Por Laura Aguirre.10 de Mayo.Tomado de El Faro.
Hace algunas semanas hice un pequeño sondeo entre varias de mis amigas. Todas, mujeres entre 25 y 35 años, de clase media, con estudios universitarios y superiores, trabajadoras, algunas de ellas casadas y con hijos. Quería saber su opinión sobre el feminismo en El Salvador y si se identificaban con alguna de las organizaciones de mujeres más reconocidas en el país. La tendencia fue abrumadora. La mayoría se pensó, de alguna u otra manera, feminista por concordar con algunos o muchos de los preceptos del feminismo y por reconocer muchos de los derechos y libertades de las que gozamos como productos de las luchas de los movimientos de mujeres. Y, como yo, ninguna dijo identificarse con alguna de las organizaciones feministas más conocidas. La contundencia de las respuestas me convenció de la validez de mis propias inquietudes al respecto.
¿Por qué algunas mujeres tratamos de desenmarcarnos de los discursos de estas organizaciones? ¿Por qué nos causan escepticismo y hasta rechazo, a pesar de ser conscientes de los logros del feminismo? ¿Por qué, siendo mujeres, tratamos de marcar límites entre ellas y nosotras? ¿Por qué necesitamos hacer aclaraciones como “soy feminista, pero no de esas feministas”?
Coincido con otras feministas críticas en que estamos ante una crisis de percepción del feminismo mainstream, por parte de algunos sectores de población de mujeres. Para hablar sobre esta crisis en el caso de nuestro país, planteo comenzar por el análisis de algunos elementos reproducidos en el discurso feminista contemporáneo de El Salvador.
Muchas veces me he topado con comunicados de las organizaciones feministas más reconocidas que destacan: “las mujeres salvadoreñas necesitamos…”, “las mujeres denunciamos…”, “las mujeres somos las últimas en la lista del Estado”. O donde el análisis de los hechos no deja lugar a dudas, como en una video-entrevista en la que una representante de estas organizaciones hablaba de las perspectivas de mejoras para las mujeres con el cambio de gobierno en el 2009: “ (…) Creemos que pueda ser positivo (…) aunque estamos con la duda (…) hace dos semanas, todas las parlamentarias y parlamentarios firmaron un libro (…) comprometiéndose a respetar la vida del ser humano desde su concepción. Entonces, no sé… son hombres al final. Es un poco ilusorio, pensar que la situación de las mujeres va a cambiar drásticamente.”. Y por supuesto, los señalamientos de todos los efectos especialmente negativos que cada uno de los fenómenos sociales y económicos tiene sobre nosotras las mujeres.
Estas afirmaciones son homogenizadoras y excluyentes. En primer lugar porque tienen implícita una idea singular de las mujeres. Aunque estas organizaciones reconocen en sus escritos y comunicados que las mujeres no somos iguales en intereses y necesidades, terminan estandarizándonos bajo la categoría de “opresión de género” (Plataforma Feminista 2009/2014). Por haber nacido mujeres, automáticamente todas compartimos esta forma de opresión y discriminación genérica causada por el sistema patriarcal. A través de este tipo de opresión, somos iguales.
Con esto no pretendo negar el sistema machista, ni las situaciones de dominio y abuso que algunas vivimos o la necesidad de solidaridad entre los distintos grupos de mujeres. Pero sí afirmar que las mujeres somos diversas también en la vivencia y efectos del dichoso sistema patriarcal y que éste no puede aplicarse de forma universal porque termina en los mismo que el feminismo critica: invisibilizando a unas sobre otras. Puede ser que algunas mujeres no hayamos sufrido la discriminación genérica de la manera en que estas organizaciones proponen; que nuestro ser mujer no haya significado un obstáculo para alcanzar metas y objetivos; que no nos vivamos como grupo carente de poder, explotado, violentado y acosado por los hombres.
De la mano con esta idea de mujer se reproduce otra imagen homogenizadora: el hombre y el sistema patriarcal. Así como todas compartimos la misma opresión de género, ellos se constituyen como grupo al ser sociabilizados por este sistema, de tal manera que terminan convirtiéndose en la causa y efecto de la opresión hacia las mujeres. Básicamente ningún ser humano que haya nacido hombre se puede escapar de esta definición primaria de opresores que les da una identidad como colectivo, incluso antes de entrar en relaciones sociales.
Esta construcción de grupos monolíticos nos ubica a los seres humanos en posiciones contrapuestas mediante relaciones de dominio y opresión. Lo que termina generando es una simplificación de la realidad a dos categorías donde la mujer aparece siempre como sujeto-víctima de ese sistema patriarcal abarcador de todas las esferas de la vida. Así, en los discursos, la mujer es víctima de la violencia masculina, víctima de las políticas neoliberales, víctima del sistema de desarrollo, víctima del sistema educativo, víctima del sistema familiar, etc. Y de esta forma, como afirma Chandra Mohanty, se está definiendo nuestro ser mujer, primariamente, por el estatus que tenemos como objeto (cómo nos vemos o no afectadas por el sistema patriarcal (los hombres) y sus instituciones).
El problema de encontrar siempre un resquicio por dónde vernos como sujetas pasivas es que refuerza la idea de la realidad como una pugna dicotómica entre los agresores y las agredidas; los que tienen el poder y las que carecemos de poder, las oprimidas y los opresores.
La consecuencia más grave de la utilización estos elementos discursivos y analíticos es que han generado una percepción sobre “las feministas” como obsesionadas con las diferencias de género y las diferencias de poder, que nos terminan negando cualquier posibilidad de agencia política e histórica a las demás mujeres; provocando una mayor tensión entre nosotras y los hombres; una idealización de los femenino; y generando explicaciones simplistas sobre las diferentes situaciones que las personas vivimos en El Salvador.
Estoy conciente de todo el trabajo pendiente para mejorar la vida de las personas que vivimos en el país, sobre todo en estos momentos en que los problemas de siempre se han complejizado a través de la violencia y el crimen organizado. Pero también convencida de que tiene que hacerse como sociedad en general, donde haya espacios reales para el debate y acuerdos. Una sociedad donde los distintos grupos de hombres y mujeres nos podamos sentir parte de un mismo proyecto.
Es por eso que, con lo hasta ahora planteado, no solo he pretendido responder sintéticamente a las preguntas expuestas; sino también poner sobre la mesa la posibilidad de debatir desde las inquietudes que algunas tenemos. Pues estoy segura de la existencia de una urgencia política para encontrar puntos que nos incluyan y generen alianzas estrategias que traspasen transversalmente las fronteras entre los distintos grupos de mujeres.
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