Comentarios mas recientes

2011/04/02

LPG-Un poco de historia contra las excusas

 ¿Usted es de los que echan la culpa de todos nuestros padecimientos al “imperialismo yanqui”? Entonces le interesará saber que, aunque nosotros no tuvimos una larga y sangrienta guerra de independencia –ni cerca de la que sufrieron los gringos–, sí que nos encargamos de destruir nuestra naciente autonomía económica.

Escrito por Federico Hernández Aguilar.02 de Abril.Tomado de La Prensa Gráfica.

 

La reciente visita a nuestro país del presidente de Estados Unidos debería motivarnos oportunos análisis. Uno de ellos tendría que incluir, a mi juicio, reflexiones históricas y antropológicas sobre la raíz más profunda de los males que nos aquejan: el tercermundismo.

Si bien es un término esquivo, «tercermundismo» sirve para designar una actitud típica de las naciones subdesarrolladas: ante la evidencia abrumadora de los errores propios, emprendemos la búsqueda ansiosa de culpables foráneos.

La visita de Barack Obama, de hecho, hizo brotar varias muestras de esta perniciosa actitud, ya no solo encarnada por los desubicados que queman banderas, sino por los supuestos intelectuales que siguen defendiendo simplismos como el siguiente: ¿Hay países pobres y naciones prósperas? Sí. ¿Las naciones prósperas, en algún momento, colonizaron a los países que hoy son pobres? Sí. Entonces, las causantes del subdesarrollo de los países pobres son ¡las naciones ricas! (¿?).

Falacias doctrinales como la anterior se enrollan en la necesidad humana de justificarnos. En muchos sentidos, Marx y sus epígonos no hicieron otra cosa que decirle a los pobres del mundo que había naciones (Inglaterra y Estados Unidos en primer lugar), clases sociales (la burguesía) y ciertas personas (los “dueños” del capital) a quienes se debía culpar de todas sus miserias. Así, calentando los nervios de quienes se creían los únicos desposeídos de la tierra, el marxismo se abrió paso a zancadas. La violencia fue reivindicada como “partera de la historia”, pues si estaban a la vista los explotadores de media humanidad, ¿no era acaso un acto de «justicia» arrebatarles por la fuerza lo que ilegítimamente se habían apropiado?

La debilidad del tercermundismo fue su completa miopía histórica. Analizó a profundidad las etapas coloniales que despojaron al tercer mundo de algunas de sus riquezas, pero evitó analizar por qué ciertos países eran colonizadores y otros colonizados. Unas simples comparaciones históricas entre nuestra desvalida región centroamericana y Estados Unidos lo ilustra:

La Declaración de Independencia norteamericana fue promulgada en 1776; la de Centroamérica, en 1821.

Estados Unidos adoptó en 1823 la Doctrina Monroe, que prohibía cualquier tipo de injerencia europea en los asuntos del hemisferio norte. En ese mismo período, legisladores centroamericanos proponían la anexión del istmo a la efímera autocracia de Iturbide en México.

El primer conflicto interno que amenazó seriamente con desmembrar el territorio estadounidense estalló en 1861. La primera gran guerra civil centroamericana había tenido lugar ¡34 años antes!, en 1827.

Un estadista visionario, Lincoln, garantizó la unidad de Norteamérica a costa de sacrificios y mucha sensatez. La insensatez de los cinco países de Centroamérica, mal liderados, terminó destrozando en igual número de pedazos el sueño unionista de Morazán.

Los primeros dos grandes partidos políticos de Estados Unidos nacieron en el siglo XIX y han gobernado alternativamente ese país en los últimos 145 años, dándole una envidiable estabilidad. Los primeros partidos políticos centroamericanos se destrozaron entre sí casi al nacer, y las abruptas alternancias de facciones, hasta la llegada de los regímenes militares, provocaron una inestabilidad social y económica que degeneró siempre en nuevos y empobrecedores conflictos internos.

Barack Hussein Obama es el mandatario número 44 de Estados Unidos. Para hablar solo del caso salvadoreño, el listado de individuos que han detentado formalmente el poder, en solitario o formando parte de directorios de gobierno, en calidad de jefes de Estado, senadores designados, consejeros, jefes supremos, jefes provisorios o presidentes, ¡rebasan el centenar! Ya en 1890 habíamos alcanzado en El Salvador el mismo número de gobernantes que Norteamérica ha tenido en toda su vida republicana.

¿Usted es de los que echa la culpa de todos nuestros padecimientos al “imperialismo yanqui”? Entonces le interesará saber que, aunque nosotros no tuvimos una larga y sangrienta guerra de independencia –ni cerca de la que sufrieron los gringos–, sí que nos encargamos de destruir nuestra naciente autonomía económica. La apertura comercial que por inercia empezó a funcionar en los albores de la Federación Centroamericana se vio pronto afectada por la inexperiencia administrativa de nuestros políticos, aparte de la elefantiásica burocracia provincial que creamos y de la cruenta guerra civil que, por veinte años, arrasó los pocos recursos existentes, diezmó la fuerza laboral y redujo al mínimo la inversión.

Todo esto, que ocurrió antes de que Estados Unidos se convirtió en una potencia económica o militar, tuvo efectos desastrosos para los salvadoreños, que ya ocupábamos el área más pequeña del istmo. ¿Y qué hicieron allá arriba mientras acá abajo nos desangrábamos? Resolvieron su conflicto interno con sabiduría, liberalizaron la economía, potenciaron las industrias, incrementaron la producción e invirtieron en el capital humano. El resultado, a la vuelta de dos décadas, era una nación próspera, capaz de autoabastecerse, practicar la innovación estratégica y competir sin complejos en el mercado global.

Abjurar de nuestro tercermundismo es una labor urgente. Si somos honestos, admitiremos que esas culpas que endilgamos a otros para explicar nuestros atrasos no pasan de ser malas excusas. Y si a esta dolorosa (pero conveniente) honestidad unimos algún grado de pragmatismo filosófico, no tardaremos en concluir que todavía estamos a tiempo para revertir la realidad que padecemos, siempre y cuando aprendamos a reconocer que la prosperidad no es producto de justificaciones cómodas, sino resultado del trabajo y la responsabilidad.

Un poco de historia contra las excusas

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios que incluyan ofensas o amenazas no se publicaran.