En la democracia, los tiempos políticos son breves y cambiantes, y, por consiguiente, nunca hay tiempo que perder. Los siete primeros meses de la actual Administración tienen que haber servido para organizar el trabajo; de aquí en adelante es cosa de emprender el trabajo organizado.
Escrito por Editorial.04 de Enero. Tomado de La Prensa Grafica.
Se inicia 2010, y todas las circunstancias imperantes, tanto en el orden nacional como en los planos globales, indican que hay una nueva era en camino, y no de hoy sino desde hace rato, pero que hoy toma cuerpo de una manera mucho más evidente y activa. Esto, en primer término, es y debe ser un escenario motivador. En el caso salvadoreño, debemos sentirnos agradecidos con la suerte por el hecho de que nuestra renovación evolutiva mayor –que está marcada por el fin de la guerra y por el principio de la paz– se dio en el tiempo justo; es decir, cuando todas las dinámicas estaban empezando a renovarse.
Ahora, nos toca asumir el trabajo evolutivo en una forma mucho más consciente y comprometida. La realidad no permite nada menos, y eso es lo que vemos prácticamente en todo: en la política, en la economía, en el desenvolvimiento social y cultural, en el esfuerzo por asegurar una sociedad más equitativa y moderna en todos los órdenes. Desde luego, los desafíos y urgencias de lo inmediato son enormes, y a ellos hay que dedicarles por supuesto una atención especialísima, como es el caso de la inseguridad ciudadana, frente a la cual, hasta hoy, nada ni nadie ha dado en bola.
La pregunta inicial del año que comienza es la misma de siempre, pero debe hacerse con voluntad efectivamente innovadora: ¿Cómo abrir brecha hacia el país que necesitamos y que queremos? Lo primero no deben ser las respuestas técnicas, sino las respuestas patrióticas; las respuestas que partan de una visión integrada de país, no de las fragmentaciones tradicionales; de una visión real y realista, no de los intereses o las fantasías sectoriales, que tantos problemas han venido acarreando.
Año de trabajo en serio
En la democracia, los tiempos políticos son breves y cambiantes, y, por consiguiente, nunca hay tiempo que perder. Los siete primeros meses de la actual Administración tienen que haber servido para organizar el trabajo; de aquí en adelante es cosa de emprender el trabajo organizado. Y es que lo que no se emprenda de manera sustantiva en 2010 difícilmente se emprenderá en lo inmediato, ya que después de 2010 todos los años que vienen, hasta 2014, son preelectorales o electorales, con el agravante de que la contienda de fuerzas partidarias en 2012 y en 2014 se hará en condiciones de novedad imprevisible.
Por todo ello, nadie debería tener excusa para perder el tiempo en este año que está comenzando. Durante 2010, las organizaciones políticas tienen que dejar de verse obsesivamente los ombligos partidarios para poner sus mejores energías en la atención de la agenda nacional; y el Gobierno, por su parte, debe despojarse de cualquier tentación autista para enfilarse a un esfuerzo de coordinación que no excluya a nadie.
La principal medición del trabajo no está en las encuestas de opinión, con todo lo importantes que éstas son para revelar percepciones ciudadanas, sino en los resultados visibles y sensibles de las decisiones, las políticas y las estrategias. Y es fundamental que todos los actores nacionales significativos e influyentes –no sólo el Gobierno– tengan políticas, desarrollen estrategias y tomen decisiones, en sus respectivos campos. Eso es la democracia en plan verdaderamente funcional.
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