Carlos Velis.10 de Abril.Tomado de Contra Punto.
LOS ANGELES - Una amiga de “los tiempos duramente humanos”, al terminar la guerra, fundó un lindo hotel de montaña en Perquín. Hasta allá subían los miembros de familias acaudaladas, algunos de la misma oligarquía, en un turismo de postguerra, a conocer los lugares donde se derramó tanta sangre. Llegaron atraídos por la curiosidad de la historia. Querían ver dónde un pueblo armado había mantenido a raya a todo un ejército sólo librado de la derrota por los millones de dólares que el gobierno gringo derrochaba a diario.
Me cuenta mi amiga que llegaban con asombro, visitaban el Museo de la Revolución, se maravillaban de la inventiva y la creatividad de gente sencilla que, en circunstancias excepcionales, eran capaces de soluciones extraordinarias. Luego, a la hora del relax, durante la sobremesa, charlaban y se hacían bromas al más puro estilo del salvadoreño. Me dice mi amiga que entonces, no había diferencia en nada con todos los humanos nacidos en esta tierra del tamaño de cualquier hacienda de Texas. Las bromas y chistes eran los mismos de todos los 21000 km cuadrados.
Cuenta un soldado que, cuando terminó la guerra, el Copaz convocó a ambos ejércitos para ser representados en un evento. Nadie del cuartel quería ir. El comandante, a dedo, eligió a dos, en cuenta él, para asistir. Llegaron y se sentaron sin hablar con nadie. Un compa los saludó y les ofreció una gaseosa. Se las llevó servidas en un vaso, el que no tocaron porque temieron que tuvieran veneno. Llegó otro compa y les dio la gaseosa en la botella y entonces se la tomaron.
Doce años de guerra desencadenada es demasiado tiempo. Una generación murió, otra nació, nuestros hijos se crecieron, el muro de Berlín cayó, dejó de existir la URSS. La ciencia ficción, ahora se compraba en cualquier tienda, celulares, computadoras personales; nuevas disciplinas de la ciencia vieron la luz y el mundo se preparaba para el nuevo milenio.
En 1988, Danilo Ávalos Castro abre un restaurante muy singular. De hecho, su nombre “Camaleón”, llamaba a cumplir una función camaleónica. En las peñas etilo-culturales, bajo el pretexto del brindis finisemanal, se reencontraban amigos que habían estado separados por conflictos ideológicos. Hacían una tregua para disfrutar un rato de amena charla. Allí vivimos y discutimos la situación de aquella guerra que ya duraba demasiado. Como siempre, cuando hay salvadoreños, alguien sabía la última noticia, que transmitía con la prevención de que no la contáramos a nadie. Aquel experimento terminó de una manera traumática, y casi como una premonición de lo que vendría después de la guerra. Sonia Diadires Parada, la esposa del Negro Contreras, llamada “La Chabuca”, porque cantaba las canciones de Chabuca Granda, con una hermosa voz de contralto, en aquellas deliciosas veladas, fue asesinada por defender a sus hijos de un energúmeno vecino que los estaba molestando por un parqueo público, donde los muchachos jugaban y él reclamaba exclusividad, amparado en su amistad con ciertos militares. El criminal fue condenado a veintiún años de cárcel, el hijo agredido, que resultara herido en el mismo hecho, murió al año, el Negro Contreras decayó en su salud hasta que murió poco tiempo después, dejando en el desamparo a los otros hijos. Danilo emigró, al poco teimpo del asesinato hacia Canadá.
Después de esa experiencia, en 1990, abre sus puertas “La Luna Casa y Arte”, donde, dos años después, saludamos los Acuerdos de Paz, vimos a la gente nuestra que volvía, nos sentamos en mesas cercanas con antiguos enemigos, mientras escuchábamos la música de Álvar Castillo, Luis Enrique Mejía Godoy, el teatro de Isabel Dada y otros, danza, poesía, etc.
Casi veinte años después, la vida siguió su curso. Los árboles botan sus hojas, echan sus brotes nuevos y sus flores y frutos en su momento justo. Los alcaravanes pasan hacia su cita de amor en otras tierras. La guerra pasó. Los antiguos comandantes de ambos ejércitos, ahora escriben libros de historia, análisis políticos, se la rebuscan, unos con suerte, otros más o menos, algunos de manera non sancta, y los hay que hasta lograron colarse a la Asamblea y los ministerios. Ambas tropas, por su lado, también les toca la rebusca, con suerte diversa igual. Las armas no dispararon más por razones políticas, pero no tardó en volver a sentirse el olor a pólvora en el ambiente. ¿Entonces, por qué no estamos en paz?
Será, tal vez, que la guerra no fue más que una expresión superlativa de las relaciones sociales que rigen la vida de los salvadoreños, desde el siglo XIX o tal vez antes. Entonces, para construir la paz, debemos de buscar más allá de la guerra civil. Todos los habitantes de esta pequeña parcela centroamericana somos veteranos de una guerra. Sobrevivientes. Cualquiera de nosotros, ustedes que me leen y yo que les escribo, pudimos quedar en el camino, estuviéramos o no involucrados. Cada día podía ser el último, sólo por caminar muy rápido muy despacio, según el nivel de paranoia del policía o el guardia nacional que te encontrara.
Las cosas, tal vez no han cambiado como quisiéramos, pero el solo hecho de ya no encontrarse por la calle con una pareja de guardias, armados hasta los dientes, con una patente de corso para hacer con vos lo que quisieran, es un cambio saludable.
