Escrito por David Escobar Galindo.09 de Mayo.Tomado de La Prensa Gráfica.
El punto es que el escenario electoral está en fase sísmica, en buena medida porque no se hizo a tiempo lo que se tenía que haber hecho para seguir modernizando el sistema.
Tenemos la sensación —y el acontecer cotidiano nos lo reitera constantemente— de estar en convulsión sucesiva, como si el país, barcaza atribulada, se fuera moviendo entre aguas siempre revueltas. En realidad, tal sensación deriva sobre todo de la manera en que, como sociedad y como institucionalidad, enfrentamos los desafíos naturales del aprendizaje democrático. Nunca tuvimos escuela de democracia, sino más bien todo lo contrario; y eso hizo que se nos fueran introyectando formas de percepción, de acción, de reacción y de proyección propias de un modelo autoritario de vida, desde el seno familiar hasta el manejo de la cosa pública. En tales condiciones anímicas y conductuales del ente social en su conjunto, aunque con evidentes variantes según los estratos poblacionales, la acelerada evolución tiende a volverse una experiencia turbulenta.
La democracia bien vivida es un ejercicio normal de administración de aspiraciones y de limitaciones, de incomodidades y de seguridades. La aspiración principal dentro de la democracia es el equilibrio satisfactorio de los diversos intereses que afloran en el convivir social. La limitación principal dentro de la democracia es el juego de fronteras y mojones que ordenan tanto la acción personal como la acción colectiva. La incomodidad principal dentro de la democracia resulta de siempre estar a la espera de la próxima decisión ciudadana sobre la correlación de fuerzas en el tablero político. La seguridad principal dentro de la democracia se plasma en el hecho de contar con un modelo de funcionamiento socioeconómico y psicopolítico que no depende de los vaivenes de voluntades circunstanciales del poder, como ocurre en los distintos esquemas autoritarios.
Por estar aún en fase rudimentaria de nuestra viviencia democratizadora, vivimos ahora mismo entre remolinos, sacudones y petardos. Remolinos como el que se da en el ámbito de la seguridad, en todas sus expresiones. La inseguridad ciudadana es la que más trastorna el ambiente, y por eso no vacilamos en caracterizarla como un remolino succionador de nuestras energías nacionales más valiosas. Cuando hay inseguridad, nada se sostiene anímicamente. Es como vivir a toda hora en el filo quemante del “sálvese quien pueda”; y la angustia sostenida que eso produce contamina todas las formas de reaccionar frente a los estímulos tanto positivos como negativos. El remolino sólo podría detenerse si hay un encauzamiento adecuado de las aguas, en este caso sociales. Encauzamiento que requiere trabajos urgentes de reingeniería y labores efectivas de control.
Los sacudones están a la orden del día. El más visible y sensible hoy es el que se escenifica en la confusa tarima del acaecer electoral. Los misiles han llegado desde la Corte Suprema de Justicia en su Sala de lo Constitucional. Candidaturas “independientes” o “ciudadanas”; listas abiertas o cerradas desbloqueadas; orden de desinscripción del PCN y del PDC… La Sala presenta análisis jurídicos bien elaborados, aunque pueda haber opiniones adversas referentes a la oportunidad de algunas de esas resoluciones sobre inconstitucionalidades. Por efecto de la más reciente, el escenario electoral está en fase sísmica; y eso debería servir para reconocer sin tapujos que hubo cosas muy mal hechas en el pasado, las cuales ahora deben ser rectificadas inevitable y responsablemente.
Y los petardos. Si por ellos fuera, la realidad nacional parecería una fiesta patronal. Cohetes de vara, morteros y hasta buscaniguas. De todo hay. Aún falta mucho en el ambiente para que las diferencias, las discrepancias y aun los choques se manejen con la naturalidad que deriva de un tratamiento sereno y razonado del vivir en comunidad. Nuestra Constitución habla de pluralismo político, que no es más que un reflejo del pluralismo social imperante en cualquier conglomerado organizado. Aquí sobran exabruptos y escasean razones. Es de seguro efecto de que todavía se cree que los brabucones, los malgeniosos y los de “mecha corta” (muchos ni siquiera tienen mecha: explotan al mero contacto) son los fuertes, cuando es todo lo contrario. Resulta cansador e improductivo el dime que te diré, pero sigue imperando.
Sin embargo, también hay signos de fatiga ambiental por todo ese desborde de acciones y reacciones descompuestas y casi siempre irrelevantes. Es de imaginar que si los rafagueos actuales se convirtieran en intercambios respetuosos, mucha “mala vibra” se disolvería por efecto inmediato. Los problemas nacionales son tan complicados en sí, y las eventuales soluciones requieren tanta voluntad y tanto empeño, que no es justo estar gastando tanta adrenalina en fuegos artificiales, en vez de invertir fuerzas vitales en el trabajo de hacer las cosas bien, con juicio y con mesura. Esto, por supuesto, no es una prédica en pro del conformismo, como algunos irritables podrían creer. Es sólo una apelación más al equilibrio anímico compartido y animador, que es necesario para todo.
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