Carlos Girón S.21 de Abril.Tomado de Diario Co Latino.
La pobreza de las personas – y la de los pueblos— no es una condición natural, sino artificial, provocada por las personas mismas y por diversas circunstancias. Puede ser por pereza o haraganería, por ejemplo; por ignorancia, debilidad de carácter, o por una clase de vida disipada y de derroche, esto no sólo del dinero y del tiempo dedicado al ocio, sino principal y lastimosamente, derroche de los talentos y las habilidades que pueda tener alguien.
La haraganería es madre de todos los vicios y consecuentemente, de la pobreza. La ignorancia no se queda atrás: es como ir en un camino oscuro que no se sabe a dónde se irá a parar. Hágase la salvedad de que no hay un ignorante que lo sea por completo, a menos que se trate de un idiota o tarado, retrasado mental, pues en las personas normales siempre hay un sentido común, y a veces hasta un sexto sentido. Emprender una tarea, un proyecto y no llevarla adelante, no terminarla, es falta de voluntad y de carácter, una vía hacia las carencias. Y vivir en la disipación y el derroche, por más que se tenga, la ruina puede ser el final. Ha habido quienes, por adicción al juego, han perdido lo que tenían, quedando en la calle, arruinando a sus familias.
Derrochar los talentos es no interesarse en cultivarlos y desarrollarlos, alejando así la posibilidad de derivar el provecho que pudiera traducirse en abundancia.
La mayor parte de veces la gente es pobre porque quiere. Porque no usa la cabeza. Se deja llevar por la corriente, por lo que otros dicen, por lo que otros quieren, no por su propio criterio. Para el caso, quienes se dejan arrastrar y embaucar por las estruendosas y permanentes campañas publicitarias del comercio en general. Sus desplegados, a todo color en diarios, televisión o el cine, parecieran anunciar que están regalando o vendiendo muchas cosas “a mitad de precio o abajo del costo”. No pocas veces las autoridades han descubierto que muchos de los productos “rematados” en las ofertas o ya están vencidos, o están por vencerse. Por eso los comercios los ofrecen “casi regalados”. (Aquí llama la atención que nunca se da a conocer si los comercios que incurren en esta práctica son multados o sancionados de alguna manera, como debería ser). Si son ventas a plazo, los comercios lo extienden largamente, y que la prima la pague el cliente “cuando quiera, como quiera y sin intereses…”
Con tan halagadoras y tentadoras “ofertas”, la gente se lanza a aprovecharlas como moscas sobre un pastel, sin pensar si realmente necesita lo que va a comprar, o si alcanzará a pagar lo tomado a crédito. El impulso es más fuerte, la sugestión del anuncio es tan poderosa, que los clientes se rinden sin la menor resistencia. Y como no tienen a mano el dinero en efectivo, se baten a pura tarjeta de crédito. Cuando llega la hora de pagar, la plata no alcanza y los intereses se van acumulando hasta volverse impagables las deudas. Entonces entran los bancos y los emisores de tarjetas como jaurías de lebreles a perseguir a los deudores, acosándolos día y noche, por teléfono o reclamos postales, o publicando listas de nombres para que las personas pasen “con urgencia a arreglar cuentas pendientes”, so pena de diligencias judiciales.
Muchas veces, hay personas que dejan de comprar alimentos y demás cosas necesarias con tal de “sacar por abonos” el televisor de plasma del mayor tamaño posible “para tener cine en la casa”, o el blackberry con Internet y cámara fotográfica digital, o la camisa, la blusa y el vestido “de marca” aprovechando la “realización de precios locos” del almacén tal o cual.
Igual con los alimentos (chatarra) o bebidas de aguas teñidas, enlatadas o embotelladas, que engatusan al público creyendo que de veras son “energéticos”, vitalizadotes, buenos para la salud, etc., cuando la verdad es todo lo contrario: son dañinos por la gama de aditivos, colorantes, preservantes y demás químicos que terminan por producir obesidad, diabetes, envenenamiento de la sangre, degeneración de las células, haciéndolas proclives al cáncer y muchos otros males que luego deja a la gente preguntándose por qué su malestar o enfermedad.
Con todo eso, ¿es extraño que los hospitales y las clínicas de salud públicos y privados se vean abarrotados de enfermos de todas las “especialidades”, demandando, en el caso de los hospitales públicos, cada vez más gastos presupuestarios para la atención médica y el despacho de los medicamentos para las multitudes enfermas?
Personas sensatas que ven tales situaciones, consideran del caso y como algo necesario que la Defensoría del Consumidor mantuviera una campaña de concientización entre el público para que no se arrebatara a gastar más de la cuenta en cosas que muchas veces “ofertan” los comercios y que no son indispensables para vivir cómodamente, disfrutar de una vida sana y sin la angustia de deudas impagables. La campaña podría llevar aparejado un mensaje de exhortación al ahorro y de pensar en el futuro, para alejar el espectro de la pobreza y la miseria, que a menudo conduce también a las enfermedades.
El público en general debería despertar y darse cuenta de que la publicidad abrumadora lleva a un consumismo alocado que termina por desembocar en la pobreza de las personas o las familias, pobreza de la cual no será responsable ni el Gobierno ni nadie más, sino las personas mismas.
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