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2011/04/04

LPG-Sostenibilidad de la democracia y ciudadanización de la libertad

 La democracia es el método que hace posible que las libertades coexistan, se nutran mutuamente y desarrollen su vocación de permanencia, correspondiente a la misma naturaleza del espíritu humano.

Escrito por David Escobar Galindo.04 de Abril.Tomado de La Prensa Gráfica. 

 

Thomas Mann es uno de los escritores universales del siglo XX, de ésos que hoy no se encuentran por ninguna parte. Hombre de pensamiento libre, en la primavera de 1938, justamente en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, pronunció una conferencia emblemática en 15 ciudades estadounidenses, titulada “El triunfo final de la democracia”. Augurio impresionante, sobre todo en aquella coyuntura tan cargada de amenazas explosivas. 73 años después, el mundo ha dado incontables vueltas, algunas de ellas de altísimo voltaje. Las tres grandes amenazas personalizadas contra la democracia en las vísperas señaladas —nazismo, fascismo y comunismo— dejaron de existir: el nazismo y el fascismo en 1945, y el comunismo en 1989. Pero a estas alturas, la democracia sigue estando en terreno inseguro, como parece ser su sino.

Mann dice en uno de los párrafos de la conferencia aludida: “América advierte también que la democracia no es un bien asegurado, que es combatida, y está gravemente amenazada desde dentro y desde fuera, que se ha convertido nuevamente en problema. Advierte que ha llegado la hora de un autorreconocimiento de la democracia, el momento de recordar, discutir y recobrar conciencia; en una palabra, de renovar la democracia en la idea y en el sentimiento”. Palabras que parecen dichas ahora mismo para valer ahora mismo. Se habla frecuentemente de esa inseguridad básica de la democracia, pero casi nunca se hace lo que conviene hacer para que tal inseguridad se mantenga a raya. Y en estos días, el fenómeno es más global que nunca, y debe ser, entonces, atendido con criterios e instrumentos también globales y puestos al día.

El cultivo de la democracia, como el cultivo del café, lo aguanta todo, menos el descuido sistematizado. Lo primero, pues, que la democracia quiere y requiere, es atención continuada, para evitar que las malezas invasoras y los vaivenes del clima le trastornen la vida ordenada. Y, como en el café, si un año se descuida, ese descuido se paga en varios años subsiguientes; y si el descuido se vuelve crónico, el riesgo de perderlo todo crece en proporciones geométricas. En nuestro caso nacional, esto se vuelve aún más sensible porque no hay que olvidar que los salvadoreños aceptamos el desafío de estructurar democráticamente nuestro modo de vida por necesidad y no por convicción. Eso hace que haya una muy débil conciencia de base sobre lo que la democracia representa y lo que la democracia significa.

Y en la misma conferencia citada de Thomas Mann se dice: “No hay ningún bien que soporte la desidia. Hasta las cosas físicas fenecen, se pierden, mueren, si no se las cuida, cuando no lo hace la mirada y la mano del dueño y éste las abandona por considerar demasiado natural su posesión”. En el caso de la democracia, ¿quién es el dueño? Mejor dicho, ¿quién es el principal responsable de su buena supervivencia? Evidentemente, el pueblo, la ciudadanía, la sociedad civil. Y el problema principal al respecto reside en el hecho de que al pueblo se le ha escamoteado tradicionalmente entre nosotros lo más importante que tiene: la conciencia de ese protagonismo histórico permanente. Desarrollar la conciencia democrática es, pues, tarea fundamental para que el régimen democrático produzca sus frutos y se vuelva cosechero infalible.

En este preciso momento de la evolución nacional, la democracia aún inmadura que vivimos está expuesta a riesgos cruciales. Aunque no se ven en el ambiente signos regresivos, de seguro porque la guerra y la solución política de la misma nos vacunaron contra ello, sí hay un peligro real y patente: el que nuestra democracia en acumulativa formación se acomode a la mediocridad, que es la mejor vía para hacerla constitutivamente vulnerable. Hay muchas expresiones del viejo poder —tanto en la derecha como en la izquierda— que estarían dispuestas a hacer todo lo posible para que eso ocurriera. Pero la ventaja de la democracia salvadoreña en estos días es que tiene de su lado a la gran aliada que siempre acaba por imponerse: la misma realidad, que se va haciendo sentir con invasora efectividad de aire vivo.

Hablar de democracia es hablar de libertad. La democracia es el método que hace posible que las libertades coexistan, se nutran mutuamente y desarrollen su vocación de permanencia, correspondiente a la misma naturaleza del espíritu humano. Y, entonces, para que la democracia funcione con la salud que necesita y le corresponde, la libertad también debe estar habilitada para su función alimenticia básica del ser nacional. Hay que bajar la libertad del limbo de las declaraciones formales, como las que se plasman en las Constituciones, para hacerla circular por la vida de los seres humanos comunes y corrientes. Esta ciudadanización de la libertad es, sin duda, un requisito clave para volvernos, como individuos y como nación, sujetos capaces de futuro, en el sentido pleno del término. Por ahí va la tarea más urgente del momento.

Sostenibilidad de la democracia y ciudadanización de la libertad

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