Escrito por Ricardo Chacón. 10 de Enero. Tomado de El Diario de Hoy.
Hay una frase de Albert Camus que suele aplicarse fuera de contexto: se trata de colocar a este incisivo autor, quien recién acaba de cumplir 50 años de haber muerto en una trágico accidente, en una disyuntiva entre la justicia y su madre. La anécdota que recoge esta oración es mucho más amplia, aunque al parecer más simple de lo que muchos creen, me explico.
En 1957, cuando este autor de padre francés y madre argelina, recibió el premio Nobel de Literatura, concedió, como es la costumbre y la tradición, gran cantidad de entrevistas periodísticas; en una de ellas un estudiante de Argelia presionó a Camus para que éste se pronunciara en torno a la lucha armada que llevaba a cabo el Frente de Liberación Nacional Argelino contra el ejército francés. Cuentan los estudiosos que al joven "le parecía inaudito que el escritor no apoyara el avance hacia la independencia de Argelia con bombas y torturas, si eso era lo que hacía falta".
Sin embargo, y esto lo recogen los biógrafos de Camus, éste respondió entre agotado y fastidiado: "En estos momentos están poniendo bombas en los tranvías de Argelia. Mi madre puede estar en uno de esos tranvías. Si la justicia es eso, prefiero a mi madre".
Camus no estaba contraponiendo la justicia y su madre, mucho menos filosofando, a lo mejor con más sencillez, simplemente se estaba desmarcando del entrevistador, que le quería "arrinconar" con una posición en torno al conflicto argelino.
No sabemos con certeza cuál es el fondo de esta anécdota, de lo sí podemos estar seguros es que este hombre, este autor, este literato, este periodista, este novelista con menos de 50 años (murió a los 47) dejó una importante estela en el pensamiento contemporáneo.
El autor de El Extranjero y La Peste, por citar dos de sus obras más conocidas, pero también el creador de innumerables artículos periodísticos, obras de teatro como Calígula o los ensayos como El mito de Sísifo, muestran una mente lúcida que supo "contar" a la sociedad de su época, las nuevas interrogantes del hombre de mitad del siglo pasado, cuando aún estaba fresco la "vaciedad" dejada por la terrible pandemia de las guerras mundiales.
En un fin de semana cambia la vida de Meursault, un empleado francés radicado en Argelia, cuando después de enterrar a su madre, junto con unos amigos en una playa, se ve involucrado en un crimen que lo saca del anonimato y lo convierte en un ser acosado por los poderes fácticos de la justicia formal y la ventisca propia de la prensa que decide en parte el destino de los hombres. Esta es la historia, por supuesto brevísimamente contada, del clásico El Extranjero.
Probablemente, y esto lo tomo tal cual de los estudiosos de Camus, este autor supo contar y explotar al máximo las angustiosas claves de la existencia del hombre, del hombre moderno de mitad del Siglo XX, en un tiempo de gran confusión (como todos los tiempos), donde surgía con fuerza lo que sería una nueva sociedad preñada por los acelerados cambios de la industrialización.
Un hombre enajenado, como el extranjero, por las estructuras de la sociedad moderna fueron contadas por Camus, uno de los llamados existencialistas del pasado siglo; Juan Paul Sarte, y otro más, también compartieron las mismas dudas propias del escepticismo de la postguerra.
Probablemente conocer la obra de Camus y discutir sus planteamientos, como ocurre en sociedades más desarrollados sería valioso, sin embargo en nuestro El Salvador estamos más preocupados por sortear la violencia y la delincuencia, convivir con la politiquería y enfrascarnos en darles uniformes a los estudiantes. ¡Qué pobreza!
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