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2010/01/09

LPG-Conversando

Sin lugar a duda, estamos hechos para hablar, para comunicarnos. (Observe usted a las mujeres, nada más.) Todo en el vasto mundo se comunica constantemente. La naturaleza es una red infinita de correspondencias: códigos, señales, información, lenguaje... La palabra, como en el Génesis, crea mundos y funda culturas, libera y sojuzga, puede sanar o maldecir, puede albergar la verdad o la mentira, puede encarnar la locura. Puede ser la voz de cualquier epifanía –siempre una: el viejo asombro. Por la palabra somos hombres. Con el silencio que la rodea conversamos con los dioses.

Escrito por Alfredo Espino.09 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.

Hablo, luego existo: ¡espero ser escuchado! Pero hay conversaciones y conversaciones. Y no es lo mismo chismear, chatear que dialogar. No es lo mismo hacerlo por internet o por teléfono que en persona, cara a cara. Nada que sustituya a la presencia, la cualidad enfática del cuerpo, el rostro, la voz. Tal como es imposible hacer el amor en forma virtual asimismo no son posibles los diálogos tres cuartos.

Es triste quedarnos hablando solos. Siempre esperamos la respuesta. O como dijo el poeta Robert Bly, que el propósito de nuestro cerebro es resonar en otro ser. Y esto, efectivamente, es lo buscado: la resonancia, el vivo eco. Porque dialogar es un verdadero acercamiento –no solo físico–, es una aproximación en el terreno fecundo del alma, es un tantear, sin guía alguna, en donde la luz aún no ha sido hecha. Rumi dijo que mente y corazón han sido hechos para tener extáticas conversaciones. Éxtasis que suele ser parte del diálogo verdadero, éxtasis nacido acaso de la comunión: he mostrado mi alma, y el alma al descubierto, expuesta, es inflamable. Alguien muy querido por quien escribe, dice que las buenas conversaciones no terminan, solo quedan interrumpidas.

Antes, “cuando había tiempo”, la gente al encontrarse solía sentarse para hablar, verse las caras un buen rato. (Hoy la vida parece una ficción pesimista. Corremos, al pie de la letra, para ganar dinero, el cual nos servirá para seguir corriendo.) Después de platicar, la gente se despedía y proseguía su camino, pero no así como venía. Porque el diálogo nos cambia, nos convierte, como por obra de una alquimia no del todo comprensible, en nos-otros mismos: algo se ha movido dentro, y ya no somos los que éramos. La amistad y la conversación van de la mano. Gran parte de su cuidado y mantenimiento depende de la palabra. De este modo, pongo mi alma en las manos de mi amigo y ese gesto me restaura.

Cómo no recordar aquella especie de arquetipo que son los diálogos platónicos. Dicen que Sócrates no escribió nada, porque pensaba que la escritura no era el vehículo apropiado para la transmisión de la verdad y el conocimiento. Yo creo que la verdad es que al tal Sócrates le fascinaba platicar (imaginémonos un cubano, un argentino) y qué tiempo iba a tener para andar escribiendo. Qué bueno que su discípulo sí se dedicara a hacerlo.

Pareciera que la época no es muy propicia para el diálogo. Nuestros valores efectivos no incluyen al otro. (Por qué será que pienso en religiosos y políticos...) En todas partes se suelen escuchar monólogos. Los espejos nos multiplican hasta el infinito, lo cual es una triste manera de creer que trascendemos. Estamos hechos para hablar, es decir, también para escuchar. Al escuchar, resonamos. El otro resuena en nosotros. Ya no estamos seguros, llegado el momento, de hasta dónde llegamos ni dónde es que empezamos. Nos reconocemos como parte. Y, en pocas palabras, eso es todo.

Conversando

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