Antes he dicho repetidas veces que el andamiaje social es el que nos vuelve violentos. También, hay que decirlo, transgresores, corruptos. El sistema político ha convertido la corrupción en una práctica natural, consustancial a la convivencia social. Revisemos con claridad el hecho de que los Acuerdos de Paz, no contemplaron la transformación del sistema social. Se dejó intacto el aspecto educativo, cultural, en fin social, lo cual volvió muy débil el avance en la post guerra. Por eso, cuando llegan cuatro valientes juristas a aplicar la ley como tiene que ser, con una hermenéutica apegada a la razón, la justicia y la igualdad social, crea anticuerpos y, como en la canción de María Elena Walsh, “El reino del revés”, son atacados, curiosamente, dentro de los mismos moldes legales existentes, señalándolos como que ellos son los transgresores. Eso es lo más paradójico, absurdo, sin sentido y desvergonzado que se puede concebir. Los patos disparándoles a las escopetas. No se explica, si no es bajo la óptica de que el sistema entero se ha convertido en una sociedad con los valores tergiversados al extremo de que lo negro es blanco y viceversa. El abuso, la prepotencia, la corrupción, la discriminación, la insensibilidad, son las bases fundamentales de la conducta social de todos los salvadoreños. La derecha e izquierda, todos los nacidos y criados en este sistema. Se nos enseñó a desconfiar, en lugar de confiar; a transgredir, en lugar de conducirnos rectamente; a atacar antes de que nos ataquen a nosotros; a ver en nuestro hermano al enemigo. Debemos de empezar por reconocernos en nuestros defectos, que es el primer paso para nuestra reivindicación. El siguiente paso será comenzar a hacer un esfuerzo personal para romper esos moldes fatídicos que nos están haciendo repetir los mismos errores. Al abuso, antepongamos el respeto; a la prepotencia, la tolerancia; a la corrupción, la honradez; a la discriminación, la incorporación, el compartir; a la insensibilidad, el sentimiento de hermandad para todo el mundo. En síntesis, vivir el mensaje que nos dejara nuestro profeta Monseñor Romero, que es el mismo mensaje cristiano y de todos los mensajeros de Dios.
No estoy echando responsabilidades ni culpas a nadie. Nos han hecho así. No conocemos otro mundo. A los de “arriba” les han enseñado que hacia abajo, todo el que no tiene carro del año, es su criado. Que debe tener cuidado porque todos son ladrones. A los de abajo se les ha enseñado que hacia arriba, todos son ladrones explotadores, que lo que tienen es porque lo han robado. Así, las relaciones entre clases sociales, no pueden ser armoniosas. Esto ha generado las tribus urbanas que estamos padeciendo, auténticos clanes cerrados, violentos entre ellos y con los demás. Los de arriba y los de abajo y los de hasta abajo, mantienen un estricto control social, que impide un intercambio saludable entre clases económicas y, a veces, hasta gremios.
Después de la dolorosa experiencia de tantísimos años de represión y su máxima expresión en la guerra, tantísimo dolor y lágrimas, es imperioso hacer un esfuerzo por cambiar esta estructura. Todos hemos llorado a nuestros seres queridos que cayeron. Tendemos a minimizar los muertos de los demás, pero la derecha también tiene sus muertos. Ellos prefieren venerarlos en secreto, pero los tienen. Los míos, que murieron combatiendo, son mis héroes. Cayeron en la lucha, con el arma en la mano, por la ráfaga de un sueño que nos envolvió a todos, por cambiar este mundo. No lo hicieron por llegar a diputados. Si fuera por eso, no habrían muerto. Las oportunidades, las hubieran tenido. Eran mentes brillantes las que cayeron. Lo mejor de lo mejor. Mi orgullo es haber estado allí, habernos reído muchísimo en las casas de seguridad, donde parloteábamos todo el tiempo y no dejábamos títere con cabeza. Cocinábamos, imprimíamos las volantes, entrenábamos arme y desarme, planificábamos las acciones militares, salíamos a la calle, sin saber si volveríamos.
Cada uno de los setenta mil muertos era un ser especial. Sus sueños eran inmensos. ¿Y eso no nos ha enseñado nada? ¿Cómo es posible que ahora, gastemos energías inútilmente satanizando a compañeros valiosos que dieron su aporte imprescindible, porque no siguen al rebaño del patriarca? ¿Cómo es posible que los de “arriba” sigan creyendo que los que no tenemos carro del año, somos sus criados? ¿Cómo es posible que las comunidades pobres sean contaminadas por las mafias del crimen organizado, a la vista y paciencia de los que gobiernan? ¿Cómo es posible que el partido político que desgobernó el país por dos décadas, tuviera como icono de su lucha política un pueblo mártir, donde los antepasados de sus fundadores masacraron a toda una etnia? ¿Cómo es que puedan seguir creyendo que mataron comunistas? ¿Acaso no eran humanos?
Ahora veneramos la memoria de Monseñor Romero. Pero hasta qué punto, será moda. Porque en la palabra de Monseñor está todo lo que estoy diciendo y más, pero no parece importarnos. Monseñor predicaba para la conversión de todos, ricos y pobres. Y es que así tiene que ser. No pretenderemos hacer una “solución final” de ricos o de pobres. Afortunadamente, ya no están los trastornados que pudieron haberlo hecho. Si los ricos no conocen otro mundo más que el de sus privilegios, hay que convencerlos de que el siglo XXI exige otra visión de la vida y de la humanidad, para evolucionar.
El pueblo, por su lado, tiene que avanzar hacia la solidaridad entre hermanos. Insisto en la organización civil como la canalizadora de la fuerza social. Hay muchas tareas que nos plantea el momento. Es hora de emprenderlas.
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