Entendemos que acordar el rumbo es lo más espinoso de todo, porque compromete posiciones ya muy asumidas, tanto en el sector público como en el privado; pero lograrlo es del máximo interés nacional.
Escrito por Editorial.06 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
Lo previsible es que 2010 sea también un año difícil, aunque hay que decir a la vez que hay algunas señales que apuntan hacia un comienzo de reactivación, siempre que no haya trastornos posteriores y, en especial, siempre que se den las disciplinas necesarias, tanto en lo público como en lo privado. Esto último implica mantener el rumbo realista de las decisiones económicas básicas, preservar la estabilidad macroeconómica y evitar cualquier tentación populista. Hasta el momento, la nueva Administración ejecutiva ha sabido establecer límites entre lo que es su responsabilidad en la conducción nacional y lo que es la línea ideológica partidaria; y eso podrá seguir funcionando toda vez que tales límites no se enconen y que haya la suficiente claridad programática en el trabajo gubernamental.
En un país con las limitaciones financieras del nuestro, no es posible pensar en una inversión pública inmediata que impacte de manera determinante en la recuperación del ritmo económico; por eso el estímulo de la inversión privada tiene que ser la palanca principal del nuevo despegue. Un inteligente y audaz régimen de incentivos se vuelve indispensable; pero, sobre todo, la consolidación de la confianza para todos los sectores.
Esto requiere comenzar cuanto antes un trabajo de articulación de visiones y prioridades, tanto públicas como sectoriales, para enfilar las diversas energías del país en la misma dirección, en vez de malgastarlas en disputas conceptuales o estratégicas, como ha venido siendo lo usual. Entendemos que acordar el rumbo es lo más espinoso de todo, porque compromete posiciones ya muy asumidas, tanto en el sector público como en el privado; pero lograrlo es del máximo interés nacional.
Privilegiar la agenda de país
Cuando la posguerra estaba concluyendo su primer quinquenio, se empezó a hablar de “agenda nacional” y de “plan de nación”. Ese impulso, que parecía ser una expresión natural del avance del proceso democrático, no tuvo los desarrollos que hubiera sido de esperar. Ya al entrar en la tercera Administración de ARENA, en 1999, todo aquel impulso comenzó a languidecer; y, aunque en la cuarta Administración arenera se recuperó algo del dinamismo inicial en ruta hacia un “plan de nación”, lo cierto es que las contingencias políticas acabaron absorbiéndolo todo; y al comienzo mismo de la Administración presente, la idea de “plan de nación” salió de la temática gubernamental.
Sin embargo, la necesidad continúa presente, más allá de los criterios imperantes en una coyuntura política determinada; y precisamente la circunstancia actual, por su propia naturaleza y complejidad, está demandando, con más apremio que nunca, la vigencia de una verdadera agenda nacional, en la que confluyan de manera armoniosa los intereses de los distintos sectores, a la luz del interés mayor, que es el interés general.
Lo peor que podría pasarnos a todos en este momento es seguir en el imperio de dos conceptos desarticuladores al máximo: la transitoriedad y la improvisación, que siempre van de la mano, como podemos ver con claridad meridiana en nuestra historia reciente. Enfocarse en lo estructural y en lo orgánico es requisito básico para que el país pueda asegurar un sano avance hacia el futuro. Y esto será clave en el año que comienza.
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