Se habla todos los días del atascamiento en que se halla atrapada nuestra economía nacional, y no faltan los diagnósticos y las recomendaciones para hacerla reaccionar. Desde luego, el problema no es técnico, sino estratégico. Y, al ser estratégico es inevitablemente político. En la concepción básica sobre el funcionamiento del país se halla entonces el punto crítico de toda esta problemática. Tal concepción básica es, por su propia naturaleza, un conjunto de factores a los que tenemos que darles el debido y detenido enfoque, si es que buscamos pasar a una fase verdaderamente creativa y funcional de nuestro desarrollo. Tres de esos factores queremos subrayar en esta breve exposición: la visión de país como un todo compartido, el manejo de la realidad como entidad objetiva y la identificación de los desafíos como reclamos de perfeccionamiento.
Escrito por David Escobar Galindo.11 de Abril.Tomado de La Prensa Gráfica.
La historia nacional es, en gran medida, la historia de la división nacional. Vino la guerra, emergió la democratización, llegó la solución política del conflicto bélico. Tres lecciones en una. ¿Y el “todo nacional” cómo se vive ahora?
VISIÓN DE PAÍS COMO UN TODO COMPARTIDO. El tema, en el sentido en que lo planteamos, no es filosófico ni académico, aunque la reflexión y el análisis sirven de mucho para entender el presente e iluminar el futuro. En la realidad cotidiana , el “todo nacional” se vive, pero en forma traumática, de seguro porque sigue persistiendo la profunda resistencia aprendida a vernos como un todo. La historia nacional es, en gran medida, la historia de la división nacional. Vino la guerra, emergió la democratización, llegó la solución política del conflicto bélico. Tres lecciones en una. ¿Y el “todo nacional” cómo se vive ahora? Aún no se vive conscientemente, y los principales responsables de ello son los políticos y sobre todo los partidos políticos, que siguen tan aferrados a sus viejos vicios que no tienen tiempo para nada más. Hay que sacudirlos hasta que despierten.
MANEJO DE LA REALIDAD COMO ENTIDAD OBJETIVA. Insistimos en la necesidad de hacer lecturas consistentes de la realidad en cada momento. Y es que si las lecturas son torcidas o insuficientes, no es posible implantar tratamientos adecuados a los problemas reales ni hallarles soluciones. Aquí vuelve la política a estar en franco déficit. La tendencia es a medirlo todo con las varas del interés circunstancial y parcializado. Los gobiernos están obsesionados por su propio calendario, ya que ellos, en cualquier caso, son “flor de un día”. Las organizaciones partidarias sólo tienen un horizonte que va dando saltos de rana: las elecciones siguientes. Y, en abierto contraste, la vida real es permanente y la nación también lo es. La realidad, objetivamente, funciona en el corto, en el medio y en el largo plazo, a la vez. Y todos, sin excepción, debemos asumir esa lógica.
IDENTIFICACIÓN DE LOS DESAFÍOS COMO RECLAMOS DE PERFECCIONAMIENTO. En el pasado, los desafíos nacionales fueron etiquetados como amenazas destructivas, en vez de acogerlos como brotes generadores de oportunidades aprovechables. El ejemplo más lacerante de ello fue el tratamiento que, durante prácticamente toda nuestra historia republicana, se les aplicó a los distintos impulsos democratizadores, tan normales en una sociedad en proceso de configuración. El tratamiento fue la negación y la persecución. Y eso, por supuesto, derivó en el surgimiento de la subversión. Hoy, estamos en otro momento, porque la realidad impuso la solución, para que la guerra no se reprodujera perversamente a sí misma. Pero hay que asumir la tarea: procesar inteligentemente los desafíos nacionales, como los motores de perfectibilidad que son.
Los salvadoreños vivimos en constante urgencia por hacer lo que el país necesita. Y esa es una señal de buena salud básica, porque cuando los problemas pueden ser tapados sin aparentes consecuencias es porque hay un mal de fondo, que puede tener vocación terminal, como ocurrió en los decenios anteriores al estallido de la guerra. Nos apremian muchas cosas, pero en concreto tres: prosperidad, seguridad y gobernabilidad. Y esas tres cosas van íntimamente entrelazadas. Hablamos de prosperidad, no simplemente de desarrollo. Hablamos de seguridad, no simplemente de tranquilidad. Hablamos de gobernabilidad, no simplemente de manejabilidad. Es decir, no se trata de hallar recetas para atacar síntomas, sino de controlar síntomas atacando el fondo de la problemática. Y para esto no sólo hay que educar a la política práctica sino también a la institucionalidad en funciones.
En lo que a la prosperidad se refiere, hay que propiciarla en razón de lo que es: el florecimiento generalizado del bienestar. No son sólo cifras estadísticas, como las que se usan para medir el desarrollo: son estados de vida, dentro del universo nacional, que es tan variado y tiene tantos desajustes. Si la prosperidad no llega a todos –a cada quien según sus aspiraciones convertibles en voluntades—, no es prosperidad. Si sólo unos pocos sienten bienestar y muchos siguen sintiendo malestar, el remolino succionador de las mejores energías nacionales continúa imperando. En esto también hay que educar a la política, que vive de imágenes frívolas de bienestar, no de compromisos serios con la transformación de la vida. Y en la transformación de la vida —sin poses beligerantes ni eructos malolientes— está la clave del progreso real y sostenible.
Para que el país prospere hay que hacer que la política se eduque
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