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2011/04/07

Contra Punto-Cambio social y cambio de mentalidad - Noticias de El Salvador - ContraPunto - Noticias de El Salvador - ContraPunto

 Luis Armando González.07 de Abril.Tomado de Contra Punto.

SAN SALVADOR-Una sociedad como la salvadoreña, con los graves problemas estructurales que tiene, necesita de un cambio drástico en las formas de gestión de su economía, su política y sus recursos medio ambientales. Ese cambio exige, como una condición esencial, un cambio de mentalidad, es decir, un cambio en el modo cómo los salvadoreños y salvadoreñas se ven a sí mismos, en cómo plantean y realizan sus metas y propósitos personales, su responsabilidad individual y colectiva, y sus relaciones con los demás.

No es que el cambio de mentalidad genere automáticamente un cambio social, pero sin aquél este último nunca será posible. Es en ese sentido que el cambio de mentalidad debe ser perseguido con el mayor de los afanes; la sociedad misma debe embarcarse en tal esfuerzo, superando aquellos elementos de la mentalidad vigente que son un obstáculo para el cambio social.

Es pertinente en las actuales circunstancias históricas de El Salvador, cuando un importante proceso de cambio social se está gestando, reflexionar sobre algunos de los rasgos de la mentalidad vigente que es necesario superar cuanto antes. ¿Cuáles son los rasgos más llamativos de esa mentalidad?

En primer lugar, el infantilismo que ha permeado distintos ámbitos de la vida pública y privada, desde la religión hasta la educación. El infantilismo tiene cuando menos dos vertientes: la que tiene que ver con adultos que son tratados como niños por líderes religiosos, políticos, empresarios, presentadores de televisión y profesores; y la que, por otro lado, apunta a adultos que claman por ser tratados como niños, esto es, que claman porque su autonomía y su responsabilidad individual sean anuladas, para ser reemplazadas por un “dejar hacer, dejar pasar” en el cual ni se rinden cuentas a nadie ni se cumplen exigencias de ningún tipo.

Además, algo sumamente pernicioso es que, cuando las relaciones sociales (laborales, institucionales, docentes, profesionales) se infantilizan, los afectos, los sentimientos y el amiguismo anulan a la razón, impidiendo que esta sea la que marque las pautas de comportamiento ahí donde no puede ser de otra manera. Así, por ejemplo, no es infrecuente que una institución pública o privada los lazos afectivos entre sus miembros se suelan anteponer a la valoración objetiva del desempeño de unos y otros, obstaculizando la corrección de anomalías y fallas que incluso pueden rayar en la ilegalidad. No es que los afectos, el aprecio y la amistad no sean importantes para la vida; pero deben ser un soporte para construir una mejor sociedad, no para socavar ese empeño.

El infantilismo constituye un fuerte obstáculo para el cambio social ya que no sólo inmoviliza a los miembros de la sociedad, sino que los desresponsabiliza, dejando en manos de otros –los “adultos”— las decisiones que competen a todos sus miembros.    

En segundo lugar, la búsqueda del camino más fácil para alcanzar metas individuales que son fundamentales para la propia vida. No es cuestionable buscar lo fácil y evitar las rutas complicadas cuando se buscan determinados objetivos. Pero no siempre lo que se quiere lograr se consigue de manera fácil.

Es decir, hay metas u objetivos personales (y sociales) que exigen un recorrido complejo, porque de esa complejidad (y de las complicaciones que le son inherentes) depende el cumplimiento de la meta u objetivo que se quiere lograr. El ejemplo de las carreras académicas superiores cae como anillo al dedo: una carrera académica superior no puede ser alcanzada, so pena de que el resultado sea irrelevante, siguiendo el camino más fácil que se encuentre.

La cultura del “camino más fácil” –estrechamente ligada a la cultura del “éxito fácil” y al “ganguerismo”— es sumamente nociva para el cambio social, en tanto que es contraria a valores importantes como la disciplina, el esfuerzo sostenido y la satisfacción ante metas alcanzadas a partir de procesos que le otorgan calidad y legitimidad.

Quienes tienen su mentalidad anclada en el “camino más fácil” no escatiman en violar leyes y procedimientos con tal de alcanzar sus propósitos; no les importa la calidad del resultado, sino conseguir algo a cambio de nada; rechazan con violencia las exigencias del camino complicado, aunque este sea inevitable para llegar, como debe ser, a la meta buscada.

En tercer lugar, la resistencia a los argumentos de razón. Esto es grave porque tiene que ver con la comprensión, las convicciones y las decisiones que cada cual debe tomar a partir de las mismas. Algo grave es no entender razones en torno a un asunto, por más que quien las ofrece se valga de los mejores argumentos y pruebas a su alcance. Sin embargo, esto puede ser corregido de alguna manera con un proceso educativo adecuado.

Lo verdaderamente preocupante es que haya quienes entiendan las razones que se les ofrecen en torno a un tema –y lo digan claramente—, pero pese  a ello insistan en mantenerse firmes en sus posturas “porque sí”, “porque me da la gana”, “porque a mí nadie me va a cambiar”, “porque esa es mi creencia”, etc.

Esta resistencia a los argumentos de razón se traduce en uno de los grandes males de le mentalidad vigente: la necedad, que puede traducirse, en determinados momentos, en fanatismos de distinta índole. Cuando se asume una postura necia, no hay argumentos que valgan porque la persona a quien van dirigidos, desde un inicio, ha decidido no aceptar argumentos distintos a los suyos.

Es un gran desafío para el sistema educativo salvadoreño contribuir a superar ese modo de ser que es reacio a los argumentos de razón; el cuerpo docente nacional debe ser el primero en superar ese mal, pues de lo contrario se seguirá reproduciendo en las aulas como un virus incontrolable.

Y, en cuarto lugar, el rechazo y la indiferencia ante las leyes de la República. Son dos rasgos de la mentalidad vigente que obstaculizan seriamente el cambio social en El Salvador. El rechazo a las leyes se afinca en la idea de que las mismas están hechas para ser violadas y que es una muestra de “viveza” pasar por encima de ellas.

En sentido contrario, se ve como muestra de estupidez cumplirlas como debe ser. Se conocen las leyes, pero las mismas son violadas cada vez que se puede. También están quienes son indiferentes a las obligaciones que imponen las leyes porque no tienen la menor idea de lo que  las mismas significan. Por último, están quienes reclaman leyes a su manera, esto es, que las leyes se adapten a su particular conveniencia, sin atender a la universalidad que debe caracterizarlas.

Erradicar esas taras de la mentalidad vigente no será fácil; se trata de impulsar un proceso educativo de largo aliento para que ello sea posible. Ese proceso requiere de una toma de conciencia por parte de los miembros de la sociedad –sobre todo de aquellos que son claves en la dinámica cultural: docentes, intelectuales, periodistas, comunicadores, líderes religiosos— acerca de la necesidad de generar cambios drásticos en la mentalidad vigente en El Salvador.

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