Escrito por Carlos Velásquez Carrillo.28 de Enero. Tomado de Contra Punto.
Un análisis de las sustanciales diferencias de los modelos económicos de El Salvador y Chile, el cual muchos han puesto como modelo a seguir
SAN SALVADOR-La reciente aprobación de la tímida reforma tributaria propuesta por el Presidente Funes tiene que concebirse como el principio del arduo camino que una verdadera reforma tributaria y fiscal representaría para el país. El reto es desmantelar la esencia injusta del sistema actual, y así poder hacer viable un proyecto de financiamiento de desarrollo nacional que es, sencillamente, impostergable.
Los nuevos oligarcas y los empresarios pusieron el grito en el cielo (recalco: la reforma aprobada es pírrica, no hay que olvidarlo). Para la mente oligárquica de nuestros “businessmen” es inconcebible que se les tenga que imponer el yugo impositivo que todo el mundo tiene que pagar, sobre todo el pueblo trabajador y la maltratada y reducida clase media. Algunos economistas de derecha formularon que la reforma tributaria no sería necesaria si fuésemos capaces de imitar los milagros de Chile, ese modelo a seguir que tiene su pie en la puerta del exclusivo grupo primermundista.
Nos repitieron los argumentos de siempre: Chile ha crecido porque se entregó a la eficiencia del mercado, garantizando la inversión privada y extranjera, estimulando el carácter emprendedor del individuo, limitando la mano reguladora del estado, y apostándole a un sistema tributario que no ahoga las inversiones.
Que esto haya pasado o no es asunto para otro artículo; lo que debemos hacer aquí es analizar la miopía substancial y la demagogia histórica de los que nos sermonean con que “seamos como Chile.” Chile y El Salvador tienen historias diferentes, su evolución política y económica siguió rumbos distintos, y la estructura de clase es también divergente. Sin analizar las especificidades históricas, estos señores de derecha también nos podrían decir: seamos como Suecia, o mejor, como Estados Unidos.
De acuerdo a Zeitlin y Ratcliff, sociólogos estadounidenses, Chile puede ser clasificado como un país con raíces capitalistas y burguesas por dos razones. Primero, porque la clase dominante adoptó un carácter burgués en las décadas que siguieron la independencia, y por consiguiente Chile experimentó una diversificación del modo de producción económico que llevó a una mayor inversión y a sentar las bases para la industria. En El Salvador, hasta los años 1970s, existía un modo de producción agrario semifeudal controlado por una oligarquía cafetalera antiburguesa (es decir, en contra de la eficiencia y diversificación económica).
Segundo, Chile experimentó cien años de democracia liberal medianamente funcional hasta que Pinochet la cortó de tajo en 1973. A pesar de diecisiete años de dictadura, Chile logró retomar las riendas de esa democracia liberal y, a través de las urnas, cuatro gobiernos de la Concertación rediseñaron el funcionamiento del estado y las instituciones de acuerdo a principios pluralistas y conciliadores. En cambio, El Salvador apenas tiene unos quince años de débil democracia, donde la oligarquía de siempre, hoy por hoy, sigue haciendo lo que le da la gana.
¿Por qué es importante este análisis? Creo que estas diferencias históricas, y a propósito de la reforma tributaria, han influenciado tremendamente la forma en que las élites asumen sus roles frente a la sociedad. Para pasarlo en limpio: En Chile, los ricos y los empresarios pagan impuestos; en El Salvador, no.
Esto no quiere decir que Chile sea un modelo de perfección, pero su carga tributaria es una de las más altas, y su nivel de evasión uno de los más bajos, de Latinoamérica. Como todos sabemos, ya que se ha discutido ad nauseum, en El Salvador los ricos no pagan impuestos: por un lado porque los evaden, y en el otro porque el sistema les regala la exención.
Para refrescar memoria: en el año 2007, el reporte “Corrupción y Evasión Fiscal en El Salvador: Una Crítica Desde la Sociedad Civil” determinó que sólo en el año 2006 se habían evadido por parte de los empresarios y los ricos salvadoreños más de dos mil millones de dólares en concepto de IVA, impuesto sobre la renta y otros impuestos.
El mismo reporte afirmaba que la tasa de evasión en El Salvador está cerca del 60%, y que entre 1989 y el 2007 había habido una evasión por el monto de 25 mil millones de dólares. El embajador de Estados Unidos, Mr. Barclay, se unió al coro de los indignados y hasta abogó públicamente por una reforma fiscal. No fue un “rojo” el que lo dijo: fue el representante del país que los oligarcas y empresarios nacionales admiran hasta el tuétano.
