Escrito por Oscar A. Fernández O. 31 de Enero. Tomado de Contra Punto.
La formación del ciudadano es, sin duda, una de las metas más importantes y prioritarias de las agendas político-educativas contemporáneas
SAN SALVADOR - Uno de los elementos centrales del proceso de la democratización es el ejercicio de la ciudadanía, sin él no se puede alcanzar en un mundo desigual y globalizado mayores espacios y condiciones de igualdad y desarrollo humano. El Estado al contraerse socialmente y constituirse en mero regulador de la globalización capitalista es causa del recorte sistemático de derechos ciudadanos y se muestra como un agente hostil al ejercicio pleno de la ciudadanía, destruyéndola. La mentira más grande hecha al ciudadano es hacerle creer que vive en democracia.
La formación del ciudadano es, sin duda, una de las metas más importantes y prioritarias de las agendas político-educativas contemporáneas. Tanto en democracias débiles e incipientes, como en aquellas ya consolidadas, la construcción de una ciudadanía crítica y participativa parece ser la clave para resolver la diversidad de conflictos emergentes que reflejan la profunda crisis que afecta actualmente a este régimen: desigualdades, exclusiones y discriminaciones, en algunos casos; corrupción política, apatía y escepticismo cívico, en otros.
La salud del sistema, la supervivencia de sus instituciones y la capacidad de gobierno, pero sobre todo de legitimidad, dependen de las acciones ético-educativas que se encaren a efectos de capacitar a cada ciudadano para la práctica responsable, racional y autónoma de su ciudadanía.
Las transformaciones socioeconómicas experimentadas en el mundo a partir de la década de 1970 suponen una profunda metamorfosis en la formas de acumulación capitalista y, en el plano institucional, una reconfiguración de las funciones del Estado. Esta transformación se constituiría en una nueva matriz de gobierno de las poblaciones.
Es en este contexto que surgen diversas tecnologías que colocarán el acento en la sociedad civil, convertida en el principio generador de la gestión de los asuntos sociales y de los procesos de consolidación de nuevos vínculos sociales. En este contexto cobra relevancia la estrategia de la democracia participativa expresada en diversas tácticas: accountability social, participación ciudadana en organismos de control y fiscalización de acciones gubernamentales, elaboración de presupuesto participativo, entre otras.
Las frustraciones y deudas que ha dejado el proyecto político de la modernidad no se resuelven con la disolución de la democracia sino con su radicalización. Coincidimos con Habermas (1998, p. 61) en que, a pesar de los reclamos, lo que las poblaciones parecen exigir es más democracia y no menos (Oraíson, Corbo y Gallo, 2005)
En tal sentido se ha intentado explicar la crisis de las democracias contemporáneas, y fundamentalmente su cuestionamiento ético, a partir de dos interpretaciones: por un lado, las distorsiones que ha sufrido el modelo original de democracia representativa siguiendo la lógica oligárquico-liberal, y por otro, la desilusión ante las promesas incumplidas de la Revolución francesa (1789) que asumía que la democracia parlamentaria sería sólo una primera instancia que prepararía el camino para la realización de una democracia participativa en el sentido clásico.
Rubio Carracedo (1996) ha llamado "la genealogía de una frustración histórica" al proceso de consolidación del modelo representativo indirecto institucionalizado por la revolución francesa -en ese entonces, el único posible- nacido con un carácter provisional. Si bien se pensó que su perfeccionamiento mediante los progresos en la educación cívica y política permitiría una participación más activa de los ciudadanos, el sistema evolucionó de otra manera perpetuando ciertos privilegios y mecanismos de exclusión y manteniendo los controles sobre el pueblo mediante el ejercicio de un paternalismo político y moral.
Indudablemente, fueron los factores de poder los que conspiraron para que no se produjera el paso de un sistema a otro. Factores, que el pensamiento crítico actual se ha encargado de desenmascarar. Pero, al proceso de crítica y desmitificación debe seguir el de construcción y fundamentación, en el que no puede sino recurrirse a la democracia en su sentido más auténtico.
Este modelo de democracia no es otro que el de la democracia radical o participativa. "Puesto que "democracia" no significa sino "gobierno del pueblo y puesto que este gobierno se entiende sobre la base de la igualdad entre los ciudadanos, será democracia radical aquella que exige la participación directa de todos los ciudadanos en la toma de decisiones" (Cortina, A. 1993, p. 13)
Ahora bien, reconociendo que la participación ilimitada es un derecho inalienable, pero que su ejercicio involucra responsabilidades propias de una ciudadanía madura y conocedora de sus derechos y responsabilidades, hace falta redefinir el concepto de ciudadano en términos ético-comunicativos ya que la participación como requisito fundamental de la democracia radical debe ir acompañada de un principio procedimental básico: que en la toma de decisiones se tengan en cuenta las opiniones de todos los afectados, reales y potenciales y que las normas de acción que se consensuen en este proceso, se fundamenten en criterios susceptibles de ser universalizados (Héctor Lamas Rojas, 2006)
En definitiva, la esperanza de vida de las “nuevas democracias” dependerá del grado de involucración por parte de los políticos para fomentar una democracia más cercana (para y con el Pueblo), cimentada sobre una política orientada sobre la cultura, capaz de atender las necesidades y las preocupaciones de los ciudadanos.
Una nueva política centrada en el ámbito de la cultura o una nueva cultura orientada hacia la política, que reagrupe los valores y necesidades/preocupaciones de nuestra sociedad conseguiría hacer renacer el sentimiento verdadero de la responsabilidad cívica y también conseguiría reducir el espacio que existe actualmente entre los ciudadanos y los dirigentes de estado. Gracias a la reformulación y creación de una democracia más cercana y estableciendo una confianza mutua entre ciudadanos y dirigentes, nuestras democracias serian capaces de enfrentar nuevos desafíos en el plano europeo y mundial. “La condición ciudadana en el marco de la democracia es la que permite hoy a los humanos hacer valer su humanidad”.
En El Salvador estos y otros interrogantes son un punto de partida para reflexionar y dialogar críticamente sobre el horizonte de posibilidades y puntos cruciales, que abre la perspectiva de construir nuestro propio modelo de democracia participativa, aunque las derechas fascistas se arranquen los cabellos.
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