René Martínez Pineda.07 de Abril.Tomado de Diario Co Latino.
(Coordinador del M-PRO-UES) *
De modo que la mentira a la que recurren los políticos para modificar lo político (como táctica ideológica de su estrategia histórica de esclavización; como factor de control social y de reproducción del poder, tal como lo conocemos) desprestigia o exilia -de facto, de jure o por omisión- a las ciencias sociales; manosea la historia y, para lograrlo de forma eficiente y convincente, viene y se disfraza de lenguaje globalizado, de concepto protocolario, de palabra moderna americanizada, de verbo domesticado por los buenos modales, hasta que, por fin, la mentira –o la falta de verdad- se convierte en el lenguaje universal de la política, confiriéndole nuevos sentidos a las viejas palabras, o adjudicándole nuevos destinos a los viejos caminos –lo que mejor funcione- y así reinventa o corrige a Cervantes, a García Márquez y a Saramago; así vuelve a escribir la historia a imagen y semejanza del opresor, tal como el oprimido-opresor del que hablaba Segundo Montes modifica a su semejanza e imagen el paisaje cultural de la ciudad; así, pasa por el colador del control de calidad las profesiones, de tal forma que, en la era de la globalización de la mentira, el rastrero es asesor personal y el consentidor es auditor.
El cambio social, ya no define la lucha colectiva por conquistar nuevos horizontes de justicia, sino la posibilidad individual de cambiar la marca de la mercancía a comprar; la utopía ha dejado de ser un misterio a develar, para convertirse en contratos por servicios profesionales monitoreados, ferozmente, por un reloj marcador; las zonas peatonales ya no son espacios vocingleros de enculturación, sino vitrinas; el centro comercial –digamos Hipermall, para estar al día- no es una plaza de regateo, sino una pasarela de modas; las cafeterías y los bares bohemios –o sea los coffeplaces y los pub- no sirven para compartir con los amigos, o para platicar sobre una realidad nacional sin subsidios ni alimentos baratos, sino que son usados para comprar conciencias políticas; la injerencia norteamericana ya no es un acto de sumisión, sino una “alianza estratégica para la seguridad ciudadana”. La verdad, entonces, ya no es una virtud sublime o un valor a promover, sino una ingenuidad que hay que combatir con mentiras subliminales, pues, con el manoseo de las palabras, la mentira parece ya no serlo, porque se disfraza de teoría posmoderna, de sentido común encuestado, de tal forma que la transición democrática deja de ser transformaciones en el Estado y la economía, para ser gobernabilidad sin camino o, en el peor de los casos, ser un camino que conduce a Roma.
En sociología, la falta de verdad es lo falso o conceptualmente incorrecto; en política, la mentira es simplemente mentira; es fraude; es cinismo. Así, hemos llegado hasta donde estamos: una realidad totalmente desfigurada o rearmada con mentiras o con verdades carentes de información, y por eso los niños salvadoreños -influenciados por el mercado y los programas de entretenimiento insano- creen que las ruinas del Tazumal fueron construidas con los fondos del milenio; creen que la insurrección de Anastasio Aquino (1833) fue promovida por Fidel Castro y Hugo Chávez; por eso, los gobiernos pasados no celebraban la hidalguía de la insurrección de 1932, o el coraje social del Golpe de Estado de 1944, como “los días de la dignidad salvadoreña”, sino que el día de acción de gracias y las noches de compras, poniendo –como si se tratara de una ecuación con dos incógnitas- el signo “igual” entre insurrectos y consumidores compulsivos. La desfiguración de la historia –en la que se confunde el pasado con el presente- es el sustento intelectual de la mentira, un referente difícil de borrar o corregir, aunque me consta que el actual Ministerio de Educación está haciendo esfuerzos –tan gigantescos como sostenidos- por enmendar ese atentado a la memoria histórica.
En ese sentido, la mentira como elemento de reproducción del poder pretende, a largo plazo, que toda la historia se repita como penitencia a los penitentes de siempre; como cárcel para los mismos reos que son los siempre sospechosos de todo. Pero, por mucho que mientan, por mucho que se rompa y corrompa el discurso incómodo de las ciencia sociales, la historia terminará contando la verdad, cara a cara. La verdad está vivita y coleando dentro del tiempo-espacio que es movimiento en espiral. El derecho a decir la verdad (práctica), más que el “día de la verdad” (retórica), debería figurar entre los derechos humanos fundamentales consagrados por la ONU, para no repetir el pasado sin estar en una escalón superior. Esa mi ingenua propuesta de reivindicar “el derecho a decir la verdad” es lo que nos llevará a convertirnos –como sugiere Galeano- en “ventrílocuos de los muertos” que nunca mueren, hasta que arrinconemos a la mentira; hasta que –siendo dialécticos- hagamos mentir a la mentira. De no ser así, seguiremos siendo las mismas almas condenadas al eco sempiterno de la estupidez y la desgracia, que ha convertido a la mentira en la hija buena de la impunidad; y a las ciencias sociales en la exorcista de la injusticia.
Queda demostrado, así, que la verdad es un lujo exótico en estas latitudes donde reina el zancudo del dengue. Los militares que acribillaron, con lujo de barbarie, a los estudiantes universitarios en las décadas de los 70s y 80s, caminan hoy tranquilamente por las calles bautizadas con sus nombres; los que mataron a Monseñor Romero -poniendo cara de arrepentimiento al recibir la hostia y el perdón de los pecados- asisten a la iglesia donde lo asesinaron a sangre fría; los graciosos funcionarios que le robaron al pueblo, hoy son consejeros, analistas mediáticos o pastores evangélicos.
Entonces, si no podemos decir la verdad sobre lo político –a menos que cuente con el permiso respectivo- porque la verdad resulta ser inconveniente o muy incómoda: ¿de qué sirven las ciencias sociales? Si la vida se rige por la política y ésta está reñida con la verdad: ¿qué sentido tiene el desarrollo del intelecto?Pero, el problema sociológico esencial no es que los políticos mientan descaradamente… el problema es que les creemos; les creemos que Estados Unidos considera a El Salvador como un socio del “Asocio para el Crecimiento” (Partnertship for Growth), y no como patio trasero.
Pero -tarde o temprano o tempranito- volveremos a la profundidad lapidaria de la tesis de Antonio Gramsci: “sólo la verdad es revolucionaria”. Esa es una invaluable lección de moral que nos hará libres.
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