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2010/12/22

:: OBSERVADOR POLÍTICO -La advertencia de Raúl Castro

 Manuel Hinds.22 de Diciembre. Tomado de El Diario de Hoy. 

Para todos los fieles comunistas que creyeron que lo que había dicho Fidel Castro con respecto al modelo cubano-que ni siquiera en Cuba funciona-era un malentendido o la invención de un periodista norteamericano, el discurso de Raúl Castro en el que dijo que “o rectificamos o nos hundimos” debe haber sonado como un balde de agua fría. Lo es, y es saludable que lo sea.

Ojalá lleve a muchas personas a reflexionar sobre lo que han creído toda la vida-que el régimen cubano es lo más cercano al paraíso que puede tenerse en este mundo, y que las noticias de sus fracasos son producto de la propaganda de la CIA orientada a engañar a los pueblos. Con este discurso de Castro, y con los terribles eventos que lo van a suceder, quedará claro que no era la CIA la que estaba generando el gran engaño sino los líderes comunistas que se enquistaron por más de cincuenta años en el poder de Cuba, llevando al país a una terrible tragedia de muertes, represión, retroceso económico, mentiras y falsedades.

Peor aún, al surgir la verdad, se darán cuenta de que el régimen impuso todo este sufrimiento por nada, sólo para satisfacer el ansia patológica de poder de Fidel Castro y sus acólitos, y los odios y las envidias de muchos otros.

La pregunta que todos nos debemos hacer al ver este colapso es, ¿cómo es posible que unos cuantos hayan podido someter a tantos a una tiranía espantosa por más de cincuenta años?

Es muy fácil contestar que Cuba cayó en esta desgracia por culpa de Fidel, de Raúl y de tantos otros líderes sanguinarios que amordazaron y encadenaron a la población. Pero eso no puede ser la respuesta. Psicópatas del poder, impenitentes megalómanos existen en todas partes, aún en las sociedades más desarrolladas. Pero allí los meten en sanatorios, no los convierten en los líderes nacionales. El problema es más profundo que eso. El problema es que los cubanos admitieron que estos psicópatas los gobernaran, y los dejaron que acumularan un poder tan enorme y totalitario que luego ya no podían quitárselos de encima. La pregunta es entonces, ¿por qué los dejaron?

La respuesta a esta pregunta, que es la misma para todos los tiranos que han impuesto sus voluntades en nuestro continente desde que nos independizamos, es que los latinoamericanos queremos hacerle trampa a la historia, queremos darle la vuelta al problema del desarrollo, y queremos hacernos ricos sin pasar por las trabajosas etapas del desarrollo. Somos como niños que queremos llegar a adultos sin pasar por la adolescencia. Y, para hacerlo, estamos dispuestos a vender la herencia más sagrada que recibimos al nacer-nuestra libertad-a cualquier charlatán que nos ofrezca hacernos ricos de un día para otro, y, más ominosamente, que ofrezca destruir a los que les tenemos envidia.

En política, como en economía, la demanda genera su oferta. A través de la historia han surgido cientos de caudillos que han subido al poder ofreciendo convertir la tierra en paraíso, sólo para convertirse en dictadores terribles, que a su vez son derrocados por otros caudillos, que prometen lo mismo otra y otra vez.

Fidel Castro ha sido uno más de estos caudillos, sin duda uno de los peores, pero esencialmente igual a todos los que han destrozado Latinoamérica en los últimos doscientos años. Es muy trágico que Cuba haya sufrido a manos de un caudillo anacrónico por cinco décadas. Pero lo más trágico es lo vacía que es la herencia que deja este caudillo.

Castro deja un rastro de fracasos en todas las actividades que comenzó, excepto la de reducir la población cubana a la más abyecta esclavitud. Cuba es hoy una economía más atrasada que lo que era cuando él llegó al poder en 1959. Este es un récord terrible. Es una muestra de una destructividad espantosa.

Pero su récord es peor que esto. Detrás de él quedan las vidas truncadas de tanto joven que murió por un proyecto que ahora vienen los Castro a reconocer que no funciona. Peor aún, quedan los odios todavía vivos que él azuzó; las envidias que él hizo brotar; los prejuicios contra la iniciativa privada que, como Raúl Castro ha denunciado, no dejan progresar a la economía.

Su herencia en otras áreas es también muy triste. Jamás se distinguió por sus ideas, nunca aportó una solución a algún problema internacional, sólo azuzó los fuegos de la destrucción en Latinoamérica.

Al final de su vida, queda claro que Fidel Castro fue un mediocre con mucho carisma, un don que él usó para destruir apelando a las envidias, los odios, los celos y los deseos de desarrollarse sin tener que educarse que componen la inmadurez de América Latina.

Ahora, que su obra y su vida están llegando a su fin, es un momento para que todos los latinoamericanos meditemos en cómo fue posible que el pueblo cubano se dejara dominar por este mediocre con carisma, y juremos que nunca más permitiremos que eso vuelva a pasar en nuestro continente.

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