Si se ven las cosas con ánimo positivo, esta crisis debería servirnos a todos para recomponer objetivos nacionales e internacionales y definir estrategias de acción, con enfoques de futuro.
Escrito por Editorial.24 de Marzo. Tomado de La Prensa Gráfica.
En un reciente artículo, Fidel Castro dice que “el mundo está en un callejón sin salida”. Esa clase de catastrofismo senil de seguro está más vinculado con la sensación de que su “mundo ideal” ya no tiene ninguna posibilidad de supervivencia que con un análisis objetivo de las realidades globales del presente. En efecto, la vieja bipolaridad, durante la que se hizo creer –y casi todo el mundo lo creyó– que el problema fundamental de la humanidad era el eventual desenlace de la lucha entre sistemas ideológicos, quiso inventar salidas artificiales al callejón que era ella misma.
Hoy, si bien los problemas son gigantescos y las amenazas son evidentes y cotidianas, el mayor reto es la redefinición de escenarios mundiales, en los que tales problemas deben ser enfrentados a partir de una presencia de sujetos históricos cada vez más amplia. Ya no son 2 los que tienen en sus manos la suerte de la humanidad; ni siquiera 20, como los del famoso Grupo. Y no hay ideologías que tengan la capacidad de erigirse en deidades superiores, capaces de dictar las pautas del fenómeno real. Esta ha sido una gran liberación muy poco valorada. Salidas hay, pero deben ser abiertas en común.
En nuestro país, estamos viviendo un momento de transición política muy determinante, que se suma a las otras formas de transición que también se están produciendo en el ambiente, en lo socioeconómico y en lo psicocultural. Este es tiempo de cambio, de seguro más que ningún otro; y aquí no nos referimos al publicitado “cambio” que es expresión del cálculo político inmediatista, sino a la dinámica evolutiva que en algunos momentos, como éste, adquiere aceleraciones muy específicas. Alguien podría pensar que, lejos de estar acelerando nuestro paso modernizador, estamos más bien expuestos al estancamiento; pero esto sería aceptar una confusión, porque lo que hay ahora mismo en el país es una especie de atascamiento en la maraña de los problemas, que puede y debe resolverse con una buena práctica de tala de malezas tanto actitudinales como conceptuales y procedimentales.
El aprendizaje de la naturalidad democrática está ahora mismo en una fase de alta intensidad. Como no nos hemos preparado, como sociedad y como institucionalidad, para sobrellevar el actual desafío en la forma normal que sería deseable, las ansiedades y los desconciertos son los que prevalecen. Y esto es aún más notorio en los liderazgos nacionales, que se ven compelidos por las circunstancias a dar ejemplos de racionalidad, lo cual los pone aún más ansiosos y a la defensiva.
En tales condiciones, resulta más difícil enfrentar y sobrellevar las crisis, y sobre todo cuando son tan complicadas como la que nos ha azotado global y nacionalmente, y de la cual las consecuencias todavía se hacen sentir. Si se ven las cosas con ánimo positivo, esta crisis debería servirnos a todos para recomponer objetivos nacionales e internacionales y definir estrategias de acción, con enfoques de futuro. Este no es momento ni para la inercia ni para el conformismo ni para el desaliento. Por el contrario: es momento para la motivación, para el compromiso y para la creatividad.
Hay múltiples razones para la preocupación y también importantes estímulos para no dejarnos vencer por ella. Por ahí debería comenzar a gestarse eso que con tanta ligereza se menciona a diario: la unidad nacional. Tendríamos que comenzar por unirnos en el propósito de ver las cosas con claridad y de hacer las cosas con responsabilidad.
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