Semanas atrás tuve oportunidad de asistir a la conferencia que ofreció el destacado politólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama, profesor de Política Económica Internacional (SAIS) de la Universidad John Hopkins.
Escrito por Saúl Alfredo Hernández Alfaro. 30 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
En esa ocasión el Dr. Fukuyama expuso ante la audiencia parte de su producción y contribución intelectual en lo que a la teoría política contemporánea respecta. Parte de este interesante aporte estaba enfocado en el desarrollo de su concepción de lo que es la democracia, entendida esta como el fin de la guerra ideológica y por lo tanto el establecimiento de un mundo unipolar, dominado por un único modelo político, económico y social de carácter globalizador.
Gran parte de este argumento es respaldado en la empiria según el autor de “El fin de la historia y el último hombre”, en el mismo hecho histórico que echó por tierra la pugna entre dos modelos cultural y políticamente diferentes, representados en el comunismo y el capitalismo. Este histórico momento se desata con la caída del muro de Berlín de 1989 y ha dado lugar –en clave del Dr. Fukuyama– a la emergencia de un régimen democrático a escala global que tiene como fin solventar aquellos deficientes índices económicos y sociales que han sido demandados a lo largo de este proceso antagónico entre ambos sistemas políticos.
Se hace necesario a este punto agregar elementos que nutran el aporte del Dr. Fukuyama con el fin de convertirlo en semilla fértil, engendrando desde su seno un cambio significativo por el bien de nuestra actual situación política. Y es acá cuando me es necesario señalar que dentro de la concepción anteriormente desarrollada, se ha omitido un carácter inherente a todo animal político y social que es la afectividad pasional que lo mueve dentro del campo político. Considero que un mundo permeado por la unipolaridad ideológica lejos de fortalecer la estructura democrática le debilita ya que no le abre espacios de deliberación y conflictividad es decir de “relaciones agónicas” –en clave de Chantal Mouffe– que no necesariamente deriven en escenarios bélicos.
De esta manera se hace necesario impulsar la emergencia de un mundo multipolar donde confluyan diferentes perspectivas y aportes que nutran la erosionada esfera democrática a lo largo y ancho del actual escenario mundial, poniendo a prueba todas y cada una de sus instituciones con el fin de fortalecerlas.
Por esta misma razón se hace un llamado dentro de la política nacional, a robustecer su sistema partidario, ya que es a partir de las diferentes facciones ideológicas que componen este escenario donde se conocen las diversas cosmovisiones que copan el ideario político-nacional.
Esto por otro lado no debe entenderse como excluyente al llamado de “Unidad Nacional” en torno al cual gira el discurso político actual, siempre y cuando este sea entendido con fines de un trabajo en conjunto –como país– por la reconstrucción de un El Salvador que ha estado caracterizado en los últimos años por el abandono de las grandes masas que sufren y reflejan día a día a partir de los flagelos que hoy por hoy aquejan a nuestra unidad política, la pobreza económica, cultural y social en la cual están inmersos.
Por esta razón se hace necesario fortalecer nuestra estructura democrática en todos sus niveles.
Todavía nos adeudamos el fortalecimiento de nuestro sistema de partidos por un lado, pero más importante aún, la reducción de una brecha económica y cultural que con el transcurso del tiempo se profundiza y se hace cada vez más evidente, específicamente en el flagelo delincuencial.
Sabemos que el trayecto es desafiante, pero los resultados al final serán compensatorios.
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