Si tomamos en cuenta los hechos, entonces la cantaleta de que “seamos como Chile” habría que añadirle la aclaración “pero no tanto”, ya que desarrollar un modelo como el chileno, donde hay un sistema de seguridad social nada despreciable y donde los niveles de pobreza son bajos en parte porque el estado proporciona servicios importantes, requiere que los que tienen más paguen más. Ese principio es inconcebible e inaceptable dentro de los círculos oligárquicos salvadoreños.
¿Por qué? Porque la mentalidad del empresario nacional sigue siendo oligárquica. Es decir, sigue mirando al estado de forma paternalista en la medida en que toda política económica lo debe beneficiar sin miramientos; piensa que el país, los trabajadores, el medio ambiente y los consumidores están a su servicio; rechaza toda idea de redistribución de riqueza y, Dios me guarde, de pago de impuestos; y se concentra en el crecimiento económico miope y cortoplacista e ignora las muchas otras dimensiones del desarrollo integral.
Asimismo, existe la idea preponderante de que el ser empresario proporciona una licencia férrea y vitalicia para no cumplir con ninguna de las responsabilidades sociales de las empresas. Como ya lo hemos señalado en artículos pasados, 75% de la riqueza nacional termina en manos de los empresarios (alrededor de ciento trece mil), mientras que 25% se reparte entre la clase trabajadora (dos millones y medio de personas). Entonces, eso de que los impuestos dañan al empresario es un cuento chino de primera categoría.
Pero hay una observación adicional que vale plantearse. Por veinte años, los empresarios salvadoreños tuvieron una ventaja formidable ante sus competidores ya que no pagaban impuestos y/o los evadían abierta e impunemente. Este hecho habría sido suficiente para que adquirieran una ventaja tremenda a nivel regional que los hiciera empresarios nacionales y no sólo los agentes de interés propio que son hoy.
Pero no fue así. El hecho que ahora estén lloriqueando porque tienen que pagar un poquito demuestra dos cosas: uno, que son unos mezquinos (por supuesto, hay excepciones), y dos, que son incapaces y mediocres ya que necesitan que el estado les ponga todo en bandeja de plata (dejando a un lado que la evasión es un crimen).
Pero el problema de la evasión es sólo una cara de la moneda. El sistema tributario de El Salvador es fundamentalmente injusto y regresivo. Si nos remontamos a los años 1990s, podremos ver cómo los sucesivos gobiernos de ARENA redujeron casi por completo el impuesto sobre la renta, los impuestos al patrimonio, el impuesto a las ganancias y a las transacciones financieras, e incluso se eliminó el impuesto de lujo.
Por una coincidencia descomunal, la reducción a esos impuestos benefició de forma exclusiva a los oligarcas y empresarios más pudientes. Para rellenar el vacío fiscal, ARENA traspasó el yugo impositivo al pueblo imponiéndole el IVA.
Mas la economía que salió de ese esquema hundió al país en un ciclo vicioso donde el sector productivo primario se destruyó casi por completo, la industria se abandonó, la especulación y los servicios florecieron, y la economía pasó a depender de las remesas que nuestros compatriotas nos mandan desde el exterior. ¡Y ahora se habla de que la reforma tributaria va a ahogar a la industria nacional!
En este contexto, la batalla a la evasión tiene que ser complementada con una reestructuración del modelo tributario global. Es decir, el gobierno del presidente Funes debe analizar cómo los impuestos necesarios, como el de la renta y del patrimonio, pueden ser restablecidos dentro de un marco viable donde el rico pague más y el pobre pague menos. Del mismo modo, este paso abriría las puertas para darle a la clase trabajadora y a la reducida clase media un alivio tributario ya sea quitándole el IVA a la canasta básica y a las medicinas o reduciendo el impuesto sobre la renta en estas categorías, o ambas.
Estos planteamientos no son radicales ni comunistas; son la base de un sistema tributario progresista donde el que tiene más, paga más. Todos los países occidentales, y hasta Chile, lo han implementado.
Queda un largo camino por delante para limpiar la casa, pero la meta final debe ser, para ponerlo en términos netamente salvadoreños, acabar con la cultura de la “vivianada.” Y si hay que imitar a Chile como nos dicen algunos, al menos que la emulación sea completa y no solamente en aquellos elementos que beneficien a los vivianes de siempre.
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