hernández Aguilar.11 de Mayo. Tomado de El Diario de Hoy.
Efectivamente. Contrario a lo que muchos pudieran pensar, yo sí quiero que el presidente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, venga a El Salvador a inaugurar la muy fastuosa planta de almacenamiento de Alba Petróleos en Acajutla.
No reclamo la presencia del caudillo bolivariano, desde luego, por las razones que entusiasman a sus seguidores locales. La idea me parece atractiva por un motivo mucho menos abstracto: quiero oírle hablar del FMLN y del autodenominado "primer gobierno de izquierda" del país. Me interesa escuchar el "análisis" que él hace de la realidad actual salvadoreña.
Hugo Chávez tiene una propensión convulsiva –es decir, impulsiva y propulsiva– a la verbosidad. El ritmo con que las palabras salen de su boca tiene escasos competidores en el planeta. Nadie quiere disputarle esta "virtud", entre otros motivos porque la mayoría de los gobernantes suele comprender, ya en el ejercicio del poder, que la palabra es una espada de doble filo: tanto corta hacia donde se dirige como del lado en que se empuña. Blandirla con agilidad, pero sin prudencia, es oficio de oradores que no tienen miedo a sus adversarios… o al ridículo.
Ya sabemos que el mandatario venezolano "blande" las palabras menospreciando a los adversarios de su régimen. Es probable que también se crea inmune al ridículo. En todo caso, si alguien ha osado ponerle en guardia respecto de sus numerosas y proverbiales extravagancias oratorias, está claro que Hugo Chávez sigue creyendo que sus improvisados discursos cumplen una misión importante en la edificación de su personalidad política. Y sólo alguien que se ama tanto a sí mismo puede convencerse de que una herramienta tan coyuntural, tan pirotécnica, tan efectista, conseguirá en su día librarle del severo juicio de la historia, que absuelve a los líderes por sus obras más que por su grandilocuencia.
En un fascinante libro sobre el presidente de Venezuela, "El poder y el delirio", Enrique Krauze recuerda lo que le dijo un colega escritor que acababa de entrevistarse con Chávez: "Es radiactivo, tiene diez veces más energía que un humano normal. Lo mismo se decía de Mao. Estos hombres no se sienten humanos. Se sienten dioses". Algunos párrafos adelante, Krauze remata el perfil con la siguiente afirmación: "El régimen de Chávez se centra en Chávez. Su hechizo popular es tan aterrador como su tendencia a ver el mundo como una prolongación, agradecida o perversa, de su propia persona. Es un venerador de héroes y un venerador de sí mismo".
Pues bien: ¿qué pasaría si este incontrolable "venerador de sí mismo" visitara El Salvador? Para empezar, a sabiendas que el gobierno de Mauricio Funes ha sido renuente en hacerle una invitación oficial, ¿vendría este "heredero de Bolívar" a inaugurar una planta petrolera y se iría por donde vino, sin solemnidades protocolarias ni actos públicos multitudinarios? Y de ser verdad que el FMLN quiere recibir a Chávez "como se merece", ¿en qué tribuna lo pondría a hablar? ¿A qué guión le "sugeriría" atenerse, tomando en cuenta las polaridades que suscita su mensaje donde quiera que va?
Francamente, me encantaría ver al FMLN haciendo esos equilibrios. Porque, sin remedio, tendría que hacerlos. La otra opción, la de apadrinarle una recepción de vociferantes adoradores locales, en la que el teniente coronel pudiera hacer uso irrestricto del micrófono, es un tiro al aire que nadie sabe dónde va a caer. Ni los ex comandantes más aguerridos lograrían parar la consabida verborragia una vez resuene, entre el gentío, el socorrido grito de "¡Muerte al imperialismo yanqui!".
Si se me permite abonar en terrenos especulativos, tengo mis reservas en torno a ese aparente consenso que existe al interior del Frente sobre la pertinencia del viaje de Hugo Chávez al país. La inquieta lengua del ilustre huésped, con sólo excederse un poco en los elogios a su aliado salvadoreño, podría crearle más perjuicio que beneficio al FMLN en este año preelectoral. Es todavía larga la sombra de aquella indignación que la clase media hondureña experimentó, en agosto de 2008, cuando en las narices de "Mel" Zelaya se atrevió Chávez a insultar a quienes estuvieran "en contra del ALBA". Ignorantes les llamó. También les acusó de "pitiyanquis" (un término que por alguna razón se ha persuadido el caudillo bolivariano que el resto de los latinoamericanos tenemos obligación de celebrarle).
Me pregunto si el audaz gobernante de Venezuela se atrevería a hacer algo similar en tierras cuscatlecas. ¿También querrá venir a decirnos que Alba Petróleos de El Salvador es un proyecto patriótico al que todos los nacidos en este país debemos apoyar, so pena de convertirnos en "traidores", en "títeres del Imperio" o en "oligarcas contrarrevolucionarios"? ¿Haría referencia el mandatario venezolano a las declaraciones que el presidente Funes dio en Miami, el año pasado, cuando dijo que el "Socialismo del Siglo XXI" es un "sistema que nadie puede explicar ni comprender, a veces ni el propio presidente Chávez"?
En definitiva, yo sí quiero que venga el hombre del que tanto se habló en nuestra última campaña presidencial. Talvez nos ayude a tomar una buena decisión para las elecciones de 2014.
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