Escrito por C. Marchelly Funes. 29 de Enero. Tomado de Diario Co Latino.
A veces pienso en los rostros desfigurados y abatidos de los ciudadanos promedios cuando se divulga en los diferentes medios que viene un aumento para los servicios básicos y como entre ellos se consuelan ante el caos que se avecina de redistribuir sus precarios salarios para solventar aquellas necesidades más urgentes, llámese urgente: la comida, la salud, la vestimenta, el transporte, entre otras.
Las voces de aquellas familias que no logran sobrellevar la carga que implica sostener un hogar se apagan ante el desconsuelo de quién evitará esos aumentos. Porque el ciudadano promedio, ese que vive de uno o dos salarios mínimos no espera que del cielo lluevan dólares, pero si esperan que en estos momentos de crisis en los que el dinero no les alcanza, no se les venga encima una cascada de incrementos.
Quienes gozan de un empleo en estos momentos pueden tener la opción de endeudarse o convertirse en magos y magas para que sus consumos no superen sus ingresos. Sin embargo, qué pasa con aquellos hogares en los que sólo un miembro de la familia trabaja o aquellos en el que los pilares de la casa se encuentran desempleados.
El deterioro de la economía familiar se revela de pronto como algo sustancial en las conversaciones de pasillo de las oficinas, en la hora de la comida, en los buses y microbuses del transporte colectivo, en el mercado, en la iglesia y, por supuesto, en el ceno del hogar.
Mientras caminada en un pasillo del supermercado observé a varias señoras manoseando productos en busca de ofertas, tratando de llevar todos los productos enlistados.
Me asusté cuando en la fila de la caja en la que me disponía pagar una señora de apariencia muy sencilla contaba y contaba las monedas que sacó de una pequeña pistera para pagar un paquete de fideos, una botellita de aceite y una bolsita de leche en polvo, todos los que esperaban llegar a la caja se impacientaban y refunfuñaban al ver que no se avanzaba, la señora que pagaba se disculpó y con una voz que me estremeció dijo: “señorita me va a disculpar pero no me alcanza solo voy a llevar la leche y el aceite”.
La empleada con un mal gesto pidió que llamaran a una persona que autorizaría la devolución del paquete de fideos. Cuando la señora abandonó la fila, apareció la dosis de realidad, las personas que me antecedían comentaron entre si la carestía de la vida, y creo que hasta entendieron la agonía de aquella mujer.
En este país los tiempos de bonanza parecen haberse esfumado y los hechos así lo demuestran, quizá muchos al leer esto pensarán sólo es una mujer, sí una mujer que representa a miles de mujeres en todo el país.
Los salvadoreños y salvadoreñas son golpeados por los precios de la canasta básica y las medicinas, sólo por mencionar dos, sin embargo, albergan las esperanzas de que el Gobierno del Cambio traiga opciones preferenciales para ellos y sus familias.
En este contexto, consternada por el deterioro social que se vive en El Salvador, quiero hacer un llamado a la clase política de este país para que piensen en los azotes que la violencia, la delincuencia, el desempleo y los altos costos de la vida les están dando a miles de familias salvadoreñas. Es hora de que los políticos diseñen políticas públicas que beneficien al ciudadano común y, de a pie como dicen muchos, y no sólo piensen en los intereses de un pequeño grupo como lo hicieron por décadas los gobiernos anteriores.
¡Silencio pueblo! | 29 de Enero de 2010 | DiarioCoLatino.com - Más de un Siglo de Credibilidad
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