Lo que los ciudadanos esperan del presidente es que retome el control de su partido, que encabece el viraje de su política hacia el centro del espectro político y se dedique a solucionar los problemas nacionales negociando con los moderados del partido de oposición.
Escrito por Sergio Muñoz Bata. 28 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
A un año de haber ganado la elección presidencial, y a 10 meses de unas elecciones intermedias que podrían cambiar la composición del Congreso y alterar las prioridades del programa de gobierno del presidente Barack Obama, los votantes independientes le han dado al Partido Demócrata, al presidente y a la nación, una contundente demostración de su descontento y de su decisorio poder político.
La semana pasada, el revés tuvo lugar en Massachusetts con la elección al escaño en el Senado que durante 46 años ocupara el demócrata Ted Kennedy. Hace dos meses, los derrotados fueron los candidatos demócratas a la gobernatura por Nueva Jersey y Virginia. Esos tres fracasos sucedieron en tres estados que votaron en favor de Obama en la elección presidencial de 2008 y donde, a pesar de los resultados adversos a su partido, el índice de aprobación al presidente sigue siendo alto.
Más que por las debilidades de sus candidatos y sus campañas, los demócratas perdieron en estos tres estados porque los votantes independientes, que son la mayoría, se rebelaron contra el partido político al que un año apoyaron. Peor aún, las encuestas indican que la rebelión de los independientes podría extenderse por toda la nación.
Los estadounidenses están preocupados por su situación económica, enojados contra los políticos en Washington que incapaces de hacer a un lado sus diferencias partidarias se desgastan en debates eternos e improductivos en vez de aplicarse a resolver los problemas del país y temen el posible costo de una reforma al sistema de salud cuyos beneficios no acaban de entender.
Por ejemplo, Sergio Bendixen, quien hace encuestas para el Partido Demócrata, sostiene: “Desafortunadamente, el presidente no tiene alternativas que ofrecer sobre su propuesta de seguro universal y ahora que la reforma tal y como está planteada está muerta, Obama debería concentrarse en reactivar la economía y disminuir el desempleo”.
En sus discursos posteriores a la debacle en Massachusetts, el presidente ha dicho que entiende el problema, que ha escuchado el mensaje de los votantes y que asumirá su liderazgo con una defensa vigorosa de los beneficios de la reforma sanitaria, y renovando sus esfuerzos para reactivar la economía y disminuir el desempleo.
El mensaje de los votantes tiene dos vertientes difíciles de compaginar: la gente dice que el gobierno no se debe entremeter en temas de la competencia del sector privado y reclama a los políticos el costo del rescate a los bancos, planeado y ejecutado por la administración de George W. Bush y ampliado por Obama al incluir a la industria automotriz. De poco ha servido explicar que la situación económica del país estaría peor si el gobierno no hubiera salido al rescate.
Algo semejante ocurre en el caso del estímulo económico aprobado por el Congreso por iniciativa de Obama. Para muchos votantes, el gasto del programa de estímulo ha sido una indeseada intromisión del gobierno incompatible con la filosofía de la economía de mercado. Sin embargo, la gente sigue exigiendo al presidente y a los congresistas que dediquen su esfuerzo a crear programas que generen empleos y promuevan la actividad económica.
Dada esta circunstancia el presidente ha retomado su batalla verbal contra banqueros e inversionistas acusándoles de seguir sacando provecho de la crisis económica y penalizándoles. En parte, quizá, porque Obama sabe que los resultados de las encuestas que desde 1978 la empresa Gallup realiza para medir la confianza en banqueros, inversionistas e instituciones financieras, muestran un notable deterioro. En 1978, el 60% de la gente tenía plena confianza en banqueros como en los inversionistas. Para 2006, el porcentaje había bajado al 41%, y en 2009 apenas llegó al 18%. Ese mismo año, el 80% de los entrevistados declaró su desconfianza en las instituciones financieras del país. El problema, sin embargo, es que la ciudadanía sigue sin entender qué es exactamente lo que el presidente va a hacer para evitar sus abusos.
Por el bien del país, Obama debe responder a la rebelión de los independientes no con explicaciones justificativas ni con actitudes populistas sino con medidas concretas que ayuden a estabilizar la situación económica y a restaurar la confianza en las instituciones. Lo que los ciudadanos esperan del presidente es que retome el control de su partido, que encabece el viraje de su política hacia el centro del espectro político y que se dedique a solucionar los grandes problemas nacionales negociando abiertamente con los moderados dentro del partido de oposición.
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