El caso de la focalización o racionalización del subsidio al gas propano es una muestra patente de ese actuar antes de medir consecuencias.
06 de Abril. Tomado de La Prensa Gráfica.
En el ambiente hay un montón de iniciativas institucionales que se van convirtiendo en decisiones que, de inmediato, muestran los signos de la improvisación irreflexiva. Y esto se ve tanto en lo político como en lo económico, y no es exclusividad de ningún organismo estatal en particular; más bien parece una práctica inducida por las ansiedades, los sobresaltos y las urgencias que se desatan ante el acuciante imperativo de enfrentar realidades que se van volviendo cada vez más exigentes. Lo más grave del caso es que toda esta tendencia a la impulsividad desordenada se da cuando lo que más estamos necesitando, como institucionalidad y como sociedad, es sensatez bien administrada, paciencia ordenadora de buenos resultados acumulativos y serenidad de ánimos para encarar los grandes desafíos que nos rodean en el día a día.
El caso de la focalización o racionalización del subsidio al gas propano es una muestra patente de ese actuar antes de medir consecuencias. Evidentemente, pasar de un subsidio generalizado, cuya aplicación no tiene problemas justamente porque no hace ni siquiera los distingos más elementales, es tarea complicada; y eso hubiera merecido, de entrada, un tratamiento gradual, para que no hubiera trauma ciudadano como el que se viene dando y quedara tiempo para ir midiendo los efectos reales de la medida, tanto para los beneficiados como para los perjudicados y también para el ambiente en general.
Aunque es multicausal, el disparo de precios en consumos tan vitales como los alimentos ha detonado, y las principales víctimas de tales incrementos son las de siempre: los que menos disponibilidad tienen. ¿Se midió esta consecuencia? Porque al final de cuentas, hasta puede que resulte más caro para el Gobierno haber “racionalizado” el subsidio como se está haciendo, con el agravante de otro golpe inflacionario, que se une al ya demoledor de los precios del combustible.
Aunque en estos días se está hablando menos de ello, no ha dejado de palpitar el propósito de empujar un “pacto fiscal”, lo cual, por más envoltorios de celofán que se le pongan, encierra un aumento de impuestos. Es cierto que el Gobierno necesita más dinero para sus proyectos, y aun para su mantenimiento normal; pero, como hemos reiterado tantas veces, una cosa es la necesidad y otra muy distinta la posibilidad, y cuando ambas cosas se quieren manejar sin conexión vienen las distorsiones y los desaguisados. ¿Se han medido razonable y responsablemente las consecuencias que tendría en estos precisos momentos una subida de impuestos? No hay que ser técnico avezado para percibir que lo que ahora mismo necesita nuestra economía son estímulos e incentivos audaces y motivadores, no retrancas adicionales.
En lo político, están menudeando las fricciones crispadas y los movimientos en falso, dando muestras elocuentes de que los actores partidarios y sus representantes están “al borde de un ataque de nervios” ante la perspectiva, ya visible en el horizonte inmediato, de la competencia electoral próxima. Una dosis siquiera mínima de cordura es indispensable.
El país, como todos sentimos y sabemos por la experiencia que se vive cotidianamente, tiene una gran lista de tareas pendientes, en lo político y en lo económico. Son tareas de fondo, que ya no pueden esperar más, independientemente del calendario electoral. Ya no hay que permitir que, como siempre ha pasado, éste asuma un rol dictatorial sobre la realidad.
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